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Reportaje:GRANDES REPORTAJES

Generación importada

Más de 20.000 niños de más de 35 nacionalidades han sido adoptados desde 1995. España es el segundo país del mundo que más adopta, sólo después de EE UU. De bebés a preadolescentes, una generación de españoles nacidos en Rusia, China, Rumania, Colombia o Etiopía crece con nosotros.

Luz Sánchez-Mellado

"Vadik, Shasha, Santi…". Santiago Puch Astudillo, de tres años, pasa revista a los amiguitos que sonríen con él a la cámara. Es una foto de despedida. Ese día, hace cuatro meses, Santi se llamaba Vladímir y vivía con Vadik, Shasha y otros 30 niños en un orfanato de Kemerovo, una ciudad de medio millón de habitantes en el corazón de la Siberia ex soviética. Hoy enseña ufano la fotografía de su último día en Rusia en su casa nueva, donde vive con sus padres españoles en Madrid. Tiene una tienda de campaña plantada en el salón.

Santi es un recién llegado a una quinta muy particular. Los más de 20.000 niños de más de 35 países que han sido adoptados por españoles desde 1995, cuando entró en vigor el Convenio de La Haya de Adopción Internacional. Un fenómeno que empezó discreto, con unas 900 adopciones anuales, pero que ha experimentado un auge espectacular hasta llegar a las 3.951 adopciones constituidas en 2003. Una cifra que convierte a España en el segundo país del mundo que más adopta fuera, sólo tras Estados Unidos (21.616 adopciones en 2003) y lejos del tercero, Canadá (1.925 en 2002).

La de Santi es sólo una de las muchas más de 20.000 historias escondidas tras cada adopción internacional. Cada una daría para al menos tres novelas. La tragedia de unos padres llevados al extremo de entregar a sus hijos a la Administración de su país con la certeza de no volver a verlos jamás. La peripecia de unos españoles dispuestos a dejarse investigar de arriba abajo e invertir de dos a cuatro años y de 14.000 a 20.000 euros para obtener, criar y educar a un hijo quién sabe de quién. Y por supuesto, la aventura de unos niños abandonados a su suerte al menos una vez y trasplantados a otra tierra, otra familia y otra cultura sin más -ni menos- abono que el amor de unos perfectos desconocidos.

Alguien, algún día, en algún lugar, escribirá la primera novela. La segunda y la tercera se viven a diario en miles de hogares, puerta con puerta con el suyo. Algunos de sus protagonistas nos han permitido echar una mirada a su odisea cotidiana.

01 El camino a Santiago.

David Puch, informático (40 años), y Teresa Astudillo, empresaria (41). Padres de Santiago (3), adoptado en Rusia en agosto de 2004. El proceso les ha supuesto dos años de espera y 24.000 euros de coste.

-Si le decimos que no la primera vez, hay que mantenerlo. Quítale las tijeras, papi.

-Tienes razón, mami. Santi, dame las tijeras. Va, venga, no llores. Cógelo, mami.

David y Teresa están aprendiendo a ser padres sobre la marcha. Como todos. Lo que sucede es que su hijo ha venido a casa con tres años de vida y tiene ideas propias. Se han saltado el embarazo y los pañales, y han aterrizado en plena fase de negociación permanente. Esta pareja "en luna de miel" con su hijo recién llegado clava el perfil de los españoles adoptantes en el extranjero. Un matrimonio de entre 36 y 47 años (84%), con estudios secundarios (86%) y más de cinco años de convivencia previa (94%). Santi procede de Rusia, el país de la mayoría (30%) de los adoptados en 2003. Fin de las coincidencias. Cada adopción es un peregrinaje, y el camino hasta Santiago fue único. En cierto modo, con él en casa, sólo acaba de comenzar. Lo cuenta Teresa.

"Queríamos ser padres, pero no a toda costa. Por eso, antes de embarcarnos en una fecundación in vitro de resultado incierto, decidimos adoptar. Tuvimos la primera charla en enero de 2003. Demoledora. Sientes que te infravaloran, que te tratan como a niños pequeños; pero luego se te presentan todas las dificultades de las que te hablan y algunas más. En la adopción internacional hay una serie de pasos oscuros, delicados. El dinero que hemos invertido en el proceso es el mejor gastado de nuestra vida. Pero no todo es tan transparente como debiera. Se pagan cosas en negro, hay conceptos dudosos, pasas por determinados aros. Todo por tener a tu niño".

