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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fundido en negro

La calidad del suministro eléctrico en España se deteriora a pasos agigantados. En apenas una semana, tres apagones han dejado a oscuras a cientos de miles de usuarios. Los dos más recientes sucedieron en Andalucía y Cataluña. Más de un millón de ciudadanos se quedaron sin luz en Sevilla, Huelva y Badajoz. Como en el caso reciente de Madrid, donde se quedaron a oscuras más de 250.000 madrileños, el conocimiento exacto de las causas técnicas no arroja luz -más bien todo lo contrario- sobre el fondo de ambos incidentes y los que en fechas anteriores vienen repitiéndose por todo el territorio peninsular.

Naturalmente, los tres apagones no pueden ser explicados de la misma forma. Mientras en el de Madrid estaba involucrado un equipo nuevo de transformación, en los de Andalucía y Cataluña aparecen deficiencias en el mantenimiento y en el estado de subestaciones y redes de distribución. De nuevo se confirma que en el sistema español no existen problemas de producción de electricidad -al menos de momento-, sino de distribución, es decir, de calidad en la red que la conduce a cada vivienda desde el pie de la alta tensión. Existe un acuerdo prácticamente unánime en que las compañías eléctricas han invertido muy poco en la mejora de esta red capilar, ocupadas en otras actividades de diversificación, que se han traducido, por cierto, en mediocres resultados empresariales. Las subestaciones y transformadores han envejecido y los cables soportan más intensidad de la que pueden debido al crecimiento de la demanda.

Las compañías suelen argüir que la inversión en distribución está mal retribuida en la estructura de la actual tarifa. La propuesta de tarifa que haga el Libro Blanco de la electricidad a mediados de 2005 debe tener en cuenta esta reclamación, probablemente razonable -dentro de los límites de un crecimiento moderado de los precios para los consumidores-, y aumentar el dinero que perciben las empresas por ese concepto. Siempre y cuando, claro está, tal retribución mejorada se condicione a la calidad efectiva del servicio y no a lo que las empresas dicen que invierten en él.

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