Leyendo bombas
A ETA le ha dado por jugar a ser la sombra de Al Qaeda, una especie de duende del terror. Practica ahora mismo un terror rememorativo, un remedo del gran terror, un aviso de que está en sus manos conseguir que lo que ocurrió puede volver a ocurrir: bombas simuladas a concejales, explosiones casi simultáneas en diversos puntos, etc. La ETA post 11-M escribe en potencial apelando al recuerdo. Es su forma actual de amedrentar, de seguir señalando su existencia y de seguir alimentándose -es decir, recaudando-. Un grupo terrorista, sin embargo, no puede perdurar asentándose en el podría, sino que tiene que dejar claro que puede. ETA podría haber provocado una masacre estos días pasados, podría, sí -es eso quizá lo que nos quiso dar a entender-, pero lo cierto es que no pudo hacerlo. Las razones de su impotencia no fueron de naturaleza humanitaria, sino de simple supervivencia. En su encrucijada actual, para seguir viviendo, o sea, para seguir matando, tiene que dejar de matar, y resuelve esa paradoja mediante el remedo.
Sé que es arriesgado lo que estoy diciendo, y lamento haber utilizado algunas expresiones poco afortunadas para darme a entender. La interpretación de sus acciones es uno de los efectos políticos que persigue la banda, interpretaciones que suelen acabar rubricándolas con un golpe sangriento. Vaya, que mientras exista no tendríamos que hacer distinciones entre puede y podría, sino considerar sus acciones, sean del tipo que sean, como actos criminales a condenar y perseguir. La modulación de los mismos, la escenificación de la sangre, suele ser subsidiaria a nuestras interpretaciones, y dejar de interpretar supondría algo así como dejar a ETA sin guión para su peculiar teatro de la crueldad. Se quedaría en terror puro, un terror sin sentido, pues el sentido de sus atrocidades generalmente lo solemos poner los demás.
Por fortuna, hemos ido aprendiendo a suprimir ese sentido añadido, y nuestro aprendizaje ha sido también fundamental para derrotar a la banda. Con la excepción de Carod Rovira y de algún otro megalómano despistado o resentido, hoy son generales las actitudes como la de la diputada de EA Begoña Lasagabaster, quien en una entrevista reciente se negaba a realizar una lectura política de los últimos atentados de ETA y los relegaba a la condición de terror puro. Una actitud bien distinta a la de Arnaldo Otegui, quien, lejos de condenar a la banda, no se cansa de pedir interpretaciones para las brutalidades de la misma. Necesidad de divulgar hacia fuera y hacer compartible un sentido que ya es sólo interior -interior a ETA e interior a Batasuna- a la relación entre ambas.
Batasuna no puede condenar a ETA porque la necesita para imponerse de manera ventajosa en el proceso de paz que auspicia. Y ETA trata de ceñirse al terror potencial, al podría, porque necesita a Batasuna entera para salir gananciosa de su derrota. El saldo de la muerte le resulta negativo en estos momentos incluso dentro de casa. Cocidas en su propio caldo, Batasuna y ETA necesitan exportar su encierro, generar sentido en boca ajena. Es lo que buscan sus últimas actuaciones, tanto el mitin de Anoeta como el reciente rosario de bombas: interpretación y necesidad ajena de algo que sólo es necesidad propia. Negociar un final al que ya muy pocos ven la necesidad de negociarlo.
Y bien, ¿qué es lo que puede desprenderse de todo esto? En primer lugar, que debemos tener las ideas claras y no renunciar a las enseñanzas deparadas por la larga experiencia de la lucha contra el terror. No se puede dar un paso en falso que sólo sirva para regenerar un entramado terrorista que se halla exangüe, y asumir los postulados de Batasuna y ETA en estos momentos, incluso para un proceso pacificador, puede implicar ese riesgo. Y no debemos interpretar el terror puro y las demandas que encierra, trasladarles un sentido del que carecen a costa de debilitar el nuestro, que sí lo tenemos.
Las instituciones democráticas existentes pueden ser mejoradas, pero no negadas de raíz desde un punto cero impuesto por organizaciones que han perdido el pulso mantenido con ellas. Las instituciones democráticas pueden ser generosas con quienes renuncian a atacarlas de forma criminal. Para ello es necesario que dejen de matar. Es la única interpretación que nos cabe hacer del terror actual, aunque sólo pretenda ser un remedo.
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