Un gran lugar en la música
Es común señalar que don Quijote se ha convertido en la creación española más universal. ¿Dónde podemos encontrar mejor retrato de su universalidad que en la masiva influencia que ha ejercido en otros artistas a través de ilustraciones, cuadros, esculturas, obras musicales de todos los géneros, ballets, películas, dibujos animados y, por supuesto, literatura?
En el terreno musical, se contabilizan más de setecientas obras que constituyen, de hecho, una historia de la cultura musical de los últimos cuatro siglos y de sus cambios de gusto. Por ceñirnos a los nombres más ilustres, comencemos en 1695, cuando Purcell firma la música incidental, La cómica historia de don Quijote. En el siglo XVIII explota literalmente la figura del caballero. Centrándonos sólo en autores que aún nos dicen algo, mencionemos óperas como Don Chisciotte in corte della duchesa (1727) y Sancio Pansa governatore dell'isola Barattaria (1733), de Caldara, que probó dos veces; Don Chisciotte (1746), de Martini; Don Quichotte der Löwenritter (1761), de Telemann; Sancho Panza en su Ínsula (1762), de Philidor; Don Chisciotte della Mancia (1769), de Paisiello; Don Chisciotte (1770), de Piccini, o Don Chisciotte alle nozze di Gamace (1770), de Salieri. Asombra que en el plazo de 10 años, 1761-1770, se compongan nada menos que seis óperas a cargo de compositores celebérrimos en su época.
Ninguna obra ha alcanzado una notoriedad como la del libro y, sin embargo, no hay un Don Quijote mozartiano como hubo un Don Giovanni, por citar a otro mito hispano
Todavía a principios del siglo XIX se acometen óperas sobre temas del libro, como es el caso de dos autores tan dispares como Mercadante y Mendelssohn que coinciden en 1825 con dos trabajos de igual título y asunto: Las bodas de Camacho. La ópera del italiano se considera dudosa, aunque reincide cuatro años más tarde con otra de igual tema pero aparentemente sin relación con la primera. En cuanto al gran Mendelssohn, tiene apenas 16 años cuando presenta en Berlín la suya que no consigue resistir las presiones e intrigas del ambiente operístico y debe conformarse con una tibia acogida que ha arrinconado esta ópera para la posteridad. Dicen que Bizet pensó durante toda su vida en una ópera sobre don Quijote, pero quien la realizó fue Massenet en 1909, y hasta la fecha es la única que aún se pasea por el repertorio. El siglo XX, que se abre con la aportación de Massenet, alcanza pronto una obra maestra de la miniatura teatral: El retablo de Maese Pedro, de Manuel de Falla, realizada para el teatro de marionetas de los salones de la princesa de Polignac y estrenada en París en 1923; también es reseñable la revisión hecha por Hans Werner Henze de la ópera de Paisiello y estrenada en 1976. Las aventuras más cercanas en el tiempo en ópera corresponden a los ambiciosos trabajos de Cristóbal Halffter (con libreto de Andrés Amorós) y José Luis Turina (con libreto de Justo Navarro), estrenada la primera en el Teatro Real de Madrid en 1999 y la segunda en el Teatro del Liceu de Barcelona en 2000; trabajos ambos de una factura espléndida, sabiamente intelectualizados y dignos de representar la visión actual sobre el caballero.
También para el teatro es la comedia lírica de Chapí, La venta de Don Quijote, de 1902, y los ballets, desde el clásico de Minkus (1869), con coreografía de Petipa y que consta como la quintaesencia del ballet romántico, hasta las visiones de Petrassi (1945) y de Roberto Gerhard, realizado éste en los primeros años de su exilio en Inglaterra (1940-1941). Por su parte, la comedia musical ha tenido un buen acercamiento con El hombre de la Mancha, cuya música es de Mitch Leigh (1965), alumno de Hindemith antes de hacerse un nombre en la época dorada de Broadway; esta obra, que recorrió el mundo, fue interpretada en Nueva York por José Ferrer y en París por Jacques Brel, más tarde llegó al cine protagonizada por Peter O'Toole y ha sido grabada por Plácido Domingo en 1990.