"Siempre pensamos en Rusia. A David no le importaba tanto, pero yo admito que para mí la etnia era fundamental. No es racismo, pero quería que mi hijo no fuera demasiado distinto a los niños de su entorno. Le vamos a pedir un esfuerzo enorme para integrarse en un mundo nuevo, y no quería ponerle una traba más. Así que nos sometimos al examen de idoneidad pensando en un niño ruso, razonablemente sano y menor de cuatro años. Sinceramente, no nos sentíamos capaces de criar y educar a un niño mayor o con problemas serios de salud. Después de meses de papeleo, la agencia de adopción nos avisó de que teníamos que ir Kemerovo, Siberia, para conocer al niño que nos había preasignado la Administración rusa".

"No sabes si es niño o niña, si está sano o enfermo. Sólo que hay un niño para ti. Tras cinco horas de vuelo Madrid-Moscú y otras cuatro a Siberia llegamos a Kemerovo. El director del orfanato nos dijo: 'Es niño, se llama Vladímir, tiene tres años, mide 86 centímetros, pesa 11 kilos y tiene caries y retraso en el habla. Fue abandonado en el hospital y ha vivido con su abuela hasta hace cinco meses'. Fin. Estábamos histéricos. Allí el pediatra eres tú, y aunque íbamos con la lección aprendida, no sabíamos a qué nos íbamos a enfrentar. En ésas, trajeron al niño. Era tan guapo que parecía una niña, y nosotros estábamos tan tensos que pensamos que había gato encerrado. Nos pasamos la tarde jugando con él, examinándole. No hablaba y temíamos que fuera autista, o sordomudo, pero cuando vimos cómo entendía y obedecía a la cuidadora, nos relajamos. Volvimos a Madrid exhaustos. Y por fin, en agosto, volvimos a por Santi".

"Sí, le cambiamos el nombre. Vladímir era demasiado extraño, y además era tan pequeño que parecía que le venía grande. Aunque desde que está en casa crece por días, ya lleva cuatro centímetros. En el hotel de Kemerovo se llegó a comer un potito frío, pero ahora se ha hecho más melindroso y exigente. Hay que tener cuidado con malcriarle. Tenemos el trastero lleno de juguetes. Si le damos todo lo que le regalan es una locura. Nos tomamos parte de la baja maternal juntos, pero cuando David volvió a trabajar me superó la situación. Llámalo depresión posparto si quieres, pero me agobiaba estar sola con alguien a quien le haces tanta falta. Ahora estamos más centrados, aunque también discutimos más: cómo tratarle, cómo educarle. Vamos al día. Sólo nos falta entendernos con él del todo. Enseguida empezó a hablar español. Primero, monosílabos; luego, papi y mami. Ahora está con los colores, en el cole. Lo que más nos inquieta es lo que no sabemos de él. La mochila que pueda acarrear. El primer año de vida es fundamental en el desarrollo, y de ese tiempo nunca sabremos nada. Probablemente no será deportista de élite ni físico nuclear. Da igual. Es Santiago, nuestro hijo".

02 Flavio y sus hermanos.

Juan Bombín (49 años, pediatra) y Olga Brito (47, enfermera). Padres de Flavio (10), Cristian (7) y Bianca (3), hermanos biológicos, adoptados en Rumania en 2000.

Hace un par de semanas, Flavio le dijo a su profesora de naturales que no iba a traerle los deberes. "Teresa", le espetó, "no puedo hacer la ficha sobre cómo se sienten las embarazadas porque mi mamá no me ha tenido nunca en la tripa y yo no sé cómo se sintió la otra madre en Rumania". Cuando se enteraron de la salida del primogénito, Juan y Olga soltaron aire. Todo va bien.

Flavio sabe que es adoptado desde la Semana Santa de 2000. Tenía seis años y llevaba uno viviendo en el orfanato de Satu Mare (Rumania) con sus hermanos Cristian, de tres, y Bianca, de 10 meses, cuando le avisaron de que esa tarde iban a "venir unos papás" a verle. Eran Olga y Juan. Una pareja española que, después de varios intentos fallidos de fecundación in vitro; meses de reflexión antes de decidir adoptar; dos años y medio de trámites, esperas y vaivén emocional; un vuelo Madrid-Bucarest, y una noche de tren hasta Transilvania, iban a conocer a sus hijos. Tres hermanos entregados en adopción "por situación de pobreza extrema" cuya foto habían recibido hacía cinco meses. Lo tienen grabado a fuego.

