Idiomas y talentos
Era un letrero sobre unas tiendas madrileñas que vendían lenguas y sesos: las casquerías. Se vendían cascos -capa del encéfalo- y vísceras; se consideraban que no eran carne, la cual estaba en establecimientos de categoría muy superior cuyo rótulo era "carnecería": el idioma, dialecto, lengua o lo que fuera de Madrid no había llegado a la debilitación de la e en i. Otras carnicerías no ponían su nombre, sino signos: una herradura, una cabeza equina. Disimulaban el noble nombre de caballo; y cuando la gente veía pasar a algunos de estos animales ligados a cualquier historia de España -de Babieca a Rocinante-, camino del matadero, tenían palabras tristes de despedida o volvían la mirada para no ver. El que comía caballo era muy pobre -injustamente barata-, vergonzante, o exhibía un certificado médico: por razones que no entendí, algunos enfermos no debían comer vacuno sino caballar.
Estoy hablando de la reunión de lenguaje y pensamiento que celebran las academias en Argentina: idiomas y talentos. La necesidad perentoria de su trabajo y sus libros sería conseguir que todos estos millones de habladores del español consiguiéramos que cada palabra dijera lo mismo a cada persona. Un código. Solamente en España es muy difícil porque tenemos esta moda de los idiomas diferentes: una riqueza, que va acompañada de que el idioma español tiene derecho a ser pronunciado, acortado, alargado o canturreado, ceceado a seseado, según las zonas lingüísticas. Antes se procuraba hablar un idioma culto común, como en Gran Bretaña se habla el inglés estándar -"Queen's english", el inglés de la reina o del rey-; y en Francia a todos les gusta el francés y están orgullosos de él, aunque el suyo (interno) sea el bretón, el corso, el alemán de Alzaría. Defiendo menos la pureza del lenguaje -en general, no defiendo ninguna- que su honradez: que la tergiversación política que se hace cuando lo que se quiere es no ser entendido. Cito el "avance elástico sobre la retaguardia" de los partes alemanes (1918) para no decir "retroceso". No creo que se deba tolerar. Viene de la publicidad, de la vergüenza de algo, al engaño político, a la falsedad. Es una estafa, y debíamos rechazarla como quien rechaza una ofensa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.