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Columna
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Herodes, en Navidad

El rey Herodes será este año la figura protagonista del Belén nacional, y el 28 de diciembre, la fiesta navideña por excelencia. El amor al prójimo y la paz para los hombres de buena voluntad no aparecen por ninguna parte en los mensajes que difunde estos días la jerarquía católica, que se defiende a capa y espada de los embates del laicismo feroz para conservar sus antiguos privilegios y seguir ejerciendo su tutoría moral sobre una sociedad voluntaria y mayoritariamente laica, mal que les pese.

Desear la paz sólo a los hombres de buena voluntad me pareció siempre una bendición a medias, no muy cristiana y políticamente incorrecta; no muy cristiana, pues excluye a los malevolentes, que son los que más necesitan esa paz porque predican el odio y la guerra; políticamente incorrecta, porque en su enunciado no incluye a nuestras prójimas. Por seguir mareando la perdiz de la semántica cristiana, lo de amar al prójimo (próximo) deja fuera a los extranjeros y a los extraños.

La Conferencia Episcopal Española ha adoptado la retórica de la Iglesia perseguida y militante, retórica de trinchera y barricada, pero en el fondo de su campaña bélica subyace y asoma la oreja el materialismo puro y duro, el riesgo de ver sensiblemente mermados sus ingresos aparece como la fuerza motora de su levantamiento, la inspiración de su pronunciamiento. El matrimonio homosexual, el divorcio exprés, el uso del preservativo o la investigación con células madre son maniobras de distracción, escaramuzas de una guerra no declarada, pero anunciada desde sus púlpitos y sus medios.

La tradicional tregua navideña no tendrá lugar este año porque el enemigo no descansa en Navidad; es más, aprovecha estas fechas para lanzar una ofensiva paganizante en la que colaboran sospechosos quintacolumnistas como Ruiz- Gallardón, que, a diferencia de su pío predecesor, no se muestra muy entusiasta con las exhibiciones públicas de religiosidad y prefiere repicar a ir en la procesión. El árbol de Navidad nórdico y herético lleva tiempo tapando con su mala sombra a los clásicos "nacimientos", una tradición degradada desde que el plástico sustituyó a la cerámica, el corcho y el musgo. El juego intergeneracional de montar el "belén" sucumbió ante la tentación que provocan los regalos primerizos que cuelgan de las ramas del abeto, los niños ya no juegan con pastorcillos, lavanderas, ángeles y soldados, ni se entusiasman por los trenes eléctricos, la realidad virtual de las consolas y los ordenadores desplazó por obsoletos esos viejos juguetes. Los Reyes Magos de Oriente tienen problemas en las fronteras de Occidente, en el imperio de Papá Noel son sospechosos y en los centros comerciales se festeja la consecuente reducción de puestos de trabajo eventuales, un solo Papá Noel suple a tres reyes con sus respectivos pajes.

Año tras año, en la feria navideña de la plaza Mayor, los artículos de broma y cotillón van arrinconando a las clónicas figurillas de la bucólica comparsa del portal. La costumbre de gastar bromas más o menos pesadas para conmemorar la degollina de recién nacidos decretada por Herodes suele producir estupefacción, cuando no escándalo, entre herejes y paganos. Aunque de forma simbólica y sin efusión de sangre, los bromistas se sitúan claramente de parte de los verdugos y se ríen muchísimo a costa de una masacre especialmente sanguinaria.

En el reparto de la farsa belenística de este año el tirano Herodes, el perpetuo y malvado antagonista, disputa su papel al trío principal. No están los ánimos para mensajes conciliatorios y pacifistas, la grey católica anda soliviantada por las soflamas de sus pastores y los políticos cristianos no parecen muy dispuestos a poner la otra mejilla y adoptan modos legionarios y guerrilleros.

Crispación en el Cielo y en la Tierra y en el horizonte de la urbe el fantasma del gran caos navideño, el colapso anunciado del tráfico que este año adquiere perspectivas aún más negras por la proliferación de las obras públicas y la amenaza de enajenados petardistas de baja intensidad y nula inteligencia.

Madrid, capital del ruido y de la ira, necesita una tregua, la está pidiendo a gritos, pero el estrépito urbano nos ha vuelto sordos.

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