"El juez rumano nos permitió conocer a los niños en la primera visita al país. Fue en una especie de sala de juegos del orfanato. Nos dieron a Bianca en brazos. Ni siquiera gateaba. Flavio vino corriendo a abrazarnos. Nos llamaba papá y mamá, estaba muy contento y muy nervioso. Cristian era más tímido. Iba y venía como autista detrás de su hermano. Fueron cinco horas y nos parecieron cinco minutos. Tuvimos que volver a España y esperar otros dos meses para ir a recogerlos".

"Nos los trajeron a Bucarest, donde habíamos alquilado un apartamento. Esta vez fue Cristian el que corrió a abrazarnos. Flavio no había comprendido por qué no nos lo llevamos en abril y estaba enfadado. Le duró poco. Se quedaron fascinados con la bañera y los metimos a jugar en el agua. Luego se pusieron morados con los yogures, la fruta y el fiambre que habíamos comprado. Por la tarde estaban los dos con diarrea. Bianca venía con bronquitis. Tuvimos suerte de que Juan se hubiera llevado su maletín de pediatra. Pero quien peor estaba era Cristian. Desnutrido, muy débil, tenía la tripita abombada y unos parásitos intestinales que no se le quitaron hasta llegar a Madrid, con un medicamento que nos trajeron de Alemania".

"Flavio era el más fuerte. Cuando llegamos a casa oyó niños en la piscina de la urbanización y salió pitando. Aún no ha entrado. Nunca ha tenido problemas con el idioma, ni de relación con otros niños. En el colegio, sin embargo, ha tenido que pagar el peaje de venir mayor. Como tenía seis años, tuvo que entrar directamente a primero de Primaria. Con dos meses en España, sin saber bien el idioma y sin haber visto un lápiz, se juntó con niños que ya sabían leer y escribir en español. Ha tenido que repetir segundo y no lo entendía. Le hemos pedido un esfuerzo extraordinario, y encima parece que le castigábamos. Pero se ha adaptado y está tan contento".

"Los primeros días en casa fueron de locura. Te dabas la vuelta y te tropezabas con algún niño. Aún emociona recordarlo. Juan había aprendido rumano con Iliana, una profesora amiga, y pensábamos que ella podía ayudarnos a mantenerles el idioma a los niños. Vino a casa cargada de regalos, pero Flavio no abrió la boca. 'Yo quiero hablar la limba castellana', dijo. Y no hubo manera. De todas formas, siempre contratamos a mujeres rumanas para que nos ayuden en casa. Aquí viven muchos inmigrantes, y nos gusta que los niños tengan presente su origen y que hay personas distintas en todas partes. Les cocinan salmale, les hacen huevos pintados para Pascua. Ellos saben perfectamente de dónde son. Flavio vivió cinco años con su familia biológica. Recuerda su casa, unos campos de girasoles, un día que fue en una carreta a coger uvas. Bianca no se lo plantea, pero le encanta ver la cinta 'de bebé en Rumania'. Éste es un camino que se hace todos los días. Cuando llegue la adolescencia y las grandes preguntas tendrán esa base. ¿Qué nos pueden reprochar, que por qué les trajimos? Pues porque pensamos de corazón que era por su bien".

03 Último tren, Etiopía.

Pilar Téllez (46 años), profesora, e Ignacio Marcet (45), director de logística. Padres de Marc (20), hijo biológico de Pilar; Aída (9), hija biológica de ambos, y Mar-tha (3), adoptada en Etiopía en 2003.

El proceso les llevó 10 meses y 9.000 euros. El 22 de diciembre es fiesta en casa. Es el cumpleaños de Martha, la pequeña de la familia. Nadie sabe la fecha de nacimiento de esta niña etíope de etnia amara, abandonada al nacer y criada durante su primer año de vida en el orfanato de las hermanas de la Madre Teresa de Calcuta en Addis Abeba. Pero sus padres están tan contentos de tenerla que le han adjudicado el día del sorteo de Navidad: "Cuando nos dicen que a Martha le ha tocado la lotería no saben lo equivocados que están. El gordo nos ha caído a nosotros". Y se explican.

