"No tengo de qué avergonzarme, él sí"
Una mujer maltratada ofrece su testimonio para que no se produzca ni una agresión más
Mari Cres prefiere ocultar su apellido y la cicatriz de 6,5 centímetros que le dejó el navajazo de su ex marido en el cuello. Es lo único que quiere esconder. Tiene 43 años, dos hijas, vive en Bilbao y es una de las pocas mujeres maltratadas dispuesta a contar su historia y a mostrar su rostro. "Yo no tengo de qué avergonzarme. El que tiene que taparse la cara y avergonzarse es él y la gente como él", asegura. Es una más de tantas por las que ayer se celebró el Día Mundial contra la Violencia hacia las Mujeres. "Doy la cara para que ésto no les pase a nuestras hijas y nuestras nietas, no por gusto. Tapando las cosas no se consigue nada".
Este aplomo mostró Mari Cres en el juicio contra su ex marido, Ricardo Morato, celebrado en la Audiencia de Vizcaya en enero de 2003. Sólo las insistentes preguntas del defensor de Morato sobre la trayectoria exacta de los cinco navajazos que le asestó el hombre en un bar de Bilbao logró ponerla nerviosa.
Ella recuerda perfectamente lo que pasó el 19 de abril de 2003. Su hija le acompañó a un bar donde le esperaba un amigo y no se marchó hasta que se aseguró de que su madre volvería a casa acompañada para evitar una nueva agresión. Morato había comentado por el barrio que iba a matarla ese día y a punto estuvo de conseguirlo. Entró en el bar, atestado de gente, se acercó a su ex mujer por detrás y le asestó un primer navajazo en el cuello que "por casualidad, no afectó a ningún órgano vital", según el informe forense. Mari Cres dice que nunca se sintió apoyada: "Mucha gente sabía que me maltrataba, pero nadie quiere problemas. Cuando me agredió, el bar estaba lleno y al juzgado sólo fueron a declarar dos personas. El resto dice que no vio nada". De algunos vecinos ha tenido que escuchar frases cómo "pobrecito que está en la cárcel" y "algo habrá hecho ella".
Morato fue detenido ese mismo día en el Hospital de Basurto, a donde acudió diciendo que su ex mujer le había cortado un dedo. Fue condenado por asesinato en grado de tentativa a ocho años y medio de cárcel, que cumple en la prisión de Basauri. "Es una vergüenza. En un caso probado de intento de asesinato con premeditación y alevosía, la pena va de ocho a quince años y la Audiencia le echa ocho años y medio", indica Mari Cres.
"No parará hasta matarme"
Ella recurrió la sentencia al Supremo, que ha fallado en su contra. "En unos meses cumple tres años de cárcel, puede acceder al tercer grado y vendrá a por mí", avisa. "
Me lo ha dicho gente que ha ido a visitarle, pero no quieren denunciarlo ni en la policía ni en el juzgado".
El fallo fijaba una indemnización de 8.000 euros. "No he visto un duro. Él puso el bar y todo lo que tenía a nombre de su hija mayor, con la que hasta entonces apenas tenía relación, y se declaró insolvente". Mari Cres vive con el salario mínimo, pero lucha por salir adelante: "Me he puesto a estudiar, ahora soy auxiliar de geriatría".
Mientras Morato esté en la cárcel, esta mujer siente cierta tranquilidad e intenta rehacer su vida, pero cada día que pasa esa tranquilidad se reduce. "Cuando cumpla la tercera parte de la condena, en un par de meses, le pueden dar permisos y, si encuentra trabajo, puede ir a la cárcel sólo a dormir. La ley protege al preso. A mí ni siquiera tienen obligación de avisarme si sale de Basauri", explica.
La sentencia fijó que en los cinco años siguientes al primer permiso no puede acercarse al barrio ni a ella, pero "eso no sirve de nada. La última vez que intentó matarme había una orden definitiva de alejamiento y se la saltó. ¿Por qué no lo va a hacer otra vez?", razona. "Está obsesionado y no va a parar hasta matarme".
Mari Cres no sabe qué hacer para evitarlo. "Ni siquiera puedo marcharme de Bilbao, porque él prometió que cuando le soltaran, vendría a por mí y, si no me encontraba, iría a por mi familia y amigos. Media familia está en psicólogos y psiquiatras y a mí, verles así, me hace ser más fuerte".
También sufre su hija las consecuencias de la agresividad de Morato. Cuando declaró en el juicio las amenazas contra su madre, él exclamó: "No pensaba que ésta iba a hablar así". Ahora, la joven también tiene miedo.
Mari Cres ha aprendido en su carne que a un maltratador no hay que aguantarle ni una bofetada. "A las demás mujeres maltratadas les diría que pongan tierra de por medio porque tarde o temprano les van a acabar haciendo algo gordo. Y que no sean tontas, como yo lo fui, que aguanté casi 20 años de maltrato. Piensas que va a cambiar, pero no cambian y, al final, van a por tí".
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