El fútbol no es cuestión de vida o muerte
El Madrid y la Real empataban cuando una amenaza de bomba convirtió el partido en algo secundario
Un partido no es nada frente a la amenaza del terror, que es el terror en sí mismo. Una tarde de ocio, con todas las pasiones que concentra el fútbol, se convirtió en una jornada desagradable que, al menos, demostró la rápida capacidad de respuesta a la posibilidad de un atentado brutal en un estadio con 70.000 personas en sus gradas. La respuesta fue serena, cívica, intachable. A dos minutos del final del encuentro, cuando el Madrid trataba de apurar sus últimas oportunidades para romper el empate, se exigió el desalojo de los aficionados. Una amenaza de bomba había disparado todos los resortes de seguridad en el Bernabéu y en la ciudad. Madrid tiene suficientes precedentes para tomarse en serio estas cuestiones. La sensación de incredulidad y de indignación se impuso a la realidad de lo que había ocurrido hasta entonces: un partido de fútbol. No es cierto que el fútbol sea más importante que una cuestión de vida o muerte, como dijo el viejo Shankly. Se vio ayer, cuando la amenaza a la vida de miles de personas convirtió el encuentro en algo secundario.
REAL MADRID 1 - REAL SOCIEDAD 1
Real Madrid: Casillas, Salgado, Samuel, Helguera, Roberto Carlos; Beckham, Guti; Figo (Owen, m. 75), Raúl, Zidane; y Ronaldo.
Real Sociedad: Riesgo; Luiz Alberto, Labaka, Garrido, Zubiaurre; Alkiza (Arteta, m. 68), Aramburu; X. Prieto (Uranga, m. 82), Nihat, Gabilondo; y Kovacevic.
Goles: 1-0. M. 40. Ronaldo, de fuerte disparo desde el punto de penalti. 1-1. M. 71. Nihat a pase de Kovacevic y de impresionante volea que se cuela casi por la escuadra derecha de la portería de Casillas.
Árbitro: Lizondo Cortés. Amonestó a Kovacevic y Aramburu.
Unos 70.000 espectadores en el estadio Santiago Bernabéu. El encuentro fue aplazado en el minuto 88 al desalojarse el campo por una amenaza de bomba.
Lo secundario fue un duelo irregular, ni bien ni mal jugado por los dos equipos. El Madrid apenas levantó el vuelo sobre sus actuaciones anteriores. Con una diferencia, no aprovechó las pocas ocasiones que tuvo. La Real funcionó con entusiasmo y sin muchas ideas. Quizá su principal cualidad fue la entereza, algo notable en un equipo con varios chicos que debutaban en el Bernabéu. No se sabe hasta dónde llegaran en el fútbol y si se convertirán en los herederos de grandes generaciones de jugadores. La historia está de su lado. Cuando la Real ha necesitado de su cantera, rara vez ha defraudado. Allí estaban Riesgo, Zubiaurre, Labaka, Garrido y Prieto, jugadores de escasa experiencia en Primera División. Enfrente, varios de los jugadores con más prestigio del mundo. A la cabeza, Ronaldo, la bala que guarda el Madrid para sus peores momentos. Éste no es de los mejores. Pero Ronaldo ha entrado en ebullición.
Al Madrid le aguantó Guti en el medio campo. La diferencia la marcó Ronaldo con un gol sensacional, una obra de arte que llegó apenas unos instantes después de escucharse los silbidos habituales hacia el brasileño. En esto, los aficionados no tienen el don de la oportunidad. Cada vez que se quejan se encuentran con la respuesta de Ronaldo. El asunto tiene miga. Lo mismo lo hacen por cábala: silban y el hombre marca su gol. Pero hay mucho de injusticia en la actitud del público, que no acaba de encontrar el objeto de su irritación. Un rato es Samuel; otro, Guti; a veces, Figo; Ronaldo, casi siempre. A Guti le abuchean poco en los últimos tiempos. Sería una injusticia colosal. Jugó tan bien, con tanta prestancia, que la gente le ovacionó en varias fases del encuentro. Lo merecía. A su alrededor no encontró ayuda. Beckham osciló entre lo irrelevante y lo decepcionante. Sólo cuando se movió por la banda derecha, y eso ocurrió durante diez minutos en la primera parte, hizo alguna cosa de interés, como el delicado pase a Salgado, que entró por el carril como un obús y puso el centro. Luego, vino lo mejor: Ronaldo arrancó desde los tres cuartos, ingresó en el área, frenó, contactó con la pelota y se la acomodó con el pecho, antes de girarse y volear maravillosamente. Un golazo.
La Real había equilibrado el encuentro con entusiasmo y algo de descaro. No le sobró juego, pero comenzaba a dar problemas al Madrid. Tenía mérito con tantos jóvenes. Se encontró con lo mejor de Ronaldo y lo pagó en el gol. Lejos de quebrarse, se mantuvo en el partido. El Madrid regresó a su pesadez habitual. El estado de Zidane es alarmante. No le ayuda su posición en el campo, tirado en la banda izquierda, donde sufre visiblemente. Obligado a perseguir a Zubiaurre, dio muy pronto signos de fatiga, que se trasladaron al juego. No encadenaba pases, no recordaba sus famosos controles. En la otra banda, Figo está cada vez más cerca de reproducir el efecto Villarroya. En los tiempos de la quinta del Buitre, Villarroya tenía una participación en el juego tan alta como desesperante. Iba y venía; amagaba, continuaba, regresaba. Y no ocurría nada, excepto la desesperación de los compañeros, que querían un pase rápido.
El Madrid se enredó y la Real sacó provecho de la conexión Kovacevic-Nihat. De eso vive el equipo en estos momentos de transición. En el gol del empate la conexión fue perfecta: Kovacevic saltó al centro desde la izquierda, dejó la pelota a media altura, impecable para un buen rematador. Nihat la clavó. Un remate violento que enmudeció al Bernabéu. Comenzaron los reproches, el amago de bronca, las pasiones habituales del fútbol. Pero eso no es nada comparado frente a lo verdaderamente crucial: la indignación ante el terror, la respuesta ante la amenaza; la vida, en fin.
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