Powell
Mientras elogian su cordura, su prudencia, su deseo de buscar la paz, los informativos ilustran la información con imágenes de Powell: enseñando en el Congreso el tubo con los bichitos de Sadam que iban a acabar con todos nosotros, el diseño de los misteriosos camiones cargados con las armas nucleares que corrían por Irak para no ser descubiertos por los inspectores: o cuando era el general jefe de la primera guerra y sus tanques enterraban en el desierto a millares de personas. Parece que han tardado mucho su prudencia y su dignidad en manifestarse. Y dicen los comentaristas razonables de diarios tersos que ahora será más dura la Casa Blanca, porque el que le suceda será un duro. No sé qué más desastres podrá hacer el que sea. La que sea, porque se entiende que puede ser Condoleezza Rice. "Con doleezza" se pone a las partituras para que el intérprete añada un sentimiento de pena: no sé por qué lo eligieron sus padres. Qué poco sabemos del destino que van a tener los hijos: menos mal. Así y todo, algo de bueno tiene el gesto de Powell de marcharse y de no seguir mezclado con el terrible Klan devastador. La salida de Powell del Gobierno puede ser un gesto de asco final, una retirada al desierto después de darse cuenta de en qué manos ha estado. Puede que sea un Grandioso Gesto ante la Divinidad: abandonar el poder y volver a la negritud. De la que en realidad nunca salió más que en forma de auxiliar: cuando se presentó a candidato de presidente no pudo porque era negro. Todo está cambiando, es cierto, pero las personas en centros de poder se preocupan de que no cambie demasiado, sobre todo cuando pueden quitar la ocasión a un blanco, protestante, anglosajón (wasp) como Bush que, además, es un converso: ha salido del vicio -alcohol- para abrazar la Verdad. Que se deja abrazar por todo el mundo, qué mujer.
Powell está haciendo ahora los últimos recados. Se ha ido a ver a Sharon, y algunos dicen que, siendo tan simpático Powell y tan bien educado, le recomendará que sea bueno y temeroso de Dios, deje de matar. Sobre todo después de la muerte del pobre Arafat, calumniado hasta en la hora de su entierro. Autócrata le llamaba Barenboim aquí: como si se pudiera ser autócrata siendo prisionero.
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