A propósito de Deleuze
A propósito de la obra de Deleuze, quien era uno de sus mejores lectores, Michel Foucault, fue el primero en notar la dificultad del comentario. Quizá esto suceda porque, durante las décadas de 1950-1960, esta obra está o bien envuelta ella misma en la forma del comentario sobre otros autores o bien desenvuelta en la de un sistema o un tratado cuya forma anticonvencional seduce al lector al mismo tiempo que le advierte de la imposibilidad de hacerse con la clave del discurso sin profundizar en unas articulaciones que arraigan, como en todo gran pensador, en el suelo inmenso de la historia de la filosofía. El nombre de Deleuze saltó a la arena de un público más amplio con motivo de su colaboración con Félix Guattari en El anti-Edipo y Mil mesetas, que intentaban entre otras cosas elaborar la filosofía política correspondiente a aquel pensamiento insólito afanado en discurrir al revés o contra la corriente, pero ello no ha eliminado la dificultad a la que se refería Foucault. Michael Hardt, un pensador comunista situado entre Estados Unidos e Italia, se propone hacer una introducción a Deleuze que siga los mismos pasos que el propio Deleuze dio para introducirse en la filosofía, es decir, Bergson, Proust, Nietzsche y, sobre todo, Spinoza. Su texto es original y cumple parcialmente sus pretensiones didácticas, pero se encuentra en cierto modo perturbado por disputas que, o bien atañen exclusivamente a la peculiaridad de la filosofía norteamericana o bien al proyecto -representado por Althusser o Toni Negri- de una refundación del materialismo histórico en la cual Spinoza debe ocupar el lugar que antaño se reconocía a Hegel, lo cual añade una dificultad más a las que ya de por sí presenta el trabajo. A esto se suman, en nuestro caso, algunos problemas de traducción; la versión que reseñamos adopta dos decisiones de alto riesgo: traducir el Macht nietzscheano por "poderío" y la potentia spinoziana por "poder", mientras que Deleuze emplea puissance, "potencia", para ambos términos, en contraposición sistemática con pouvoir, "poder".
Un caso diferente es el del
Deleuze de Zourabichvili, que probablemente constituye una de las mejores guías existentes para internarse en el laberinto del filósofo francés. El término "guía" debe ser aquí subrayado: no se trata de una simple "introducción" ni de un breviario que permita a un lector no iniciado tener algo así como un "panorama" del pensamiento de Deleuze -esto es aún tan difícil de lograr como cuando Foucault hizo la observación, porque los propios textos de Deleuze parecen conspirar para impedirlo-, pero de la enorme proximidad del comentador y el comentado resulta un texto a la vez humilde y ambicioso que, sin pretender sustituir el esfuerzo que el lector ha de emprender, sí que consigue ofrecer señales suficientes como para que pueda orientarse, no aquel que quiera saber qué es lo que dice Deleuze, sino aquel "que lee o querría leer a Deleuze", como afirma su autor. La clave seguida aquí para diseñar el esquema lógico de un pensamiento que ha procurado mantenerse en el elemento de la variabilidad inasible más que en el de las certezas bien fundadas, son las nociones de implicación y de afuera. Con ellas traza Zourabichvili un retrato de Deleuze en el cual el pensamiento nunca surge de un acto de buena voluntad del pensador, sino que siempre es un acontecimiento envuelto en un signo, algo que trastorna nuestro medio y nos fuerza a pensar, que pone en marcha una lógica que nos arrastra a una experiencia del tiempo y del sentido que nos lleva fuera del sujeto y fuera del ser, en el bien entendido de que este afuera ahora está en el mundo y no más allá de él.
Ninguna de estas dos obras
aborda explícitamente la antes citada filosofía de la revolución de Deleuze y Guattari, su intento de derivar de aquella metafísica del acontecimiento una organización política acentrada y desjerarquizada cuyo modelo es el rizoma y no el árbol, las ramas o las raíces. En este contexto se comprende el interés de Deleuze por el fascinante texto de T. E. Lawrence que ahora publica Acuarela: una teoría de la guerrilla inspirada en la rebelión árabe contra los turcos en la que participara el propio Lawrence y que se aleja de la concepción tradicional del ejército como aparato de Estado y de la lucha como sucesión de grandes batallas para la conquista de plazas fuertes. Enfrentada a la tarea de atacar un área tan vasta que ningún ejército podría defenderla en su totalidad, la guerrilla árabe, indisciplinada y nómada, se comportó como "una influencia, algo invulnerable, intangible, sin frente ni retaguardia, que se mueve como el gas... Los árabes eran como un vapor llevado por el viento. Nuestros reinos estaban vivos en la imaginación de cada uno, y como no nos hacía falta nada en concreto para vivir, podríamos no haber expuesto nada en concreto a las armas enemigas", pues la táctica de la máquina de guerra consiste en "golpear y salir corriendo", sin ofrecerle jamás al enemigo un blanco. Richard Labevière (La trastienda del terror, Galaxia Gutenberg, 2004) ha mostrado hasta qué punto hoy la máquina terrorista internacional exhibe el costado más siniestro de esta "revolución molecular" sin Estado y sin cabeza, que se ha vuelto tan rizomática y nomádica como los movimientos del capital financiero. Además de servirnos como motivo de reflexión sobre los aspectos más inquietantes del pensamiento contemporáneo, este hecho debe indicarnos que es preciso tomar con cautela estas imágenes románticas tanto de la guerra como de la filosofía, no sea que en su intención de volverse inexpugnables para todo poder escondan el peligro de sumirse completamente en el reino de la fantasía y de no dejar nada valioso que defender en el de la realidad.
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