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Antonio Álamo fabula sobre la locura y el amor

Santiago Lizarrabengoa ingresa en el Hospital Psiquiátrico Penitenciario de Sevilla en 2001. Su delirio es Sara Carmona, su único amor. Éste es el arranque de El incendio del paraíso (Mondadori), cuarta novela de Antonio Álamo (Córdoba, 1964). El autor, que trabajó durante tres años en sucesivos borradores, indaga en los difusos límites entre cordura y locura, en los conflictos psicológicos que se producen en el hombre y la mujer "cuando una pareja no puede ni romper ni seguir viviendo junta".

"El amor no es lo más importante; es lo único importante". Este proverbio tibetano le sirve a Álamo, que es dramaturgo además de novelista, para arrancar esta historia psiquiátrica y amorosa, de prisiones y libertad, en la que estuvo metido durante una larga temporada, y no sólo desde su mesa: "Es una novela ficticia pero no fingida. Me gusta mezclar vida y literatura, y estuve varios meses documentándome y haciendo entrevistas con pacientes y médicos del Hospital Psiquiátrico Penitenciario de Sevilla. Luego montamos un taller de teatro y estrenamos una función con los pacientes".

El grupo que formó el que hoy es director del teatro Lope de Vega de Sevilla se llamaba Estrellas del Silencio, poético nombre para ese generoso grupo de discapacitados psíquicos que le sirvieron de modelo para su personaje principal, ese Lizarrabengoa que sufre una psicosis reactiva por desamor.

"Sí, el amor es la base de la cordura y de la locura", dice Álamo; "mucha gente enloquece de amor o de carencia de amor. Casi siempre la clave de la cordura es la renuncia, saber y poder renunciar a cosas. Por eso la muerte del amor es quizá la fuente número uno de estrés y de trastornos mentales".

En los tiempos del anuncio de la muerte de la novela, Álamo considera que es el género rey, "el más potente para revelar los secretos del alma humana". Él sigue compaginando géneros (periodismo, cuentos, guiones...) y defiende la validez del cruce: "Antes era muy común; en la generación del 98 casi todos hacían novela y teatro, y ahora asistimos a la hiperespecialización, que es una lacra: los poetas sólo leen poesía, parece que los novelistas ignoran lo que se cuece en el teatro... A mí me gusta cambiar constantemente".

"Me apasiona escribir novelas, porque como novelista eres el jefe de todo el tinglado, el actor, el director, el regidor... Pero no renuncio a ser dramaturgo, porque es muy bonito también compartir tus ideas y tu texto con otros creadores", concluye.

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