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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las voces múltiples

La novela que leo tiene 568 páginas, varias voces narradoras y algunas fechas clave que delimitan una historia principal que a su vez encierra otras no menos decisivas. Quien inicia y conduce la lectura, una de las voces que me cuenta, se llama Idun, inscrita como Josefine Charlotte y nacida en Noruega en 1937. Idun (gemela de Urd, también llamada Kathrine Elisabeth) soporta el siguiente equipaje: un pasado de drogas, la memoria de una educación severa, la resaca de una familia de rígidas creencias religiosas y el dolor adolescente de un amor perdido que se ha instalado por décadas en la mujer de 57 años que es ella. Idun está ingresada contra su voluntad en una clínica mental y reaviva sus recuerdos y hurga en los de sus antepasados con el fin de exorcizar monstruos. A veces escribe sentada en el suelo, detrás de un biombo.

LA VERGÜENZA

Bergljot Hobaek Haff

Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo

Alianza. Madrid, 2004

568 páginas 29,50 euros

En La vergüenza, de la escri

tora de nombre impronunciable, Bergljot Hobaek Haff (Noruega, 1925), hay otras voces principales, narradores que toman el timón del relato y que transportan a quien lee a la memoria de diversos tiempos que se suceden en una ambiciosa cadena de palabras. Y esto con firmeza narrativa y arrebato lector. De este modo se van desvelando secretos y complejas relaciones. Una de esas voces que me cuentan es la de Vemund Hov, el padre de Idun. También como ella lo hace en primera persona desde un diario que comienza en 1917. Es Vemund Hov quien define la vergüenza: "Sentir vergüenza es contemplarse a sí mismo desde fuera con ojos ajenos. La vergüenza es un sentimiento del honor con raíces en una manera de pensar pagana". Vemund es un párroco de maneras estrafalarias con una infancia reseca de frío y una magnífica voz de tenor. Con ese timbre inundó la iglesia de salmos y sedujo a María, la madre de Idun. También está la memoria excelente de Andreas Sand, el abuelo paterno. Según su nieta era un hombre en el que cohabitaban sin conflictos la ternura y la ira del Antiguo Testamento.

El paisaje de este libro del

que les hablo, el lugar que habita esta saga familiar que ocupa casi un siglo de la historia de Noruega, refleja un mundo de puertas para adentro. Está la iglesia, el desván, la casa, la habitación del manicomio, un rincón en la escalera. Escenarios donde el frío que llega no sólo ha helado el exterior sino que ha endurecido los corazones, ya en la infancia, en la adolescencia o en ese tiempo complicado de la vejez. Dice una voz: "Si el hogar de la niñez es nuestra primera patria, entonces me encuentro con las manos vacías". No hay descanso para los personajes atormentados de Bergljot Hobaek Haff, y en esa turbulencia de voces que tan bien maneja la autora se persigue descifrar el dolor, alejar el monstruo que acecha a la mujer que escribe desde una clínica, acosada por la supremacía de quienes eligen cuál es el orden que se establece para la vida cotidiana. El trasfondo histórico impregna las relaciones familiares en La vergüenza: está la soberbia nazi, el sobresalto judío y la mirada oblicua de los testigos de una desesperada convivencia.

A Bergljot Hobaek Haff se la considera una de las mejores escritoras noruegas, ha recibido, entre otros, el premio de la crítica y de la academia de las letras de su país, y esta novela refuerza su autoridad literaria, aunque en La vergüenza la lectura se desdibuje un poco con un final que apresura una resolución. Al margen de eso, bellas páginas, abundantes historias, y una invención, imaginación y realidad bien entreveradas. Algo más, en esta novela, el misterio de la compleja convivencia también está descrito en los silencios.

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