El desafío de las estampas
Seguramente el libro español más difundido y apreciado internacionalmente casi desde muy poco después de su publicación, como se corrobora a través de las ediciones que, ya en el siglo XVII, se publicaron en Inglaterra, Francia, los Países Bajos, Alemania e Italia, con todo lo que por entonces ya implicaba de ediciones ilustradas mediante grabados y viñetas, el Quijote, de Cervantes, tardó en conseguir que las estampas tiradas al respecto adquiriesen una notable calidad artística. En parte, ello fue debido a la poca consideración literaria que tuvieron las novelas hasta nuestra época, con lo que era verdaderamente raro que un gran artista se aviniese a dibujar sus láminas, pero también al poco valor otorgado a la estampación en sí misma, que, en su grado más excelso, estaba reservada a los grandes tratados de arte o a los libros del humanismo liberal más exigente, cuando no a la simple reproducción de las consideradas obras maestras de la pintura o de monumentos artísticos relevantes. Por otra parte, fuera cual fuera la calidad artística de las estampas o la importancia de sus autores, al no existir ninguna restricción, no digo jurídica, sino ni siquiera conceptual, se solían plagiar sin citar su procedencia, con lo que cualquier artista, si llegaba el caso, las tomaba para sí sin ningún rebozo. De esta manera circularon las estampas libremente, porque, en cierta manera, su destino era precisamente ése o el de resolver problemas compositivos de los propios pintores al realizar un cuadro.
El interés de la Ilustración por la cultura popular también ayudó a dar un nuevo vuelo artístico a la novela de Cervantes
Es importante tener en cuenta estos datos históricos porque, si no, es difícil explicar el aparente contrasentido de que una obra de tanta y tan temprana difusión internacional tuviera inicialmente unas ilustraciones de muy escasa calidad artística, incluidas las estampas en nuestro país, donde no sólo se tardó más en hacer ediciones ilustradas del Quijote, sino que, por si fuera poco, éstas estaban casi copiadas de otras extranjeras, como ocurrió con las que hizo Diego de Obregón, que las tomó, casi pedem litterae o, si se quiere, graphicae, de la de Bouttats. Esta situación de pobreza artística y de falta de interés creativo, en relación con las ilustraciones del Quijote, no empezó a cambiar sino durante el siglo XVIII, que significativamente marca los orígenes de nuestra época contemporánea.
La razón fundamental de este
cambio de actitud se debió a la progresiva importancia que se le fue concediendo a los relatos novelescos, un género que no sólo empezó a florecer en este siglo, sino que, como escribiera uno de sus primeros representantes "a la manera moderna", Henry Fiedling, en su célebre La historia de Tom Jones, el expósito (1749), habría que calificar de más peligroso y meritorio el relato romancesco que el de la que él llama la convencional historia pública, porque aquélla obliga a rebuscar "en los más ocultos rincones" y a exponer "muestras de bondad y vicio extraídas de los agujeros y escondrijos del mundo". Significativamente, en un relato novelesco anterior, publicado en 1742, a la primera parte del título, La historia de Joseph Andrews, y de su amigo, el Sr. Abraham Adams, Fiedling añadió, tras citarse como su autor, que estaba escrita imitando el estilo de Cervantes, autor de Don Quixote. Años antes, en 1734, dentro de su prolífica labor como autor dramático, Fiedling escribió la comedia titulada Don Quijote en Inglaterra, otra prueba más, no sólo de la proverbial admiración británica por la obra cervantina, sino la reconocida influencia de ésta en la creación de la novela moderna. En todo caso, si evoco estos datos es porque, a través de ellos, se distingue el nuevo estatuto y el reconocimiento público de la novela, y, sobre todo, que empezasen a interesarse por su ilustración artistas de cierta enjundia. Es el caso, ya que hablamos de Fiedling, de William Hogarth (1697-1764), amigo contemporáneo y colaborador suyo, inventor significativamente del género por él llamado Comic History Painting, el cual grabó escenas de Don Quijote.