En la música instrumental des-
taca el poema sinfónico de Richard Strauss, obra que sube a los atriles de las grandes orquestas constantemente. Menos conocidas son las imágenes musicales de don Quijote de Antón Rubinstein (1870), que fueron transcritas a piano a cuatro manos por su alumno Chaikovski. Y menos aún lo es la obertura orquestal Don Quixote tanzt Fandango del infortunado Viktor Ullmann, fallecido en un campo de concentración nazi. En nuestro país han abundado los acercamientos sinfónicos, empezando por el excelente Don Quijote velando las armas, de Óscar Esplá, pero hay buenos trabajos de Rodríguez Albert, Joaquín Rodrigo, Guridi o García Román. Mención especial hay que dedicarle a los ciclos de canciones de Maurice Ravel y Jacques Ibert (1933), ambos fueron creadores con destino a la misma película, Don Quixotte, de George Wilhelm Pabst, protagonizada por el legendario cantante ruso Chaliapin, quien había hecho célebre la ópera de Massenet encarnando el papel protagonista. Por razones incomprensibles, las canciones de Ravel fueron rechazadas a favor de las del joven Ibert y hoy se disfrutan como la última música compuesta por el autor del Bolero.
Esta selección muestra que ha habido quijotes musicales ininterrumpidamente durante cuatro siglos, así como la importancia y variedad de los enamorados del personaje. Pero hay algo que desazona: ninguna obra ha alcanzado una notoriedad comparable a la del libro o a la del mito y, sin embargo, no hay un Don Quijote mozartiano como hubo un Don Giovanni, por citar a otro mito hispano. En cualquier caso, se diría que esta misma insatisfacción puede extenderse a los demás ámbitos artísticos, aparte de la música.
Don Quijote se hermana, más bien, con otro gran mito europeo, el de Fausto, siempre en el punto de mira de los mejores creadores, y siempre abocados a versiones parciales, fragmentarias, elípticas y, en último extremo, inferiores al original.
¿Hay razones para ello? No es fácil encontrar respuestas, pero es muy interesante intentarlo, especialmente en el campo de la ópera, ya que es ahí donde la cultura europea quiso forjar una expresión artística global haciendo dialogar a la música con la literatura y la dramaturgia; donde el arte de contar historias quiso conectar con el mito y con los grandes paradigmas culturales.
Hay una primera lección a extraer de esta asimetría entre la obra y sus consecuencias. Y es que, seguramente, la reducción del libro al personaje no da la dimensión del proyecto cervantino. Don Quijote es fascinante como personaje que lucha contra lo que le sobrepasa, como lo han visto muchos, pero su realidad es íntimamente literaria. En la película Don Quixotte, de Pabst, hay un diálogo entre un niño y su padre que asisten al espectáculo de marionetas de Maese Pedro: -Papá, ¿qué es un caballero andante? -Un hombre del pasado. Responde el padre. Aquí tenemos un síntoma; el conflicto de don Quijote no es el del pasado y el presente, la caballería en cuya realidad vive el héroe cervantino no es asimilable a un determinado pasado, sino a una categoría literaria. En el pasado no había magos que convirtieran rebaños en ejércitos ni hazañas sobrenaturales ni bálsamos de fierabrás; esto es algo que sólo habita en la imaginación literaria.
Quizá, como consecuencia de ello, no ha sido fácil aislar al personaje de su trascendente función en la novela. Un Quijote heroico que lucha contra imposibles por un ideal nos hurta no pocos episodios cómicos, grotescos o ridículos que abundan en el libro; pero un Quijote cómico esconde ese aliento metafísico que hace del personaje alguien tan cercano a un creador, es decir, una persona que ve escenas grandiosas allí donde los demás no ven más que lo que da la realidad cotidiana; y esto es, a no dudarlo, una buena definición del artista mismo.
La potencia del libro es tal que el lector se llena de imágenes, sonidos y hasta olores y sensaciones. Pero cuando desea dar cuerpo a alguna de estas imágenes en otra creación, el resultado parece estar ya previsto en la novela misma y pasa a convertirse en un detalle particular del todo general que es siempre el libro. Puede que ahí resida la imposibilidad de superar esta aventura artística y, paradójicamente, su constante tentación; y ahí están esos cientos de creadores que una y otra vez han probado fortuna con el atrabiliario caballero para demostrarlo. Después de todo, si hay que fracasar, qué mejor compañía que la del de la triste figura, campeón de aventuras fallidas, maestro en porrazos y especialista en visiones que nadie ve.
Jorge Fernández Guerra es compositor y estrenará el próximo 14 de abril en el teatro de La Zarzuela de Madrid una obra musical basada en la película de 1933 Don Quixotte.
