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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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El sentido de matar

Este fin de semana cuatro profesores publicaban un artículo periodístico titulado Hacia un final de ETA. Una reflexión formalmente académica en la que ocupan el lugar de los etarras para definir las condiciones en que estarían dispuestos a echar la persiana a su lúgubre negocio. Constatan que desde hace un tiempo los efectos políticos de las acciones de ETA tan sólo recaen sobre las molidas espaldas de los suyos. En esas circunstancias no tiene sentido seguir asesinando. Pero...

Siempre el "pero". Pongámonos en la mente del terrorista que descubre que su vida de asesino carece de sentido. Según los sesudos articulistas, esta situación le sume en una profunda depresión de la que sólo podrá salir volviendo a matar, una y otra vez, aunque carezca de sentido político. Por puro vicio. ¿Cómo evitarlo?.

El remedio que proponen es que exijamos del "Gobierno central" que dé una salida a ETA sugiriéndole "un discurso en el que otorgue sentido tanto a su pasado como al cese de su actividad". Algo así como que les dignifique retroactivamente y para la historia. ¿Quieren que el Gobierno de España les ayude a creerse que si mataron y mucho fue por el bien de todos?. ¿Y que no repare en elogiar tanto sus sacrificios de antes como el sacrificio actual de quitarse el hábito? Pues sí, los cuatro profesores consideran que este discurso de apología gubernativa postcriminal debe darse por bien empleado si con ello se evita que ETA "opte por la salida desesperada, la de continuar con sus acciones a pesar de saber ya que nada de lo que haga tiene sentido político alguno".

Sin duda a la también profesora Hannah Arendt, víctima del nazismo, toda esta argumentación le merecería el calificativo de miseria intelectual. Hace más de un año asistí a la última concentración de repulsa por un asesinato de ETA ante una pancarta que se dirigía a los terroristas en estos términos: "Perded toda esperanza. Asesinar no os servirá de nada". Entonces pensé si no seríamos nosotros los primeros en perder la esperanza. Pero no ha sido así. Los etarras andan tan ocupados escondiéndose, que no les queda tiempo para dedicarse a matar. Y han empezado a prodigar signos de desesperanza. Ahora es cuando hay que recordarles que asesinar les ha servido sólo para asegurar un patibulario final entre rejas. Donde no les esperan las huríes.

Mi primo Ramón, excombatiente de la época franquista, me ha sugerido un par de alternativas a la propuesta de estos profesores. Una: que los asesinos afectados por el expediente policial de jubilación forzosa pidan perdón por sus crímenes. La segunda, dirigida al Gobierno: que les financien una prolongada estancia, junto con Pakito y compañía, en las cárceles españolas o francesas, donde tendrán ocasión de meditar sobre el sentido de la vida. Él lo sabe por experiencia.

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