La furgoneta interceptada en Cuenca tenía dinamita Titadyne y no Goma 2
La furgoneta-bomba de ETA interceptada por la Guardia Civil en Cañaveras (Cuenca) el 29 de febrero de 2004 ha sido relacionada con el 11-M por los últimos ex altos cargos del PP que han comparecido ante la comisión parlamentaria que investiga la matanza de Madrid, incluido el ex presidente José María Aznar. Este último defendió la existencia de "suministros comunes".
Sin embargo, los informes de los expertos en explosivos tanto de la Guardia Civil como de la policía son concluyentes: sus componentes no guardaban relación alguna con la dinamita usada en las mochilas-bomba del 11-M. Ni tampoco era un mero transporte de explosivos para su posterior reparto. Se trataba de una furgoneta bomba que ocultaba un artefacto integrado por 536 kilos de explosivo (506 de cloratita y 30 de dinamita Titadyne), entre los que no había ni un gramo de la dinamita Goma 2 ECO robada en las minas asturianas, que sería activado tras aparcar el vehículo ante el objetivo elegido. Los expertos no dejaron dudas: los materiales empleados en la confección del artefacto y el modus operandi coincidían absolutamente con los de ETA.
De hecho, este tipo de artefacto, Grosni, había sido utilizado por ETA en cuatro atentados desde 2000. Utilizaba el habitual explosivo de ETA, Titadyne, más cloratita; mientras que las mochilas bomba del 11-M se nutrían de Goma 2. La activación del artefacto etarra no necesitaba ni gran pericia ni ayuda de ningún comando establecido en Madrid. Bastaba con aparcar la furgoneta y poner en marcha el temporizador.
La presencia del artefacto dentro de la furgoneta, oculto en un cajón metálico rectangular, fue delatada por el propio conductor del vehículo, Gorka Vidal, al ser detenido por la Guardia Civil. Los agentes solicitaron la intervención de los artificieros del instituto armado (EDEX). Una vez desactivado el dispositivo de iniciación del artefacto, destruyeron su carga explosiva. El contenedor tenía las siguientes dimensiones: 145 centímetros de longitud, por 100 centímetros de altura y 96 centímetros de ancho. Sus planchas tenían cuatro milímetros de grosor y su interior estaba recubierto de brea y atornillado al suelo de la furgoneta. El interior ocultaba un artefacto explosivo cuidadosamente montado: 506 kilos de cloratita, con siete multiplicadores hechos con tubos de PVC, en cuyo interior se encontraban cartuchos de dinamita Titadyne, rodeados con cordón detonante. La cantidad de Titadyne empleada era de 30 kilogramos, y la longitud total del cordón detonante era de 90 centímetros.
El dispositivo de iniciación estaba oculto en una caja de caudales situada en la parte superior del cajón metálico, practicable a través de una trampilla. Constaba de un temporizador TC, que incluía un reloj digital Casio y un temporizador artesanal. En un lateral, debían ser conectados los dos detonadores que tenía el etarra que conducía la furgoneta.
Doble seguro
El reloj controlaba la hora de activación del artefacto usando la función de despertador, cuya señal eléctrica, en lugar de hacer funcionar el altavoz (retirado), pondría en marcha la máquina infernal.
El reloj contaba con dos seguros para evitar que el explosivo estallara involuntariamente, a diferencia de las mochilas bomba del 11-M, que no disponían de ningún tipo de seguro. Esta peculiaridad de los artefactos del comando islamista fue considerada por los artificieros como un elemento que alejaba su manufactura de los esquemas de ETA. El artefacto de la furgoneta, por contra, contaba con un conmutador o seguro de encendido, que cerraba o abría el circuito eléctrico entre el reloj y los detonadores, y, además, encendía el segundo seguro, un temporizador que garantizaba un retardo de 30 segundos. Por tanto, nada en común entre las caravanas de la muerte islamista y etarra: ni explosivos ni tecnología.
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