"Queríamos ser padres de nuevo y además darle un hogar a un niño. Ya sabemos lo que es la paternidad biológica. No necesitábamos otro embarazo. Así que le planteamos a los chicos la posibilidad de adoptar. Reacciones opuestas. Aída, encantada. Se moría por una hermanita. A Marc no le gustó mucho la idea. Bastante tenía con ser el canguro de su hermana como para pensar en empezar de nuevo. Pero seguimos adelante. Es curioso pasar por un examen de idoneidad para ser padres habiendo criado a dos hijos. 'Si no aprobamos, os los devolvemos', bromeábamos con el psicólogo. Pero entendemos que haya que pasar por esto. La responsabilidad de entregar un niño es enorme".

"La elección de Etiopía fue casual. Se acababa de acreditar una agencia de adopción catalana en ese país y nos aventuramos. De hecho, fuimos la tercera familia catalana que adoptó allí. Fue todo muy rápido. En 10 meses habíamos obtenido la idoneidad, hecho el papeleo y estábamos en Addis Abeba a por Martha. Habíamos visto su foto. Pero la que encontramos era otra niña. Tenía sarna, hepatitis A, diarrea, vómitos, bronquitis y algo raro en las piernas que resultó ser una luxación bilateral de caderas que, de vuelta a Barcelona, requirió una operación, un mes de hospitalización y nueve meses de inmovilización hasta que Martha empezó a andar".

"Las monjas hacían lo que podían, pero las condiciones del orfanato eran lamentables. Si uno cogía hepatitis, la cogían todos. Estamos seguros de que, de haber seguido dos semanas más allí, Martha no hubiera llegado a su 'fiesta de los dos años', una especie de bautismo para los etíopes, dado que más del 13% de los bebés muere antes. Esos primeros días, en el hotel de Addis, a la espera del juicio de adopción, Martha estaba triste y enferma. Tardó en curarse, pero la tristeza le duró poco. Era la alegría del hospital Sant Joan de Deu, donde la operaron. Y en casa, un terremoto. Conquistó enseguida a Marc, el escéptico. Con Aída fue amor a primera vista. Con sus correspondientes celos, sí. Aída es la destronada, es inevitable. Ella misma se llama la mitjaneta [mediana]. Pero se adoran, y Martha la imita en todo, es su ídolo. Tienen una relación preciosa".

"Es exactamente igual que tener un hijo biológico, pero con un plus, el de verla crecer sana y feliz. Fíjate si la sentimos hija nuestra que no la vemos negra. No es broma. No ves su color, sólo amor. Ella sí que se ve distinta. El otro día, en un híper, corrió a decirme: 'Mamá, mira, un señor de Opía'. Había visto a una familia negra y entendió que eran como ella, 'de Etiopía', y no 'de Badalona', como mamá y papá".

"Le encanta ver el vídeo que le hicimos allí. Ella sabe que es de otro país y queremos que esté orgullosa de ello. Eso es lo único que nos preocupa. Que algún día se sienta discriminada por su color. Ahora es pequeña y mona, y es como los cachorritos, le hace gracia a todo el mundo. Pero cuando sea mayor, alguien le dirá negra despectivamente. Nuestra responsabilidad es darle las armas para poder responder con orgullo. Por eso, sobreprotegerla es absurdo. Al revés, hay que educarla con los pies sobre la tierra".

04 Esperando a Sabrina.

Celeste Sainz (39 años), ejecutiva de publicidad. Ha obtenido el certificado de idoneidad para adoptar y está a la espera de que le asignen una niña china.

Celeste es una monoparental, el poco eufónico nombre de los padres sin pareja en la jerga de la adopción. Son minoría. Sólo un 13% de los españoles que adoptan lo hacen solos. De ellos, el 92% son mujeres. A los monoparentales se les exige los mismos requisitos que a las parejas, pero sus opciones se restringen. Pocos países les aceptan. China es uno de ellos. Allí vive la futura hija de Celeste.

"Siempre he querido ser madre. Creo que no voy a estar completa hasta tener un hijo. Incluso de joven me rondaba la idea de la adopción. Pero fue a los 37 años cuando me decidí. Te asientas profesionalmente; ves que vas cumpliendo años, que no cierras una estabilidad sentimental y que no puedes esperar mucho más. Descarté la inseminación artificial. No tengo la necesidad de llevar un hijo dentro para sentirme madre, y ya hay muchos niños en el mundo que necesitan una familia. Pero la adopción no es una obra de caridad. Lo importante es el niño, no fallarle cuando llegue. Si tienes dudas sobre eso, mejor no sigas, porque el proceso es largo. Y duro".

