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Reportaje:PASEOS

Un lugar parecido al paraíso

Un recorrido por los espléndidos paisajes del Parque Natural de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche

Entre los 28 ayuntamientos y 43 núcleos de población que conforman el Parque Natural de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche (186.884 Has.) hay varios topónimos sospechosos. Entiéndase, que no parecen ni castellanos ni más o menos moriscos. Entre ellos, la misma "capital" de este peculiar territorio, Aracena; algún que otro lugar más recóndito, como Galaroza, y hasta la barbacana natural de esta gran fortaleza geológica, Aroche. Bien estudiados esos nombres, resulta que el primero bien podría proceder de aratz, lugar despejado y abierto, más '-ena', sufijo de pertenencia. El segundo vendría de un galar, carbón de castaño, más -oza, frío. Y el tercero de un arotz, que, según la consulta que se haga, lo mismo podría significar carpintero que herrero. Las tres raíces son euscaldunas.

Quiere significarse que desde muy antiguo fueron apreciadas por el hombre estas cumbres medianas, de perfiles suaves y humanizados por la persistente acción del laboreo y la forestación productiva, la implantación del castaño y la encina donde otrora reinó el roble. También de la lucha contra el lobo (el último fue abatido, dicen, en 1962), para permitir un tranquilo hozar a las piaras de cerdos. Sólo el humus del castañar, con su perfume agreste, levanta en otoño unos jirones de niebla, por entre los cuales fuera posible vislumbrar a los últimos cazadores del bosque.

El pico más alto es La Solana de los Bonales (1.040 m.), en Arroyomolinos de León, por donde queda el último reducto de aquellos robles, actualmente muy protegidos por la ley del Parque. Pero la gracia de estos montes está entre los 600-700 metros. Por ahí se suceden los sosegados paisajes de esta combinación perfecta de bosque mediterráneo y dehesa (jesa), que hará más entretenido el discurrir de las muchas rutas de senderistas. Aconsejo las que van de Fuenteheridos a Galaroza, de ésta a El Castaño del Robledo (reparen en la curiosa contradicción semántica de este nombre), y de Linares a Alájar. Por esta última no sería raro toparse con el fantasma de Arias Montano, huyendo todavía de la Inquisición. Pero es más seguro que nos salgan al paso barrancos y riachuelos rumorosos, que también se abren camino como pueden. Uno de ellos, El Rivera -así, con uve- de Huelva, abastece de agua a Sevilla, y otro, el Rivera del Chanza, se deja caer por la vertiente contraria y riega apacibles huertas hasta las sinuosas fronteras de Portugal.

El hecho es que ya las poblaciones primitivas de estos parajes se enamoraron de las cualidades, únicas, que surgen del milagroso engarce de tres factores: la referida altitud, la humedad reinante y la temperatura media del año. Sin eso, Jabugo no sería lo que es y los mejores restaurantes de toda España no tendrían reservadas en las bodegas de sus mataderos, como se aguarda la formación del mejor vino en las bodegas del tiempo, unas suculentas piezas del que sea posiblemente el manjar más aquilatado por la acción combinada de la naturaleza y del hombre: el jamón de los cuatro apellidos: ibérico, de bellota, de dos años y de la Sierra de Huelva.

A esta peculiar gastronomía hay que añadir las setas (gurumelos, tentullos, tanas, pinateles, gallipiernos...) como otras tantas joyas de la cocina serrana, que antaño también eran casi un secreto de familia, pero que van a provocar que ya mismo haya que ponerle puertas al campo. Tal es la cantidad de gentes que se han aficionado a rebuscar en las umbrías, como detrás de otros tesoros naturales.

De modo que no hay estación del año en que estas serranías no atraigan cada vez a un mayor número de curiosos. El invierno, por lo dicho; el otoño, como es ahora, por las tonalidades rojizas y amarillas en que se va diluyendo la compleja arboleda, donde el castañar conmuere con los cerezos y la chopera dedica una última oración, desde sus puntas de oro, al cielo frío. El verano, por el apetecido frescor. Y la primavera, por la explosión de flores silvestres, con hasta tres brezos, púrpura, blanco y rosa, que hicieron exclamar al personaje de cierta novela: "Este es un lugar parecido al paraíso".

Se va entendiendo que nada de esto sería posible sin lo principal: la personalidad del serrano y lo que tiene a sus espaldas. El hombre de estas latitudes intermedias vive un ser hecho también de contrastes. Primero, dentro mismo de lo andaluz, con querencias repartidas entre Sevilla y Huelva (Jabugo está a la misma distancia de las dos capitales; la segunda, como provincia, no se establece hasta 1833; antes todo fue Antiguo Reino de Sevilla, que llegaba hasta cerca de Badajoz). Luego, entre lo andaluz y lo extremeño. Y aún le tiran añoranzas de colonos leoneses, patentes en varios topónimos. En todo caso, son bien firmes los baluartes de la conquista sobre un territorio tan difícil, y tan duro de arrebatar. Lo prueba un aderezo de castillos formidables, como el de Aracena o el de Cortegana, levantados sobre otra mixtura: la de fortaleza guerrera y lugar de oración, en sola una pieza, es decir, el turbio poderío de los templarios, los integristas de entonces. Cortegana todavía acusa esas raíces en unas Jornadas Medievales muy vistosas, que se celebran en agosto, y a las que acude mucha gente, incluso demasiada.

Otras huellas imborrables denotan más mezclas. En el habla, desde luego. Es un decir el de estos habitantes igualmente entreverado. Pues siendo andaluz en lo esencial (aspiraciones, yeísmo -salvo un curioso islote de llamativo lleísmo en Valdelarco-) distingue perfectamente entre ese y zeta. El -ino de los diminutivos delata ascendencia extremeña. Y en cuanto al léxico, es tal la riqueza diferencial que le haría falta un tomo más al Diccionario de los señores académicos para recogerla siquiera en parte. Aquí a la acequia se le llama lieva; cerrar con llave es fechar, como en Portugal; y a la cría del cerdo se le llama piro, diga lo que diga el Atlas Lingüístico de Andalucía. No se molesten, ninguna de las tres viene en el DRAE, faltaría más. Claro que esto a los serranos, con su larga y paciente sabiduría, les importa un bledo. Y hacen bien.

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