El canto de la calandria
Los mismos que temen decepcionarse cuando conocen en vivo al artista admirado, podrían recelar de este libro de Claudio Rodríguez, que no forma parte del núcleo sustantivo de su obra, por si su lectura alterara la imagen de este poeta excepcional. Pues Claudio Rodríguez fue poeta, no literato, pese a que el recolector de estos escritos, Fernando Yubero, subraye la importancia y continuidad de su tarea como estudioso. La realidad es que ni siquiera como poeta fue prolífico, ya que para él la poesía era una gracia esporádica y no vitalicia, no obstante lo cual Claudio era poeta incluso cuando respiraba, y mantuvo hasta el final la mirada fundadora que caracteriza a los verdaderamente grandes. La maduración personal dio trabazón a su pensamiento, pero no apagó la fulguración de la claritas, ese don que viene del cielo, según dejó dicho en un verso definitivo. Mucho más que de las menudencias del mundillo literario, se ocupaba del vuelo circular de los vencejos, los mercados de ganado o el oficio de la cerrajería. Como el gorrión de uno de sus poemas, que abandona las alturas para merodear entre nuestros zapatos y ensuciar su pechuga de polvo, así él se entregó al mundo tan sin reservas que, por paradoja, no parecía de este mundo. Tomás Sánchez Santiago ha contado que, en cierta ocasión, lo invitó a leer unos versos en el instituto de Burgo de Osma. La noche de su llegada se alargó en naipes, copas y cigarrillos durante horas inacabables. La del alba sería cuando Tomás logró recluir a Claudio en el hotel donde se hospedaba. No mucho después, ya pleno día, regresó a recogerlo para conducirlo al recital, suponiéndolo dormido; pero en la habitación no había nadie. Tras buscarlo por trochas y veredas, al fin lo descubrió trepando afanosamente por una cuneta, embutido en un traje impecable. "Pero Claudio
LA OTRA PALABRA
Claudio Rodríguez
Edición de Fernando Yubero
Tusquets. Barcelona, 2004
242 páginas. 17 euros
...". "Es que -se justificó candoroso- había oído desde la habitación una calandria y bajé a escucharla mejor".
No de la calandria, pero sí del juego de la pelota o de la I mayúscula trata la recopilación de escritos en prosa La otra palabra, donde hay, además, numerosas consideraciones sobre poesía. La primera de sus seis secciones contiene su memoria de licenciatura, acerca del elemento mágico en las canciones infantiles de corro, y un estudio sobre el ritmo en Rimbaud. El autor no paga en su tesina el impuesto habitual de las necropsias académicas: no hay letra muerta ni notas enojosas -ni apenas de las otras-; sí, en cambio, una original indagación sobre un fenómeno que ayuda a entender la escritura de Don de la ebriedad: la atenuación del entramado lógico en aras (y en alas) de la música, cuyos elementos rítmicos acompañan y hasta suplantan a los conceptuales. Parecido interés tiene el segundo trabajo, tanto por la importancia del ritmo en su propia obra como por su tratamiento implícito de la entidad de un alumbrado, Rimbaud, que se tenía por divino ("Nous sommes hors du monde") y habitaba una infancia perpetua.
La segunda sección consta
de trabajos y artículos sobre poetas españoles contemporáneos: el 27 en buena parte, y la primera generación de posguerra (Bousoño, Morales, Hierro). La sección tercera versa sobre cuatro autores no españoles, dos de ellos afines a él (Leopardi, Rimbaud), otros dos mucho menos (Milton, Valéry). El apartado quinto reúne apuntes y divagaciones de tema vario, debidos a requerimientos periodísticos o de otro tipo, y el sexto recoge dos entrevistas que le hicieron Campbell y Juan Carlos Suñén respectivamente.
Para el estudioso de Claudio, la sección cuarta es, con la primera, la de mayor interés. En ella se integran dos poéticas de entidad muy desigual: la segunda subsidiaria, y en buena medida redundante, de la primera, con la que prologó Desde mis poemas en 1983. El carácter globalizador de la misma ofrece luces para el entendimiento del autor; unas luces, dígase, que a veces provocan similar deslumbramiento al de los versos (pero no son poesía), lo que va en detrimento del orden expositivo que tanto se agradece en estos escritos. Ese orden sí se muestra en un texto que no figura aquí, con el que encabezó su participación en una antología conjunta preparada por Ribes en 1963, bien es cierto que referido sobre todo a la reflexión sobre la poesía social y al formalismo temático del que allí mismo habló Valente.
Aunque se ha resaltado muchas veces la sustancia onírica de su poesía, el propio Claudio Rodríguez llegó a desdeñar el sueño como un trampantojo, y a considerar la contemplación como el estado superior de la conciencia: "El soñar es sencillo, pero no el contemplar". Y si el sueño se resiste ante los asedios de la palabra, no así la contemplación, regida por una mirada blanca tendida hacia las cosas que pueblan el universo: la misma mirada, las mismas cosas instauradas en esta otra palabra de un poeta imprescindible.
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