"Creo que está pensado para darte oportunidades de desistir. La primera charla informativa es devastadora. Te presentan con toda crudeza lo que es una adopción internacional. Que vas a tener que esperar, que pagar, que pasar mucha incertidumbre y ansiedad para, al final, obtener un hijo cuyo pasado es una incógnita, de otra raza, otro país, otra cultura. Un niño completamente ajeno a ti. Si no estás seguro, te hunden. Y más si vas a adoptar en solitario. Estás sola para lo bueno y para lo malo. Pero seguí".

"Ya había decidido que iba a adoptar en China. Siempre me han rebelado las dificultades que sufren las mujeres allí. Además, me enteré de que es uno de los países más rigurosos, y a mí me preocupa más la garantía y la limpieza del proceso que el hecho de que la adopción pueda ser más rápida en otro sitio. Prefiero una niña, y en China la probabilidad de que te asignen una es casi total, así que mi hija será china. Tengo claro que va a saber que es distinta cada vez que se mire al espejo".

"Por mucho que te lo imagines, el examen de idoneidad te sorprende. Olvídate del pudor. Tienes que desnudarte emocionalmente delante de dos desconocidos: un psicólogo y un trabajador social que te interrogan. Cuántas parejas has tenido, cuánto duraron, por qué has roto. Van a ver tu casa; preguntan a tu familia, a tus jefes, a tus amigos. Adoptar en secreto es imposible. A los padres biológicos no les someten a investigación, nadie les exige aptitud para procrear; pero en la adopción es la Administración quien te va a confiar a un niño, y su obligación es asegurarse de que eres idóneo para educarlo".

"El momento en que te dan el certificado de idoneidad es muy emocionante. Debe de ser como si te haces la prueba de embarazo y da positivo. Yo me siento así, embarazada. Sé que voy a tener un hijo. Por eso he empezado a leer revistas de padres, he hecho obra en casa para prepararle su habitación, incluso he mirado guarderías. Lo que pasa es que no sé cuánto va a durar la gestación. En la agencia de adopción que he contratado calculan que año y medio. En China, los adoptantes monoparentales sólo son el 8%. Eso quiere decir que, de cada 100 niños disponibles, sólo ocho son destinados a hombres o mujeres solos. Así que paciencia. En este periodo de espera nadie te informa, y a veces me siento sola. Te vienen muchos pensamientos. ¿Seré capaz yo sola de llevar adelante una familia? Porque eso es lo que vamos a ser. Una familia. No me cierro a una relación estable con un hombre cuando tenga a mi hija, ni a la posibilidad de ser madre biológica. Pero ya no seré Celeste. Seremos Celeste e hija. Lo más extraño de todo esto es pensar que en algún lugar de China hay una niña que me está esperando. No sé nada de ella. Sólo que, además de su nombre, se llamará Sabrina. Sabrina Sainz, mi hija".

05 Primos sin fronteras.

Francisco Rúa (41 años), ingeniero, y Ángeles Núñez (40), sanitaria. Padres de Judith (10) y Gustavo (8), hermanos, adoptados en Colombia en 1997.

El proceso les llevó cuatro años y 10.000 euros.

Eugenia Rúa (44), administrativa, y Carlos Ramírez (46), empresario. Padres de Clara (10) y Claudia (4), adoptadas en Brasil y China en 1994 y 2002. La adopción de Clara supuso unos 5.000 euros; la de Claudia, 12.000.

Clara, Judith, Gustavo y Claudia son primos hermanos, pero nacieron en hemisferios y continentes diferentes. Si se toma un mapamundi y se pincha un alfiler sobre Matupá (Brasil), Zitaquirá (Colombia) y Kuming (China), sus ciudades natales, se dibuja una flecha que no roza España ni de lejos. Pero es aquí donde le salieron los dientes a Clara. Donde se le cayeron los de leche a Judith. Aquí rompió a hablar Gustavo y Claudia aprende a patinar. Ésta es su casa.

