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Columna
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Glorias

Una niña de Ayamonte ha sido triunfadora en Eurojúnior, una especie de festival infantil de la canción llamada ligera, aunque no faltan algunos -entre quienes temo contarme- a los que les resulta bastante pesada.

"Ha sido lo más grande que ha podido pasarle a este pueblo", según el veredicto entusiasta del alcalde. Ni la erradicación del paro, ni la solución del problema de la vivienda, ni la instalación de una fábrica, ni siquiera la aparición de un ovni. Nada de eso. Lo más grande que podía pasarle a Ayamonte es lo que por fortuna le ha pasado: que la niña María Isabel, de nueve años de edad, gane el Eurojúnior allá en las lejanías heladas de Noruega, adonde el alcalde se desplazó como integrante del séquito de la pequeña diva, ya que los deberes de la alcaldía suelen ser imprevisibles. "Éramos 12 personas, pero armamos más ruido y nos hicimos notar más que las 12.000 que había en el recinto en que se celebró el concurso", ha confesado el alcalde, tal vez con un menosprecio demasiado alegre no ya por las normas sociales básicas, sino también por la normativa contra la contaminación acústica que sin duda rige en aquel remoto reino. Pero se ve que el primer edil padece el mal del fan, y está dispuesto a recorrer miles de kilómetros para partirse la garganta jaleando al flamante mito local de la canción ligera en su modalidad infantil.

Una vez regresado de armarla a lo grande en territorio noruego, el alcalde melómano decidió armarla a lo grandioso en territorio nativo, de manera que convocó con carácter urgente una comisión de gobierno en la que se aprobaron tres acuerdos trascendentales, a saber: 1) nombrar a María Isabel hija predilecta del pueblo. 2) dar su nombre a un parque. Y 3) erigirle una estatua. Lástima que el Ayuntamiento de Ayamonte no tenga mano con las altas jerarquías vaticanas, ya que, de ser así, podría haber exigido al Santo Padre de Roma que iniciase los trámites para la beatificación en vida de la niña cantora María Isabel, intérprete del tema musical titulado Antes muerta que sencilla, que parece un eco de aquel lema conmovedor de santo Domingo Savio: "Antes morir que pecar".

Por lo demás, la niña fue recibida en el pueblo con castillos de fuegos artificiales, y cantó desde el balcón del Ayuntamiento, con el alcalde de palmero. Etcétera. Este curioso delirio de glorificación prematura puede traer consecuencias insospechadas. Entre otras muchas, que el pueblo se llene de estatuas. Imaginemos que los padres de una niña que ha sacado las mejores notas de todo el colegio reclaman para su hija los mismos honores municipales que se han concedido a María Isabel, y que esgrimen además el argumento de que es más importante que una niña triunfe en matemáticas que en canción ligera. Imaginemos que aparece un niño ayamontino de seis años que es capaz de recitar de memoria La canción del pirata y que exige que le erijan una estatua en actitud de rapsoda romántico y que le concedan de paso el título de hijo predilecto gracias a su condición de niño prodigio. Y así hasta el infinito, o casi.

Con la debida modestia, me permito sugerirle al alcalde de Ayamonte un reclamo para las elecciones próximas: "Ningún ayamontino sin estatua". O lo que viene a ser lo mismo: "Antes muerto que sensato".

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