De paranoicos y ladrones
Era una de las películas esperadas en esta edición del Festival de Cine de Sitges, y la verdad es que no defraudó. Conocido ya internacionalmente tras su pase en el festival de Berlín, y con buenas críticas cosechadas tras su estreno estadounidense, en septiembre, El maquinista, la última producción de la Fantastic Factory, dirigida por Brad Anderson y protagonizada por un angustiado, y angustioso, Christian Bale obtuvo ayer un consenso amplio entre el respetable. También lo logró una película que nada tiene que ver con ésta, Arsène Lupin, del francés Jean-Paul Salomé, peripecia de aventuras sobre el celebérrimo personaje creado por Maurice Leblanc, una película de corte tan clásico como ritmo entretenido, con una espléndida Kristin Scott Thomas interpretando a la misteriosa condesa de Cagliostro.
Protagonizada por un Christian Bale que ha hecho de la delgadez (llegó a perder casi 30 kilos para el rodaje) la principal baza para obtener la angustia que transmite su personaje, el filme cuenta la progresiva paranoia que se apropia de un hombre que, por razones que no sabremos con claridad hasta el final, lleva un año sin dormir y es presa de constantes alucinaciones. Bale contagia al espectador tal sensación de fragilidad, su mirada está tan poseída por la locura que hace que el filme respire siempre un aire malsano, espléndidamente apoyado en una fotografía fría y de colores oscuros y metálicos.Brad Anderson controla el tempo narrativo, muy condensado y capaz de transmitir una sensación inquietante. Es un honesto, bien rodado e inquietante filme de género, una de esas sólidas propuestas que siempre logran hacerse en Sitges un lugar en el palmarés.
Pertenece Arsène Lupin, el otro gran personaje de la jornada, a esa tradición de los villanos postrománticos franceses: bandidos elegantes y mundanos que dejan siempre en mal lugar a la policía, que roban a los que se dedican al saqueo legal del mundo de las finanzas y, si queda un rato, también ligan con esplendorosas mujeres. La película de Salomé no se aparta ni un milímetro de la narrativa de Leblanc, aunque se benefia, como Vidocq, de las posibilidades que le bridan los efectos visuales de última generación para adornar las peripecias de su héroe.
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