Los hermanos Francisco y Eugenia Rúa, y sus respectivos esposos, son dos de las parejas pioneras de la adopción internacional en España. Primero fueron Eugenia y Carlos. Hace 10 años, mucho antes del boom, se sometieron al proceso de idoneidad para poder adoptar y, con él en la mano, se plantaron en Brasil sine die para encontrar a su hijo. "En aquella época", recuerda Eugenia, "la legislación brasileña permitía la adopción de recién nacidos, y pudimos adoptar una niña con sólo 15 días". Un mes después volvían a Getafe (Madrid) con Clara en brazos.

La adopción de Claudia fue más convencional. En 2001, en pleno auge de la adopción internacional, eligieron China como cuna de la futura hermana de Clara. Querían ir sobre seguro. "El proceso fue perfectamente reglado. Había un convenio con China. Funcionaban las agencias de adopción. Ya no era, como la primera vez, una odisea. Renovamos el certificado de idoneidad. Contratamos una agencia; cumplimos el papeleo, los plazos y los costes de rigor, y fuimos a por Claudia a Kuming, en la provincia de Yunang".

Clara tuvo su hermanita. Primos, ya tenía. Sus tíos Paco y Angelines habían tenido hijos. Francisco Rúa y Ángeles Núñez habían adoptado en Colombia en 1997 a dos hermanos biológicos, Judith y Gustavo. Claudia es la última en llegar a una familia sin fronteras.

La extraordinaria aventura personal de los hermanos Rúa queda en casa, pero Paco y Eugenia no se conformaron con vivirla en privado. "Fuimos pioneros. No sólo en el proceso de adopción internacional, sino en el de integración de nuestros hijos. Ahora, adoptar fuera está bien visto, es casi una moda; pero en esos años eras 'fulanito, el que ha adoptado porque no puede tener hijos'. Y cuando traías a tu niño era 'el adoptado', porque ahora es normal ver aulas mestizas, pero entonces, ni en el colegio, ni en el médico, ni por la inmigración, ni por la adopción, era corriente la presencia de niños de otras etnias en España. Hemos pasado lo nuestro".

Por eso, para compartir su experiencia cotidiana en la crianza y educación de sus hijos y orientar a los futuros padres en el laberinto de la adopción, Paco y Eugenia fundaron en 1997 la Asociación Atlas, promotora de lo que hoy es la Coordinadora de Asociaciones en Defensa de la Adopción y el Acogimiento (Cora), entidad que agrupa a 20 colectivos de padres adoptivos en España. Sus sitios en Internet: asatlas.org y coraenlared.org, son dos de los oráculos de los futuros y presentes padres adoptivos del país. Nadie mejor que ellos para cuantificar el peaje que conlleva buscar, criar y educar a un hijo del otro extremo del mundo.

"Hay dificultades que das por supuestas.Vas a un país donde muchas familias no pueden cuidar de sus niños. Probablemente, tu hijo va a llegar con problemas de salud y desarrollo. Por muchos datos que tengas, su pasado emocional siempre será una incógnita. Va a necesitar un periodo de adaptación a una vida nueva. Un tiempo que va a depender de la carga que el niño traiga a su espalda. De su edad. Del tiempo que haya estado en el orfanato. Del número de veces que haya sido abandonado. Del sufrimiento que acarree. Ese periodo puede durar un mes o varios años, y no vale ponerse plazos. Porque una adopción no termina cuando traes el niño a casa, sino cuando tu hijo te adopta a ti".

Luego vienen otros retos. Paco Rúa ya prepara la Operación Retorno. "Tarde o temprano, tus hijos te van a pedir que les lleves a conocer sus orígenes. La adolescencia conlleva la construcción de la identidad, y Judith, a sus 10 años, está a las puertas. Prefiero adelantarme que llegar tarde". Así que las vacaciones de 2005 ya están decididas en casa de los Rúa-Núñez. Destino: Zitaquirá.

Padre a tumba abierta

Miguel (41 años), soltero, funcionario. Padre de Mijaíl (8), Yuri (9) y Natasha (9), adoptados en Ucrania en 2000, 2002 y 2004, respectivamente. Ofrece asesoramiento en foros de adoptantes en Internet.

Miguel no desea hacer pública su imagen. Tiene poderosos motivos profesionales, que explica, para evitarlo. Pero quiere ofrecer su testimonio, que él mismo califica de "caso exótico y nada habitual" para "romper algunos clichés" sobre la adopción internacional. Ese día había venido a Madrid a inscribir a su hija Natasha en el consulado ucraniano. La niña, recién llegada a España, cotorreaba en ruso con sus hermanos.

