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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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El miedo y la omnipotencia

Josep Ramoneda

EN LOS DÍAS POSTERIORES al 11-S hubo una gran oleada de solidaridad con Estados Unidos en todo el planeta. Bush tuvo ante sí una gran oportunidad para crear un acuerdo con los principales países, incluidos los del mundo árabe, en la lucha -que no guerra- contra el terrorismo. No quiso o no supo aprovecharla. Prefirió, como explica el historiador Anatol Lieven, explotar la fibra del patriotismo americano, una baja pasión fácil de estimular pero siempre de recorrido peligroso. Y convocó a los americanos a sentirse omnipotentes: EE UU no necesita a nadie, solos somos capaces de defendernos más y mejor. El resultado fue la guerra, la fractura de Occidente, el distanciamiento de los países árabes y la aparición de nuevos frentes para el terrorismo y de riesgos crecientes para los propios americanos metidos en la espiral de las intervenciones militares.

El 2 de noviembre, primer martes después del primer lunes de este año, Estados Unidos votó. Era la segunda oportunidad. La ciudadanía americana podía refrendar la estrategia de guerra antiterrorista de Bush o provocar el cambio de personas (y de clima político) que permitiera abrir puertas hacia una reconstrucción de las alianzas internacionales y hacia una estrategia compartida de lucha contra el terrorismo. Casi sesenta millones de americanos optaron por la consagración del comandante en jefe. La segunda oportunidad también se perdió. A cada cual sus responsabilidades. La primera oportunidad la perdió Bush, la segunda la ha perdido una mayoría de americanos. Bush ya no es el único culpable. Andy Warhol hubiera podido repetir sesenta millones de veces el rostro de Bush.

Ha triunfado la estrategia de Bush, que es también la del cruzado Blair; la de Putin, el continuador de una tradición rusa de desprecio por el material humano que viene de los zares y del estalinismo; la de Sharon (Fukuyama, que ha sido en estas elecciones el ideólogo neoconservador traidor, se escandaliza de que Estados Unidos copie la política de una pequeña nación asediada como Israel); la del inefable presidente jubilado José María Aznar. Bush ha tenido la habilidad de convertir las elecciones en un referéndum sobre la guerra. Y Kerry no ha sabido sacarlas de ahí. Muchos ciudadanos de la minoría mayoritaria, blancos anglosajones, han optado por combatir sus angustias, sus inseguridades económicas, su miedo a perder el control de una sociedad con otras minorías pujantes, apostando por la gratificación bélico-patriótica como mecanismo compensatorio de las frustraciones personales. En cierto modo, podemos decir que se ha cumplido la paradoja de Zbigniew Brzezinski, el que fue consejero de seguridad del presidente Carter: "Los ciudadanos de la primera y única verdadera superpotencia mundial temen las amenazas de una serie de fuerzas hostiles, caracterizadas por su debilidad". Quizá sea verdad que el nacionalismo de la gran potencia encargada de redimir al mundo se está desplazando hacia un nacionalismo de la insatisfacción, del que el ruso y el alemán han sido ejemplos notorios.

En este contexto, ¿por qué Bush tiene que cambiar en su segundo mandato? Ha visto que su estrategia de la guerra preventiva era ratificada abrumadoramente. Ha constatado que liquidar la magnífica herencia económica que Clinton le dejó no tenía ningún coste, mientras la bandera fuera por delante. Ha comprendido que el radicalismo doctrinario le permitía ocultar eficazmente el juego de intereses de clan de su cúpula de gobierno. Algunos argumentan que la catastrófica situación económica de Estados Unidos le impedirá nuevas aventuras bélicas. Pero también se puede argumentar lo contrario: que seguirá utilizando la guerra precisamente para protegerse del fracaso económico.

En unas elecciones que han sido un referéndum sobre la guerra, Nueva York, la ciudad que más sufrió el terrorismo, ha votado masivamente a favor de Kerry. Como si la percepción de los que experimentaron directamente el terror fuera distinta. Quizá los neoyorquinos piensen, como Judith Butler, que el 11-S debía haber servido para que los americanos se redefinieran como parte de una comunidad global, que la elaboración del luto puede dar el sentido de la vida necesario para oponerse a la violencia y ayudarnos a entender que ningún acto violento de soberanía nos libera por sí solo de las anónimas amenazas que penden sobre todos nosotros. Pero una mayoría de americanos ha preferido confortarse en la soledad del pueblo elegido y en la creencia infantil en la omnipotencia del más fuerte. Es su carácter.

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