Sensación de morir
Lo peor que le puede pasar a la segunda parte de una película es que, en la hora de su estreno, el espectador (o en este caso el cronista) se haga la fatídica pregunta: "¿Pero cuál era la primera?". Justo lo que le ocurre a Anacondas, producción de terror que no alcanza ni tan siquiera una calidad mínima de serie B, continuación del filme dirigido en 1997 por Luis Llosa y protagonizado por una entonces incipiente Jennifer López.
La película sigue a rajatabla todos los códigos del terror sobre especies animales con malformaciones, variante científico loco capaz de cualquier cosa por conseguir su objetivo. Ambientada esta vez en la selva indonesia, lugar al que un grupo de trabajadores de una empresa farmacéutica ha acudido en busca de una planta que posee nada menos que el elixir de la juventud, Anacondas no merecería ni engrosar la estantería más recóndita del videoclub de la esquina, pero el desembarco de cine basura americano ha llegado hasta tal punto que se estrena nada menos que en 200 salas españolas.
ANACONDAS
Dirección: Dwight H. Little. Intérpretes: KaDee Strickland, Johnny Messner, Morris Chestnut, Eugene Byrd. Género: terror. EE UU, 2004. Duración: 97 minutos.
La única novedad de Anacondas es que todos y cada uno de sus intérpretes, más que médicos, capitanes de barco, buscavidas, biólogos o ejecutivos agresivos, lo que parecen son modelos recién salidos de alguna serie de televisión tipo O. C., Melrose Place o Sensación de vivir, a excepción del genio de la informática, que, ya convertido en un clásico de los lugares comunes del mal cine, es un esmirriado con gorra al que todos le sacan dos cabezas de altura.
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