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Columna
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Muchos humos

El asunto del tabaco amenaza con entrar en una vía peligrosa, en la que se dibujan, con perfiles intransigentes, los bandos del tabaquismo y su contrario. La sociedad civil lleva camino de escindirse en esos dos campos, donde apenas va a quedar sitio para las posturas neutrales. Básicamente hay tres elementos: los que se encuentran aferrados y prisioneros del hábito, los que han fumado y consiguieron liberarse de la adicción -igualmente combativos- y los que nunca lo han probado, que se subdividen en quienes se sienten molestos por el humo y los indiferentes que sobreviven con poco esfuerzo en un ambiente contaminado. Que es una costumbre hondamente instalada en quienes la practican lo sabe bien quien esto escribe, titular de un avanzado enfisema pulmonar. Abandoné la práctica hace más de 25 años, demasiado tarde. El único argumento válido que suelo esgrimir ante los fumadores es que si pude dejarlo yo, teniéndolo muy arraigado, otro tanto es capaz de hacer cualquiera.

Espinosa cuestión en la que se pone de manifiesto la tibieza y desinterés que demuestra la Administración, cualquier Administración del Estado. Que sea difícil prescindir de los ingresos fiscales que produce no se compagina con el elevado gasto que los fumadores viejos producen sobre las cuentas de la Sanidad. Se intenta atacar el problema, aunque, entre nosotros, con pocas ganas. Que yo sepa, en los únicos ámbitos donde se ha desplazado el consumo del tabaco es en los cines y en los autobuses de la EMT.

¿Tiene remedio? La fuerza persuasiva o coactiva de la Autoridad no parece suficiente. Como es cómodo tomar los ejemplos donde los haya, puedo referir que no hace mucho, a mediados de septiembre, asistí al asombro y la indignación de una parienta cuando me llevó a un pub en el pueblo inglés donde reside y se encontró con un letrero en la barra, que proscribía el consumo de tabaco. Es cliente habitual y quiso iniciar una protesta. "Pero si ayer mismo...".

La respuesta del servidor fue un punto desabrida. "Pues desde hoy ya no puede usted envenenar mis pulmones ni los de mis compañeros". O sea, que quienes se proponen la prohibición, han encontrado aliados en uno de los lugares más clásicos de la Gran Bretaña, donde la gente va, especialmente, a beber y a fumar.

Claro que en muchos de ellos -que son propiedad de las empresas cerveceras- se sirven comidas y suelen ser amplios, lo que permite dedicar algún espacio a los fumadores. Un excelente reportaje publicado en las páginas de este periódico pormenorizaba el asunto y el riesgo obligado de los camareros en locales de copas, convertidos en fumadores pasivos y forzados.

Dudo de que en Madrid sea de utilidad la opinión de los empleados en estos locales, igual que nada pueden hacer para impedir el hecho asombroso de que en lugares infectados por el humo y los vapores alcohólicos acudan padres y madres con bebés en sus cochecitos, porque los mayores no quieren prescindir del aperitivo y les importa una higa arruinar el estado bronquial de sus hijitos del alma. A veces me pregunto si no es también competencia del Defensor del Menor, que parece más preocupado por el futuro de un presunto asesino que no haya cumplido los 18 años que del resto de la población infantil.

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Lo que puede comprobarse es la identificación y simpatías que despiertan los fumadores empedernidos entre los de su misma condición, hermanados por el mismo hábito, con más fuertes lazos que los que generen sentimientos políticos, religiosos o culturales. Acaban de prohibirlo en el Senado y antes lo estaba en el Congreso, aunque recuerdo haber contemplado con fascinación, desde la tribuna de prensa que ocupé durante unos años, cómo el diputado Carrillo encendía, en su escaño, uno detrás de otro el sempiterno cigarrillo. Llegué a pensar que don Santiago, en realidad, prendía el canutillo y no aspiraba, sino que soplaba. No alcancé la convicción absoluta.

Por ahora, la coacción está iniciada, pero son muchos los encargados de aplicarla que practican el mismo vicio (perdón por llamarlo así) y que carecen de fuerza moral para hacer rigurosa una prohibición que sin medidas duras y drásticas no parece que tenga claro futuro.

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