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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

'On memoriam'

Hace cinco años, en una calle del barrio de Gràcia, asesinaron a Ángeles Chibán. Fue una noche de mucho viento, cuando la muchacha iba a entrar en su casa. Antes de morir desangrada, dijo que habían intentado violarla. La policía encontró un cuchillo de carnicero y algún que otro rastro minúsculo, pero hasta ahora el asesino sigue libre.

Este viernes, en la plaza de la Virreina. Frío. Noviembre. Cuando mataron a Ache (así la llamaban la familia y los amigos) hacía realmente mucho viento. En el periódico había una foto de Manolo S. Urbano sobre este texto: "Retirar árboles, ramas caídas y toldos rotos, y revisar fachadas. Ése fue fundamentalmente el trabajo de los bomberos ayer de madrugada, después que azotara Barcelona un fuerte viento con rachas de 82 kilómetros por hora en algunas zonas". Noche de sirenas. El redactor Francesc Pascual se encargó de escribir la crónica de la muerte de Ache: "Alrededor de las 2.40 horas, un hombre no muy alto ni muy corpulento y abrigado con un chaquetón oscuro asestó a la joven ocho puñaladas tras intentar violarla". El periodista añadía: "Muy cerca del portal frente al cual la joven cayó herida, en una papelera situada apenas a cien metros del lugar de los hechos, en el cruce de la calle de Verdi con la de Astúries, la policía encontró un arma blanca, un cuchillo ensangrentado". Pero el cuchillo no dio nada de sí. Era de un material, goma o similar, en el que las huellas no quedaban. A pesar de que Ache luchó, y del cuchillo, la policía no pudo encontrar ningún rastro. Al día siguiente nevó en la ciudad. En la vida no significa nada. Cae la nieve, se altera la ciudad, la nieve se deshace y los porteros limpian los restos. Pero en los relatos la nieve lo entierra todo, cierra capítulos, épocas, amores. Y cuando se da una persecución la nieve borra las huellas y los caminos.

La vida merece que le planten cara con gestos como el de esta convocatoria de cada noviembre

Este viernes la A de Ache trazada por velas en el suelo de la Virreina. El tamaño de la letra se ha ido acortando a medida que pasaban los aniversarios. Pero aún exhibe un buen tamaño. La vida merece que le planten cara con gestos como el de esta convocatoria de cada noviembre: llamar a los vecinos para que recuerden que una muchacha de 20 años, argentina, estuvo aquí. Tal vez con el tiempo, y con la verdad o sin ella (la verdad quiere decir encontrar al criminal y castigarlo: el poeta Gelman recordó hace poco en este periódico la desasosegante afirmación de los griegos: es la verdad [aletheia] y no la memoria lo contrario del olvido), esta letra A se habrá convertido en un símbolo cuyo origen la mayoría habrá olvidado: pasa con las palabras, las canciones o los poemas, y con los hombres. Haré lo mismo, algún noviembre, en la plaza donde escriba. Es muy periodístico. Cada año emergía, en pleno temporal de les faves, el correspondiente artículo de Pla. Como ahora emerge, desde el fondo de la orgía de sangre que salpica su noble calva, el artículo antitaurino de Manuel Vicent. El artículo de Ache, como el que pasa un dedo sobre el polvo.

Este viernes. Unas 30 personas en torno de las velas. Trémulas, desde luego. Recitan poemas y suena alguna música. Y grandes etapas de un silencio frío e inhóspito, pero adecuado. Cada tanto se escuchan gritos atronadores, incomprensibles. No forman parte explícita del rito del recuerdo. Sólo es que hay tres locos en la plaza que se aprovechan del momento y evacuan su agónico eructo. Está bien que en la plaza donde se evoca un crimen haya esto. Locos. Gritos espeluznantes. Un palabreo vil. El infierno, y estos como monstruosas gárgolas o como tenebrosos coros. Hay gente que conoció a Ache. Una muchacha, Agnés. Vivía con ella. Oye los gritos de los locos y se echa, violenta y estremecida, hacia un rincón. Lleva un abrigo de lanilla y también tenía 20 años.

-No, no estaba en casa aquella noche. Aquella noche había dormido fuera. Era mi cumpleaños.

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-Así, fue por la mañana.

-Sí. La verdad es que no me extrañó que no estuviera en casa. A veces ella también dormía fuera. Bueno, estaba desenvolviendo los regalos de cumpleaños y llamaron por teléfono, y era una amiga que me decía con toda precaución que no me alarmara pero que habían dicho por la radio que una chica, en fin. Colgué y llamó la policía.

Habrá visto miles de fotos. La policía la llamaba y le mostraba álbumes. Caras y caras. Nunca reconoció a nadie. Sostiene que el viento y la locura. Alguien extraño se cruzó. Algo dijo, algo quiso hacerle, ella se revolvió, le daría una buena patada en los huevos y él la mató una y ocho veces hasta que se le fue el dolor.

-Mil veces he visto lo que pasó.

Este viernes. Así que han pasado cinco años. ¿Qué cosas no conoció Ache? Es una pregunta que me hago con los muertos que quise y quiero. Como para llevárselas. Abalorios del futuro. Internet sí lo conocería, aunque fuera vagamente. Y quizá usara teléfono móvil. ¿El DVD? Una cámara digital seguro que no tuvo nunca entre las manos. Este hoy sin Ache.

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