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Columna
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El dinero de los inmigrantes

Joaquín Estefanía

No está demostrada la relación directa entre el desarrollo sostenible y las remesas que los emigrantes mandan a sus zonas de origen. Hay países que reciben mucho dinero de los ciudadanos que los abandonaron, y no han logrado nunca desarrollarse; y viceversa. Pero lo que sí es seguro es que para muchos países pobres, las divisas que llegan de sus ciudadanos en el exterior han devenido en la principal fuente de riqueza por encima de las inversiones extranjeras directas y de la ayuda al desarrollo. Los españoles sabemos algo de esto por nuestra historia reciente.

Aunque no hay datos totalmente fiables, se estima que en 2003 las transferencias legales en el mundo por remesas de emigrantes pudieron ascender a 150.000 millones de dólares, cifra que se duplicaría si se tuvieran en cuenta los canales informales de distribución de dinero. Ante montos tan espectaculares, las remesas se han convertido en estudio de organismos multilaterales como el Banco Mundial y en objeto de deseo por parte de bancos y otras entidades financieras, que han descubierto un nuevo semillero de ingresos. La semana pasada, tres entidades españolas -Bankinter, Caixa Galicia y Bancaja- anunciaban un nuevo servicio a través del teléfono móvil que podría canalizar esas millonarias remesas: con el móvil se puede sacar dinero del cajero automático o dar una orden para que otro cliente, en cualquier punto de la red de cajeros (incluso de otro país), pueda disponer de los ahorros. En definitiva, una sencilla y clásica transferencia por conductos tecnológicos sofisticados.

Las remesas también son protagonistas de la atención de los expertos. En el seminario sobre Alianza/Choque de civilizaciones, celebrado en San Cristobal de la Laguna (Tenerife) la pasada semana, con objeto del quinto aniversario de la declaración por la Unesco de esa ciudad como bien cultural patrimonio de la humanidad, se abordaron las principales características de unas remesas que han sido calificadas de "leche materna para los países pobres". En primer lugar, son dinero eficiente que viaja de persona a persona, sin intermediaciones de los Gobiernos y sin condicionalidades como las que los organismos internacionales tipo FMI o el Banco Mundial imponen a sus créditos. Segundo, son transacciones ágiles que no dependen de la volatilidad de los mercados, como las materias primas; su único riesgo son los tipos de cambio. Tercero: esas transferencias tienden a abaratarse, ya que su monto total ha estimulado la competencia de las sociedades financieras; algunas de ellas han visto crecer espectacularmente sus beneficios por este capítulo (la Western Union cuenta hoy con 170.000 agencias, esparcidas por 190 países de todo el planeta). Cuarto, las remesas son, por su propia naturaleza, parte de la política económica anticíclica de los países que exportan mano de obra: cuando disminuye el precio de una materia prima y el país que basa su economía en la exportación de la misma entra en crisis, más gente emigra para prosperar en otras partes, y más dinero reenvía a sus familiares.

Las transferencias de los emigrantes son uno de los dineros más favorecidos por el tipo de globalización que se ha construido. Son más abundantes porque ha aumentado el número de emigrantes en el mundo (más de 100 millones), porque la innovación tecnológica permite la libertad absoluta de movimientos de capitales (los mercados funcionan 24 horas al día, 365 días al año) y porque, como ya se comentó, se ha abaratado la intermediación. Se da así la paradoja filosófica que mientras los movimientos de capitales promovidos por el traslado de mano de obra de un sitio a otro son totalmente libres, los cambios de residencia siguen padeciendo de serias limitaciones.

El dinero de los inmigrantes ha devenido en una red de seguridad alternativa al Estado del Bienestar. Las remesas sirven para satisfacer las necesidades básicas de las familias de los que se van, para comprar vivienda, tierras, herramientas agrícolas o ganado, y en el extremo, para financiar el viaje de nuevos miembros de la familia que quieren emigrar. Es por ello que algunos Estados depredadores han estimulado la cultura de la emigración y prefieren que una parte de su población emigre y envíe los ahorros para que los que se quedan vivan mejor. Olvidando el inmenso dolor de la emigración y, en muchos casos, la esclavitud que estimula.

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