Repertorio para 2005
UN REGUERO de conciertos va a recordar por toda España la impronta del Quijote en el repertorio musical. La Orquesta Nacional de España le dedica dos conciertos extraordinarios: el 23 de abril (día cervantino), Pedro Halffter dirige fragmentos de la ópera de su padre, junto con Don Quijote, de Strauss. El 30 de abril, la misma orquesta, a las órdenes de José Ramón Encinar, hace oír fragmentos operísticos del clásico de Massenet y de la ópera de José Luis Turina. Dos conciertos que recuerdan las óperas de Halffter y Turina, que ningún teatro se ha animado a recuperar. Es cierto que es difícil al tratarse de dos montajes de mucha envergadura, el de Halffter tiene una monumental puesta en escena de Wernicke que causó sensación en su estreno, pero que está lastrando su reposición; lo mismo pasa con la ópera de Turina, D. Q. Don Quijote en Barcelona, que fue montada por La Fura dels Baus y tiene una maquinaria escénica imponente de la que sirve de emblema el zepelín del llorado arquitecto Miralles.
Siguiendo en el ámbito sinfónico, la Orquesta de la Comunidad de Madrid no ha esperado a 2005 para recordar al Quijote, por ceñirnos sólo a lo que prepara en el año del aniversario, la ORCAM va a incluir obras como Ritratto di Don Chiscciote, de Petrassi, en su concierto del 10 de mayo, dirigido por Alberto Zedda, y Una aventura de don Quijote, de Guridi, el 21 de junio, con dirección de Luis Aguirre. Algo más modesta es la aportación de la Sinfónica de Madrid, con las Danzas del ballet Don Quijote, de Roberto Gerhard, con la dirección de Ros-Marbà, el 26 de abril. La Orquesta de la RTVE, incluye Don Quijote, de Strauss, en su serie de los días 20 y 21 de enero, con dirección de Walter Weller, y propone en Pamplona Don Quijote velando las armas, de Guridi, con su titular Adrian Leaper, los días 3 y 4 de marzo. La Orquesta de Valencia tiene dos momentos para el caballero: el 18 de febrero se oirán Don intermedios, de la ópera de Massenet, dirigidos por Theodor Guschlbauer, y el 29 de abril, el titular de la agrupación, Gómez Martínez, ofrece el poema sinfónico de Strauss (campeón del año en salas de conciertos, sin duda). Bilbao, y su Sinfónica, también recuerdan la versión de Guridi, los días 13 y 14 de enero, con dirección de Maximiano Valdés. Más al sur, en Málaga, Martínez Izquierdo dirige a su orquesta, la Sarasate de Pamplona, los dos ciclos de canciones hermanos, el de Ibert y el de Ravel, el 27 y 28 de mayo. Baleares tiene también su momento cervantino de la mano de su orquesta y de José Ramón Encinar; el 12 de mayo se oirán las Danzas de la ópera de José Luis Turina y las canciones de Ibert. Mientras que el titular de la Orquesta de Baleares, Edmón Colomer, cambia de islas y se va a Gran Canaria para ofrecer las Danzas, de Gerhard, el 3 de junio. En León también se acoge al caballero con la Orquesta Nacional de Lorraine, que dirige Jacques Mercier, en un programa dedicado al Quijote en la música francesa el 26 de noviembre de 2004, o sea, ya mismo. Y curiosamente, el programa orquestal más completo sobre el Quijote nos lo brinda Melilla que, el 28 de enero, ofrece una sesión completa con la obertura Don Quijote, de Telemann, las canciones de Ravel, el Retablo..., de Falla, y una selección del musical El hombre de la Mancha, de Leight, que tomen nota otras ciudades más culturales.
Aparte de la decepción de la ópera en este aniversario (y no sólo la contemporánea), el Teatro de la Zarzuela de Madrid hace sus deberes y ofrece un programa con La venta de Don Quijote, de Chapí, y el Retablo..., de Falla; dirigen Lorenzo Ramos, la música, y el nuevo director del teatro, Luis Olmos, la escena. Será del 11 de marzo al 10 de abril, y podrá verse también en Oviedo del 17 al 21 de mayo. Además, el ya tradicional concierto-proyección de este teatro, dedicado a proponer música para una película muda o antigua, repone el citado Don Quijote, de Pabst, con el estreno de una música orquestal encargada para la ocasión al autor de estas líneas. Dirige José Ramón Encinar y será el 14 de abril.
Queda otro apartado menos ortodoxo, pero sugestivo, el dedicado a músicas contemporáneas del libro, es decir, de principios del siglo XVII. La Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales prepara, al menos, un programa que vendrá de las manos inquietas de José Miguel Moreno y su grupo Orphenica Lyra. El Maestranza de Sevilla también tiene un recordatorio con una sesión dedicada a música de la época de Cervantes y poesía, con la guitarra y vihuela de Rafael Serraller y la recitación de Rafael Taibo, el 8 de marzo.
En el capítulo editorial, destaca la publicación de la edición crítica del Retablo de Maese Pedro, de Falla, en la editorial Chester de Londres, a cargo de Yvan Nommick, director del Archivo Manuel de Falla de Granada.
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