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Columna
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Debate del pasado

Tengo la impresión de que todavía seguimos pensando sobre la estructura del Estado como si estuviéramos en un momento constituyente y no en el momento en que nos encontramos, esto es, en un momento constituido. Y cuando digo que seguimos pensando me refiero a todos: dirigentes políticos y ciudadanos. El debate se desarrolla en unos términos que tendrían sentido si estuviéramos en el momento de elaboración de la Constitución y de inicial puesta en práctica de la misma, pero que no lo tienen más de veinticinco años después de su entrada en vigor.

El Estado Autonómico se constituyó a partir de y en oposición al Estado unitario constituido de manera ininterrumpida desde la Constitución de Cádiz, con los brevísimos paréntesis de las dos Repúblicas, la federal de 1873 y la democrática de 1931. Se constituyó sin que la Constitución lo definiera. A través de un proceso político azaroso, en parte constituyente y en parte posconstituyente, el Estado se fue territorializando por completo en diecisiete comunidades y dos ciudades autónomas. Ese proceso fue históricamente un momento de asalto al Estado desde los territorios que pretendían constituirse en comunidades autónomas. Se trataba de sustraer al Estado unitario y centralista parcelas de poder, para poder ejercerlas como propias. La tensión se producía de manera bilateral, entre el Estado, que continuaba existiendo en la forma que había adquirido en los casi dos últimos siglos, y cada una de las unidades territoriales de ámbito menor que el Estado que pretendían sustraerle a éste parcelas de poder. De la forma en que se resolviera esa tensión, dependía la posición que cada una de las unidades territoriales tendría en la futura estructura del Estado así como también cuál sería el Estado resultante. Esto es lo que se jugaba en el momento constituyente primero y en los procesos estatuyentes inmediatamente después. En ese momento se partía de un Estado que extendía su poder en régimen de monopolio sobre todo el territorio y se pretendía llegar a una situación no monopolística, en la que, además del Estado, hubiera otros entes que pudieran ser titulares de parcelas de poder, que podrían ejercer autónomamente. La posición que se ocupara en ese momento de transformación de la estructura del Estado era decisiva tanto para el propio Estado como para cada una de las unidades territoriales que pretendían constituirse en comunidades autónomas. Que el asalto al Estado hubiera tenido éxito de forma particularizada o de forma general era decisivo tanto para el Estado como para cada una de las unidades territoriales que se constituyera en comunidad autónoma o que no se constituyera o que se constituyera en condiciones distintas de como se habían aconstituido algunas de ellas.

"La reforma del Senado o la Conferencia de Presidentes van a ser más importantes que lo que suceda con los estatutos"

Por eso el debate constituyente y estatuyente sobre la estructura del Estado fue un debate en el que cada territorio que quería constituirse en comunidad autónoma tenía puesto un ojo en el Estado y otro en las demás comunidades autónomas. El debate carecía de un marco de referencia general. Lo único que se sabía con seguridad es que el Estado unitario fuertemente centralizado que se había impuesto a lo largo de los dos últimos siglos no podía ser la forma de Estado de la democracia española, pero no sabíamos qué estructura del Estado se podría poner en su lugar. De ahí los "tirones" autonómicos característicos de aquel momento, así como también las "resistencias" estatales frente a tales tirones.

En el día de hoy el Estado Autonómico está constituido. Hay diecisiete comunidades y dos ciudades autónomas. En todas ellas se han celebrado, como mínimo, seis elecciones autonómicas. Todas ellas tienen una arquitectura institucional similar, un nivel competencial parecido y la mismo fórmula de financiación. No hay Estado que monopolice el poder, que tenga que ser asaltado desde los territorios que pretenden constituirse en comunidades autónomas. El poder ya está distribuido. Y si no lo está en su totalidad, lo está casi en su totalidad. Mediante la Constitución y los diecisiete estatutos de autonomía la estructura del Estado ha quedado definida.

No estamos, pues, ante un debate en el que cada una de las comunidades autónomas se esté jugando el ser o no ser. Estamos en un debate en el que lo que está en juego es el "perfeccionamiento" del Estado Autonómico que ya tenemos. El riesgo de un "tirón autonómico" que desequilibre la estructura del Estado es muy reducido. No hay margen de maniobra para ello. Únicamente a través de un cambio en el modelo de financiación podría introducirse algún desequilibrio significarivo y eso es prácticamente imposible que ocurra con la forma en que la Constitución lo resuelve. En nuestro ordenamiento hay en estos momentos fórmulas más que suficientes para hacer frente a cualquier tirón desestabilizador del equilibrio autonómico actual.

No creo, por ello, que sea momento de hablar de muros de contención, sino de empezar a hacer propuestas en positivo no sólo en lo relativo a la reforma de nuestro estatuto de autonomía, sino también en relación con los instrumentos que faltan para que el Estado Autómico funcione como debería hacerlo. Para el futuro del Estado Autonómico y para la posición de cada una de las comunidades autónomas en el interior del mismo va a ser más importante que se institucionalice la Conferencia de Presidentes, que se reforme el Senado y que se articulen mecanismos para la participación de las comunidades autónomas en la Unión Europea, que lo que pueda suceder con la reforma de cada uno de los estatutos de autonomía.

Sería bueno que nos liberáramos de fantasmas del pasado y empezáramos a pensar con visión de futuro.

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