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VISTO / OÍDO
Columna
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Perdón, perdón

Los rojos mataron, me dice mi antiguo amigo y compañero Enrique de Aguinaga (falangista, cronista de la Villa de Madrid), 13.000 personas en Madrid. "De ellos, 11.705 se han relacionado con nombres y apellidos (Rafael Casas de la Vega, El terror: Madrid 1936) y 1.500 se cometieron en tres días, 7, 8 y 9 de noviembre de 1936 (Jorge M. Reverte, La batalla de Madrid)". Esperaron demasiado: la guerra había empezado en julio. El 7 de noviembre los nacionales llegaron a las puertas de la ciudad, y los de dentro -"la quinta columna", la llamó el general Mola- intentaron sublevarse, hasta dentro de cárceles, y hubo grandes matanzas: no sé si tantas. Es igual el número: muchas. Casi asumo el plural: matamos. Yo, personalmente, a nadie, ni entonces ni después: ni con la intención. Pero al considerarme rojo no puedo asumir sólo un pensamiento, un aguante, una defensa. También asumí un castigo, que hoy mismo aparece en los sitios menos pensados, por las personas más inesperadas. Tengo que perdonar cada día, y seguir dando manos, y lo hago a gusto. Pero no somos iguales. Una cosa es la defensa de Madrid atacada, la resistencia armada contra los que empezaron matando desde el primer minuto, y otra es la del que tiene el plan preconcebido de hacer una guerra de exterminio: Franco, los suyos.

Digo siempre que el crimen del esclavo no es lo mismo que el del amo: y en los códigos hay matices. Los criminales rojos ya fueron juzgados; o no, pero sí asesinados. Las asociaciones de memoria histórica están desenterrando cadáveres y, con ellos, recuerdos, crónicas. Historias, memorias de las familias... Las cifras que dan ahora otros cronistas de lo que hicimos los rojos son una respuesta: somos todos iguales, todos malos. Quizá seamos todos malos, pero no iguales. Unos fueron juzgados, encarcelados o han muerto fuera de España; los otros malos recibieron cargos, prebendas, fundaron una nueva burguesía y una nueva casta: los apellidos de los de entonces son los de los ganadores sociales del día. Unos perdieron; los otros siguieron matando durante años: hasta 1945, cuando los vencedores de Hitler le mandaron parar. Pero aún firmó penas de muerte Franco cuando agonizaba... Perdón, perdón: criminales todos: pero iguales, de ninguna manera.

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