"Cuando inicié el proceso para adoptar a Mijaíl, en mi comunidad no tenían antecedentes de ningún soltero que hubiera solicitado la idoneidad. Tampoco estaba prohibido. Y la saqué. Elegí Ucrania porque hablo ruso y además podías gestionar la adopción sin mediación de agencia. Tampoco había preasignación de niños. El centro de adopciones ucraniano te da cita. Tú acudes al orfanato y te ofrecen lo que hay. Niños mayores, enfermos… Si aceptas, y el juez lo autoriza, te lo dan. Por todo eso dicen que Ucrania es un mal país para adoptar. Yo creo que no lo es más que otros. Lo que pasa es que los adoptantes no se enteran, o no se quieren enterar, porque la agencia que contratan se lo da todo hecho".

"Digámoslo claro. La adopción es un negocio. Los niños tienen precio. Se le puede llamar donativo obligatorio al orfanato, tasa de abogado, gasto sin justificar para agilizar trámites, pero es dinero a cambio de un niño. Es curioso ver la evolución de los adoptantes. Llevo cinco años observándolos en Internet. Al principio, en confianza, suelen hablar claro: 'Quiero un niño pequeñito y sano. ¿Dónde me lo dan más rápido y más barato?'. Entonces, los padres más avanzados en el proceso se les echan al cuello, olvidando que ellos empezaron igual, y comienzan a usar todos una jerga políticamente correcta. Sí, quizá esté siendo muy duro. Pero primero lo soy conmigo mismo. Cada vez que he adoptado un niño, he pasado los meses de baja paternal en Ucrania, con ellos. Cada uno ha visto cómo ha llegado su hermano. Han sido felices allí. Les hablo en ruso para que no asocien su idioma con los malos tiempos y el español con los buenos. Cuando adopté a Nastasha fui con ella a despedirme de su abuela, con quien había vivido hasta los siete años, sabiendo que eso era ilegal. ¿Kamikaze? Puede, pero prefería que la situación estallara allí a tener ese reproche toda la vida".

"No es fácil educar a estos hijos. Desde el primer día te retan, te ponen a prueba. Muchos adoptantes tienen el corazón tan abierto que corren el riesgo de criar pequeños tiranos. Son niños que han sufrido. No hay que idealizarlos. ¿Que traen una mochila? Claro. Cómo quieren que vengan, ¿en blanco? Me cabrean los que piensan que pueden modelarlos como una tabla rasa. ¿Que se pegan, que se tiran al suelo? Abrázalos. Los psicólogos no saben cómo tratarlos. Esto es nuevo para todos y hay que ir día a día. Me apaño como cualquier padre solo. Colegio, canguros, tirando de la familia si hace falta. No me cierro a relaciones serias, pero mis hijos son míos, no necesito una madre para ellos".

Santiago Puch
Santiago Puch

Diez años creciendo juntos

De los tres a los cuatro años, Cristian Bombín creció 11 centímetros. Era su primer año en España, donde llegó desde Satu Mare (Rumania) en junio de 2000. Victoria Fumadó, responsable de la unidad de patología importada del hospital infantil Sant Joan de Deu, de Barcelona, está acostumbrada a ver este tipo de crecimiento extraordinario en muchos de sus pacientes. Se podría llamar el estirón del afecto.

"Muchos adoptados vienen extremadamente bajos, pero al cabo de un año su crecimiento es el doble del esperable y se sitúan en patrones normales. Más que la alimentación y los hábitos saludables, que influyen, la responsable es la estabilidad emocional. La tranquilidad afectiva hace que el organismo segregue las hormonas de otra forma, unas alimentan a otras, y casi todos dan un estirón espectacular en los primeros meses. Incluso hay niñas que desarrollan una pubarquia precoz. Sí, el amor hace crecer".

Fumadó sabe de qué habla. Desde 1999 han pasado por su consulta 2.075 niños de 30 nacionalidades. Lo que fuera una unidad pensada "para el niño inmigrante o de viaje en el extranjero", se ha convertido casi en exclusiva en un centro de primera atención al niño adoptado. No es extraño. Cataluña es la comunidad autónoma con más adoptantes internacionales de España, a su vez el país del mundo que más adopta en el extranjero, tras Estados Unidos.

