Yúshenko asegura que las manifestaciones están forjando una nueva identidad nacional
Las protestas revelan el protagonismo de una generación surgida tras el fin de la URSS
"En la plaza se cimenta a la nación", exclamaba Víktor Yúshenko desde la tribuna de la plaza de la Independencia de Kiev. Era el viernes por la noche y el líder se mostraba decidido a defender sus exigencias hasta el final. La plaza estaba dispuesta a seguirle a donde fuera. Por fortuna, el mensaje de la tribuna era integrador y no excluyente. Una "fuerza buena", decía, "debe ser tolerante y no agresiva". "Que vengan, que vengan por centenares de miles. Dentro de cinco días serán nuestros aliados", afirmaba, refiriéndose a los mineros del este del país trasladados a la capital en apoyo de Yanukóvich.
Desde Kiev es difícil sentir el pulso de Ucrania oriental, pero en la capital es evidente que algo nuevo ha cristalizado en este país. De repente, ahora y aquí, los ucranios se sienten ciudadanos de un país europeo inexistente hasta hace pocos días. Ahora y aquí, afirman su autoestima, su deseo de una sociedad regulada por la ley, donde la corrupción no sea la norma cotidiana. Ésa es la realidad avasalladora que palpa cualquiera. Está en el aire y evoca el sentimiento de comunidad de aquellos moscovitas que se sentían victoriosos en agosto de 1991, tras fracasar el golpe de Estado. Lo que vino después en Moscú, lo que vendrá después en Kiev, es parte de otra historia, de otras dos historias.
"Antes podíamos hablar de población ucrania. Ahora debemos hablar de pueblo", señalaba ayer la periodista Galia Levitskaya. "Los europeos tienen que aprender a tratar con la nueva Ucrania y a no hablar con Kiev a través de Moscú", opinaba Levitskaya. En los 13 años pasados desde la desintegración de la URSS, en Ucrania ha crecido una nueva generación, que se siente europea y que, en parte, se ha beneficiado de la emigración. La falta de trabajo ha empujado al extranjero a varios millones de ucranios (entre 5 millones y 7 millones, según las fuentes). Desde Portugal o desde España, los emigrantes han enviado dinero para educar a sus hijos. "Mis padres tuvieron que marcharse para mantenerme y ahora yo, con mi educación superior, tengo que plegarme a un sistema corrupto para encontrar trabajo", decía Olexandr, un estudiante de Derecho de Kiev.
"El despertar del sentimiento de la propia autoestima ha borrado durante un tiempo la diferencia entre ricos y pobres, entre los habitantes de las ciudades y los del campo, entre los que hablan el ucranio y los que hablan el ruso, entre los ortodoxos y los greco-católicos", escribía ayer el semanario Zerkalo Nedeli. "La plaza se ha convertido en una especie de anti-Babilonia, cuyos constructores han aprendido un lenguaje común mientras edificaban juntos un campamento de tiendas de campaña", señalaba. "No hay ni métodos ni dinero que puedan unir [y mantener en el frío bajo la constante amenaza del uso de la fuerza] a tanta gente y tan diferente. Con planes y billetes se puede conseguir el poder, pero no el pueblo", afirmaba el periódico.
Tal vez sin ser del todo consciente, el mismo Kuchma ha contribuido a esta conciencia nacional naciente en Kiev, aseguraba Levitskaya. En un libro del que es autor y que se titula Ucrania no es Rusia, el presidente cuenta su evolución de ciudadano soviético a ciudadano de Ucrania. Ucrania, opinaba, tiene ante sí la misma tarea que planteó el conde de Cavour, el artífice de la unidad italiana, en el siglo XIX: "Hemos fundado Italia, ahora hay que crear a los italianos". Justificando el acento campesino con el que habla, Kuchma recordaba cómo después de la independencia de la URSS, en 1991, rescató de la profundidad de sus recuerdos la lengua que habló de niño y había olvidado después. "No teníamos ninguna conciencia de lo que éramos, si ucranios, bielorrusos o rusos", señala Kuchma recordando su infancia en una zona fronteriza entre los tres Estados eslavos.
"Sin embargo, cuando Ucrania y Rusia se dividieron de forma definitiva, nuestras diferencias se hicieron más evidentes", proseguía el presidente. "Por su extensión, Rusia es 28 veces mayor que Ucrania y en esto está la mayor de sus diferencias". Ucrania es "un país europeo muy grande", mientras Rusia es "tan grande" que "con dificultad cabe en un solo hemisferio".
Ucrania, explicaba Kuchma, pertenece no sólo al mundo ortodoxo, sino al mundo católico, y una de sus poblaciones autóctonas, los tártaros de Crimea, la vinculan al mundo musulmán. "No tenemos miedo de la desintegración del país, durante los años pasados hemos conseguido pegar, por así decirlo, la parte occidental con la oriental". Sin embargo, Ucrania es un país unitario y no federal, para evitar tentaciones y habida cuenta de la diferente procedencia histórica de los territorios que forman el país, según el presidente.
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