Palaciego
En las afueras de Madrid, en la carretera de Burgos, acaban de abrir un megacentro comercial, Plaza Norte 2, que es, según dicen, el más grande de España. El fin de semana que se inauguró (yo vivo en esa zona), toda la salida norte de Madrid quedó colapsada, y el tráfico no se ha repuesto del todo desde entonces. El centro, con cúpulas acristaladas, arañas de luz descomunales, mármoles a tutiplén y cegadora profusión de latones dorados, es lo más delirante que jamás he visto, una sobrecargada fantasía a medio camino entre Versalles y la tumba de Napoleón. Aunque no: a lo que más se parece, sólo que en feo, es al famoso metro de Moscú. En realidad, el concepto es el mismo: si con el metro los soviéticos quisieron recrear los fastos aristocráticos para el uso y disfrute de la plebe, con este centro se ha intentado simular una fantasía social semejante: es el palacio de los consumidores, una disneylandia de lujo vetusto para que los compradores se sientan como príncipes.
Este embeleco de suntuosidad se completa, muy adecuadamente, con una selección de tiendas que, en general, son del montón, comercios más bien económicos en donde todo el mundo puede encontrar algo barato que comprar para así poder olvidar sus problemas y creerse reyes por un día mientras se pasean por el pseudo-palacio. Nunca he visto tan claro como en este centro el mensaje mítico y engañoso de la sociedad de consumo: aquí todo te dice que eres alguien no por quien eres, por cómo eres, por lo que sabes o haces y ni siquiera por lo que tienes, sino que eres alguien porque compras. El hecho de comprar te da la vida, un fingido estatus social, una identidad: no somos ciudadanos, sino compradores. El consumo es la nueva religión. Basta con ver a los miles de madrileños que peregrinan cada fin de semana a Plaza Norte 2, hipnotizados por su fe adquisitiva, arrostrando estoicamente los atascos con tal de alcanzar el opulento paraíso del buen consumidor. Por cierto, cada vez que se abre uno de estos megacentros comerciales en las afueras, desde que inauguran, y en la misma puerta, siempre hay una parada de autobús, mientras que hay barrios que llevan años pidiendo autobuses infructuosamente. Pero ésa es otra historia. ¿O quizá es la misma?
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