Amparo Valcarce, secretaria de Estado de Asuntos Sociales, está habituada a responder a la curiosidad de sus colegas internacionales sobre este peculiar récord. Ella cree que, además de otras causas demográficas y sociales -baja de la natalidad, demora en la decisión de ser padres, dificultad para adoptar definitivamente bebés sanos en España-, se trata de una "cuestión de valores". "En España, la familia es una institución básica. Es una sociedad solidaria, respetuosa, tolerante, que no teme a la diversidad incluso en el propio hogar. Estos padres demuestran gran confianza en la sociedad. Si temieran que sus hijos iban a ser discriminados no iniciarían un camino tan largo y duro".

Diez años después de la entrada en vigor del Convenio de La Haya parece buen momento para hacer balance de la experiencia. El Ministerio de Asuntos Sociales ha convocado para estos días en Granada unas jornadas con los colectivos implicados. Comunidades autónomas, asociaciones de padres adoptivos, ECAI (agencias o entidades colaboradoras en adopción internacional), médicos, psicólogos y otros profesionales relacionados con el fenómeno exponen sus reflexiones sobre el camino recorrido y sus demandas para el futuro. Porque, aunque se detecta cierta estabilización en el número de adopciones constituidas -3.951 en 2003-, la demanda sigue siendo el doble: 6.500 solicitantes al año.

Más de 20.000 menores (más niñas, 62%, que niños) de etnias y culturas diferentes (la mayoría son latinoamericanos, seguidos de europeos del este, asiáticos y, a considerable distancia, africanos) crece criada y educada por españoles. ¿Cómo está funcionando la combinación?

"La mayoría de los niños adoptados están muy cercanos a los compañeros de su edad en cuanto a autoestima, autoconcepto, desarrollo social y rendimiento escolar", sostiene Yolanda Sánchez, profesora de psicología evolutiva de la Universidad de Sevilla y coautora del primer estudio español sobre la evolución psicológica, social y educativa de estos niños. Después de investigar a 180 familias adoptivas, el informe, que se presenta ahora en Granada, concluye que "la Administración está haciendo un buen trabajo en cuanto a la valoración, formación y selección de las familias adoptivas, y los padres, por su parte, lo están haciendo muy bien en casa. La mayoría de los niños han encontrado en estas familias la medida de protección que necesitaban", resume Sánchez.

No es tarea fácil. Según el informe, el 70% de los niños llega con "problemas importantes de desarrollo", el 50% presenta "problemas psicológicos", y el 30%, "negligencia en el cuidado de sus necesidades básicas", aunque, "evaluados un año después de la adopción, el porcentaje baja a un 20%; algo superior, pero comparable, a la media general".

Los adoptados no son neonatos. Vienen con 38 meses de media, aunque hay desde bebés crecidos (muchas niñas chinas) hasta prepúberes (los niños rusos son los mayores). Cada uno con su historia. Cuanto más mayor, más capítulos. Y el final no es siempre feliz.

Ana Berástegui, psicóloga del Instituto de la Familia de la Universidad de Comillas, ha estudiado el aspecto menos grato de la adopción internacional. Las excepciones de las que nadie habla. Ese "1,5%" de adopciones que acaba con un segundo abandono del niño: el de sus padres españoles. Una tragedia tras el eufemismo técnico de familia truncada.

"Casi siempre son niños mayores de seis años, con historias muy difíciles, heridos, con problemas para los afectos. Pueden tener una conducta hiperactiva, de ansiedad. O al revés, depresiva, de aislamiento. Pueden ser muy agresivos, muy resistentes al castigo. Generalmente, ese cuadro va remitiendo con el tiempo. Pero esos mismos niños, dependiendo en qué familia se integren, evolucionan bien o no. Y algunas familias, bien por impotencia, bien por falta de apoyos, claudican". La mayoría, añade Berástegui, son parejas con hijos biológicos previos "que consideran injusto para sus otros hijos" hacerles partícipes "de lo que consideran un error propio". Entonces abandonan a un hijo que adoptaron ya abandonado. Su futuro está hipotecado. "Entran en el saco de las adopciones especiales nacionales. Suelen convertirse en carne de orfanato hasta los 18 años, porque nadie quiere adoptar a un niño rechazado dos veces, y luego en carne de calle, aunque sean herederos de señores españoles de clase media". Porque un hijo adoptado, como uno biológico, no se puede devolver. Es para toda la vida.

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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