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Columna
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Rosa Montero

Esta sociedad en la que vivimos, tan hipócrita y tan embalsamada en moralina, tiene algunas convenciones bastante irritantes. Detesto, por ejemplo, que a los muertos siempre se les ponga por las nubes, aunque de vivos se les haya negado el pan y la sal con esa envidiosa inquina tan nuestra y tan cañí. O sea, basta con dejar este mundo para que la masa toda rompa en frenéticas y floridas alabanzas. También me revienta ese miramiento cursi y mentecato que hace que algunas personas declaren: "Todas las ideas son respetables". Porque no todas las ideas son respetables. Es más, algunas son incluso criminales, como, por ejemplo, las de Hitler.

Asimismo, he escuchado muchas veces decir, con pía expresión, "yo no me alegro de la muerte de nadie". Pues verán, yo no me alegro de la muerte violenta de nadie. Pero si es un proceso natural... Teniendo en cuenta la cantidad de personas buenas que fallecen y los muchos jóvenes a los que la muerte sorda y ciega roba la vida, cuando al fin desaparece algún malvado notorio, a mí, la verdad, no se puede decir que el hecho me entristezca.

Por ejemplo, Arafat. En su agonía, convertido en un cuerpo terminal que sufre, carne dolorosa mantenida en vida con empeño inhumano para que sus sucesores puedan disputarse la carroña de su poder, el destino de Arafat me conmueve y le compadezco, como me compadecí del final de Franco, que tuvo que pasar por la misma ordalía. Pero la muerte en sí de este hombre, antiguo terrorista (como Sharon: otro monstruo) y tirano implacable entre los suyos, me parece, por una vez, un sabio movimiento de la Parca. Hace años lo entrevisté y me asustó: era un hombre que llevaba décadas rodeado y endiosado por una pequeña corte de fanáticos, un hombre que no admitía que le contradijeran, un tipo en quien creí reconocer a un dictador. Después han venido las acusaciones de corrupción, el autoritarismo, el feroz acoso contra sus oponentes dentro del movimiento palestino. Los desmanes de Sharon y compañía hicieron de él un mito, pero no creo que los pobres y maltratados palestinos se merecieran un líder así. Sin él (aunque lo óptimo sería sin Sharon y sin él) es posible que las cosas mejoren.

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