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Reportaje:

"Nunca olvidaré la cara ni la mirada de ese hombre"

Las dos víctimas del supuesto violador y homicida excarcelado por error relatan su calvario

Ocurrió la madrugada del 31 de octubre de 2002, cuando una mujer salía de trabajar y otra se dirigía a la fábrica. En su camino se cruzó Tomás Pardo Caro, quien las asaltó a punta de navaja. Una se resistió y pudo huir, pero la otra fue atada a un árbol y violada. Ayer las víctimas recordaron para EL PAÍS aquellos momentos y coincidieron en que tienen mucho miedo y en que les parece incomprensible que el presunto delincuente ande suelto mientras ellas están con protección policial las 24 horas.

"No hay castigo que recupere mi sufrimiento. Ni 40, ni 50, ni 100 años de cárcel. Nadie me va a poder quitar nunca mi angustia". Lucía Murillo tenía 37 años cuando ocurrieron los hechos. Estaba esperando a que la recogiera un compañero para ir a la fábrica cuando el acusado le colocó una navaja en el cuello y la obligó a introducirse en su vehículo. Después la condujo a un paraje forestal en el municipio barcelonés de Martorell y la ató a un árbol con unas cintas de una persiana que llevaba el hombre. Le cortó la camiseta y el sujetador con la navaja, le quitó los pantalones y las bragas e intentó violarla vaginal y analmente. Como no lo consiguió, la obligó a practicarle una felación, según el relato de la fiscalía.

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El tormento duró hora y media. Después el hombre le dijo que se vistiera y la condujo a un barranco, donde le clavó la navaja en el cuello y "se lo retorció en un intento de fracturárselo y la arrojó a un foso", dice el fiscal. La víctima tardó dos meses en recuperarse de las heridas y, por suerte, la navaja no le afectó ni a la yugular ni al paquete vásculo-nervioso carotídeo.

"Desde entonces tomo pastillas para dormir. Hasta hace poco me despertaba, pero ahora los tranquilizantes que me dan me dejan grogui", explica Lucía Murillo, que es madre de dos hijos de 11 y 15 años. Ellos saben todo lo que ocurrió y siempre han estado a su lado. "Es muy difícil esconder un corte en el cuello con el tendón perforado o las señales de las correas marcadas en la mano. Ese hombre jamás podrá pagar el daño que hizo", dice la mujer, quien afirma sin reparos que tras la puesta en libertad de su presunto agresor no se le puede pedir que confíe en la justicia.

M. M. tenía entonces 22 años y fue asaltada por su agresor cuando salía de un polígono industrial de la localidad barcelonesa de Abrera. "Me tiró al suelo y me dio varias patadas. Dijo que tenía una navaja y yo pensé que me mataría, porque yo salía del trabajo y no llevaba un duro encima. Le miré a la cara y lo recuerdo perfectamente. Nunca olvidaré esa mirada. Grité y eso me salvó". La chica estuvo dos meses de baja por depresión y cuando volvió a trabajar la despidieron porque la empresa estaba en crisis. Ahora tiene un nuevo empleo. "Pero sigo sintiendo la misma angustia", dice; "tengo miedo a salir a la calle, a que venga a por mí". Tampoco ella cree en la justicia ni en la cárcel. "Un violador y un asesino no se cura nunca", asegura.

Lucía Murillo, en su domicilio de Martorell.
Lucía Murillo, en su domicilio de Martorell.ÓSCAR ESPINOSA

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