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Reportaje:EL FUTURO DEL SURESTE ASIÁTICO / 1

Taiwan, la isla que no quiere ser China

Taipei y Pekín nunca han estado tan cerca económicamente, pero el desacuerdo político es casi total

El nombre oficial de la isla de Taiwan es República de China, pero la mayoría de sus 23 millones de habitantes no quiere ese nombre ni lo que representa: la unión entre la isla y la llamada República Popular China. Los taiwaneses quieren ser simplemente taiwaneses, pero los 600 misiles colocados por Pekín frente a sus costas les advierten contra cualquier intento de formalizar su independencia de facto. "No tenemos que declarar la independencia porque ya somos un país independiente y soberano, con nuestro Gobierno y nuestro Parlamento democráticamente electos", afirma el ministro de Exteriores Chen Tan-sun, quien, aunque no confiesa el año de su nacimiento, asegura que es un ejemplo de los avatares que ha sufrido la isla durante más de un siglo. Chen nació durante la ocupación japonesa de Taiwan (1895-1945); el régimen dictatorial implantado en la isla por el general Chiang Kai-shek, quien tras su derrota frente a los comunistas en 1949 se trasladó a Taiwan con su Ejército y seguidores, y obligó a Chen a exiliarse casi treinta años en EE UU, para finalmente volver a su tierra con el establecimiento de la democracia en la década pasada.

El 80% de la población taiwanesa prefiere mantener la actual situación

Nunca hasta ahora Pekín y Taipei habían estado económicamente tan cerca y políticamente tan lejos. Taiwan es la decimosexta economía más grande del mundo y desde hace dos años es el primer inversor exterior en China, donde tiene colocados 100.000 millones de dólares. Además, también desde 2002, China ha desplazado a EE UU como principal destino de sus exportaciones. Por el contrario, el desentendimiento político es casi total y, según el profesor Sheng Chihjen, de la Universidad de Tongwu, "no se descarta que pueda producirse un conflicto armado como consecuencia de un pequeño incidente o un fallo cualquiera".

"Nosotros no vamos a atacar, pero estamos forzados a defendernos. Debemos estar listos para protegernos. No consentiremos que nos ataquen sin más. Ésta es nuestra tierra y tenemos derecho a protegerla", afirma el jefe de la diplomacia taiwanesa al preguntarle sobre el proyecto de comprar 18.000 millones de dólares en armas a EE UU, el gran aliado de Taiwan.

A simple vista, nadie diría que la situación es tan grave. En Taipei 101, el edificio más alto del mundo, se trabaja las 24 horas del día para dar los últimos retoques a esta torre que simula una gigantesca caña de bambú y que debe inaugurarse oficialmente el 31 de diciembre. Para orgullo de los taiwaneses, Taipei 101 se ha construido con la tecnología sísmica más avanzada, que ha colocado en su interior una gran esfera que absorbe las vibraciones de los frecuentes terremotos que sacuden la isla, situada entre las placas tectónicas filipina y euroasiática. A sus pies se extiende un enorme centro comercial. Todo ello se engloba dentro de un gran complejo arquitectónico que pretende ser el corazón mercantil de Asia, desde el que se realicen buena parte de las operaciones de venta y compra de Extremo Oriente. Por el contrario, el ambiente se caldea en cuanto se entabla una conversación y la sombra de China se cierne sobre cualquier mirada hacia el futuro.

"Hemos luchado mucho por conseguir lo que tenemos y no lo vamos a perder", añade el ministro de Exteriores, que defiende el derecho de su pueblo a expresarse en referéndum sobre su futuro y considera que la comunidad internacional es "injusta" con Taiwan porque "la tensión la crea China". Pese a ello, Chen Tan-sun resalta la voluntad de su Gobierno por establecer un diálogo con Pekín "sin condiciones previas", coletilla, sin embargo, inaceptable para China, que ve en Taiwan una "provincia rebelde".

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Sólo el pragmatismo chino es capaz de hacer negocios en este clima de acusaciones mutuas, pero lo cierto es que a través del estrecho se mueven miles de millones de dólares y millones de personas, si bien unos y otros tienen prohibido cruzar las turbulentas aguas y están obligados a dar una larga vuelta a través de la ex colonia británica de Hong Kong o de la ex portuguesa de Macao. En la actualidad, más de un millón de taiwaneses se han establecido de forma permanente en el continente, principalmente en la ciudad de Shanghai y en la provincia de Fujian, que está justo enfrente de Taiwan.

Pekín, que se inventó la fórmula "un país dos sistemas" para recuperar Hong Kong (1997), Macao (1999) y la República de China (Taiwan), parece estar dispuesto a ser paciente siempre que "no le provoquen". Sin embargo, ni los más recalcitrantes prochinos aceptan esta fórmula, que consideran inaceptable para un país que ya goza de democracia y cuyo grado de desarrollo y bienestar social dista considerablemente del de China -la renta per cápita de Taiwan es algo inferior a la española y se sitúa en torno a los 13.000 dólares anuales, mientras que en el continente apenas supera los 1.000 dólares-. La mayoría de los taiwaneses, al imaginarse un futuro con China, lo ven al estilo de la UE, aunque fue eso lo que rompió, en 1998, las negociaciones entabladas seis años antes entre Pekín y Taipei. El entonces presidente de Taiwan, Lee Teng-hui, pidió que se considerasen conversaciones "Estado-Estado", lo que provocó el portazo de China.

"El Gobierno se ha embarcado en un juego muy peligroso. Habla de mantener negociaciones con Pekín pero utiliza el vocabulario de la provocación. Lo que el PDP busca es la independencia y su continua provocación a China daña las relaciones con EE UU, que quiere mantener el actual statu quo", dice Lien Chan, jefe de la oposición y líder del Partido Nacionalista (Kuomintang, KMT), que ha gobernado Taiwan desde que se fueron los ocupantes japoneses hasta que Chen Shui-bian ganó las presidenciales de 2000. Precisamente el statu quo es lo que prefiere, según las últimas encuestas, casi el 80% de la población taiwanesa. Los seguidores del PDP desean que se avance hacia la independencia, pero no quieren que se declare oficialmente por temor a que pueda desatarse una respuesta armada.

El profesor Sheng, de 36 años, sostiene que la manipulación de los partidos sobre la cuestión china ha abierto en la población taiwanesa una brecha de incalculables consecuencias que amenaza los cimientos sociales. "Hay familias divididas, amigos que han dejado de hablarse", dice.

Las elecciones presidenciales de marzo pasado las ganó el presidente Chen Shui-bian por poco menos de 30.000 votos, según confirmó el recuento ordenado por los tribunales tras las protestas del líder de la oposición Lien Chan. Seis meses después, y en plena campaña para las generales, Lien sigue empeñado en que el presidente "le robó" el cargo con la artimaña de un disparo, cuyo autor no ha sido hallado, 18 horas antes de abrirse las urnas. El líder del KMT afirma que las once horas que el presidente permaneció desaparecido por un rasguño desataron una corriente de dolor y simpatía que, unida a que el Gobierno declaró la ley marcial y dejó sin votar a 100.000 soldados -el Ejército es mayoritariamente votante del KMT-, inclinó la balanza a favor de la reelección del líder del Partido Democrático Progresista.

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