Antonio Andrade, promotor de Andalucía
Tenía 65 años y en su cabeza no anidaba la palabra jubilación. Le quedaban aún casi un centenar de aeropuertos por conocer. Antonio Andrade, como responsable de la promoción internacional del turismo andaluz, se había labrado a pulso un lugar de respeto en el difícil e inestable mundo de la promoción turística.
Andrade no vendía churras por merinas y si horas antes de que fuese atropellado por un coche en la ciudad alemana de Francfort había estado cenando con los máximos dirigentes del mayor touroperador del mundo, TUI, era una cita que hablaba mucho de su prestigio y seriedad profesional. El turismo andaluz debe mucho a este discreto hombre, de formación muy amplia; honesto y cabal en su trabajo y en el respeto que se había labrado año tras año. Andrade podía ser el Moratinos del turismo. Desayuno en Toronto, almuerzo en Nueva York y cena en San Francisco; siempre con la leve maleta a cuestas. Días antes de ser atropellado, contaba a Marta, su mujer, que estaba satisfecho por el trabajo realizado en Irlanda, mercado que podía sustituir a los ingleses.
Ha muerto como quería, trabajando por el turismo andaluz. Lo que siempre había hecho, sin más mérito que saber hacer bien las cosas, que no es poco. Profundo conocedor de las claves que mueven los mercados, especialmente el británico, Andrade, además, había hecho siempre gala de entender el turismo como la convivencia pacífica entre pueblos, como defendió cuando fue elegido presidente del Skal Club.
Es habitual escribir que se fue un gran hombre, pero en este caso lo que sí hay que decir es que se fue un profesional honesto que hizo de los amigos y de la amistad el sentido de su vida. Murió en Francfort como podía haberlo hecho en otro lugar del mundo, porque seguro que donde nunca lo iba a hacer era en una cama.-
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