El interés de la Ilustración por la cultura popular también ayudó a dar un nuevo vuelo artístico a la novela de Cervantes, a través de cuya urdimbre moral se ponían de relieve las virtudes y vicios de las costumbres. Un ejemplo muy significativo al respecto es el cuadro titulado La aventura de Don Quijote, que pintó durante su dilatada estancia en España al servicio de Felipe V el pintor francés Miguel Ángel Houasse (1680-1730), que representó muchas escenas y paisajes costumbristas, de carácter realista, de nuestro país. La presencia de la pintura francesa cobró una fuerza inusitada en España mediante la instauración de la nueva dinastía, lo que también incrementó el tratamiento de temas españoles en Francia, fuera por moda o por encargo. Esto afectó a las ilustraciones del Quijote, que, por un motivo o por otro, se convirtieron en una constante entre artistas franceses a lo largo del XVIII, como lo atestiguan las obras de Coypel, Fragonard u Horace Vernet. Paradójicamente, en España se tardó en reaccionar y la situación no se remedió hasta el último cuarto de este siglo, cuando las nuevas instituciones reformadoras, de carácter ilustrado, como las academias, se movilizaron para dar una respuesta digna a la que ya se consideraba una obra cumbre de la literatura española. Es entonces cuando se promueve la suntuosa edición, que, bajo los auspicios de la Real Academia Española, y con el prestigioso sello editorial de Ibarra, se publica el año de 1780 en cuatro tomos el Quijote, ilustrado por algunos de los mejores pintores del momento, como Antonio del Castillo, Carnicero, Barranco, el arquitecto Pedro Arnal, Gregorio Ferro, etcétera, que dibujan láminas, luego estampadas por Carmona. Parece ser que el mismo Goya aspiró a ser uno de los ilustradores, pero, todavía a comienzos de su carrera cortesana, no logró su propósito, dejándonos tan sólo un dibujo como muestra. En 1771, otro artista de relieve, José Camarón, también trabajó a partir de las hazañas del caballero de la triste figura.
Durante el siglo XIX, no sólo se
incrementó la comprensión crítica del Quijote, sino también, cambiando el destino de las artes y dignificándose más el talante intelectual de sus practicantes, hubo más y mejores artistas plásticos que buscaron inspiración en la novela cervantina. No se trata de hacer un recuento prolijo al respecto, pero, desde una perspectiva internacional, yo destacaría dos casos: en primer lugar, el prolífico y genial litógrafo, pero no menos extraordinario pintor y escultor, Honoré Daumier (1808-1879), que logró las, a mi juicio, mejores composiciones pictóricas del romancesco caballero de rebullida imaginación, al detenerse en el umbral de la ya de por sí caricaturesca efigie, pero delineándola al contraluz sobre un paisaje de cegadora blancura; en segundo lugar, el ilustrador nato Gustavo Doré (1832-1883), cuyo Quijote, de 1862, es un prodigio de realismo, muy bien dramatizado y con los toques grotescos y fantásticos necesarios. A partir de 1830, convertida España en un objeto de culto por los románticos, se sumaron otros muchos artistas, con mayor o menor acierto, en la medida, no pocas veces, que sofrenaban el pintoresquismo, que se inspiraron en la obra cumbre cervantina, como, entre otros, Celestin Nanteuil, Boulanger o el británico Leslie, que además de ilustrar a Cervantes y Molière, escribió una imprescindible biografía de Constable. En esta centuria, por primera vez, los artistas españoles no les fueron a la zaga, con intervenciones de Gisbert, Balaca, Jiménez Aranda, Muñoz Degrain, Moreno Carbonero, Benedito, Urrabieta Vierge, Gonzalo Bilbao, Sert o Zuloaga. Que entre ellos, predominaran los que podemos denominar, cronológica y estilísticamente, como artistas del fin de siglo, registra la pasión de la generación del 98 por la inmortal novela de Cervantes, que celebró su tercer centenario en 1905, ya en medio de una fuerte crisis de identidad nacional y en un ambiente de regeneracionismo crítico.
Evidentemente, las ilustracio
nes del Quijote siguieron su curso durante el siglo XX, pero lo importante en esta centuria de las vanguardias que revolucionaron el lenguaje artístico figurativo tradicional era comprobar si los protagonistas de éstas se implicaban en la tarea y, sobre todo, cómo. En este sentido, aunque proliferaron y proliferan ediciones ilustradas del Quijote, desde todos los puntos de vista, en todas partes, hay que llamar la atención sobre la labor realizada por los artistas españoles más rompedores. Podemos tomar como ejemplo cuatro casos muy significativos, tanto por su compromiso en su alineación vanguardista como por su ubicación temporal a lo largo de todo el siglo. Me refiero a Salvador Dalí, Miquel Barceló, Antonio Saura y Eduardo Arroyo, que han abordado la cuestión de forma distinta y a través de motivaciones y requerimientos diversos. Obviamente, ha habido una nómina de artistas mucho más amplia, pero lo relevante es que se han franqueado las fronteras de la mera ilustración convencional y los resultados son por ello más sorprendentes, lo cual abre un camino esperanzador en esta dirección.
Para terminar, creo que es oportuno una consideración: una genial obra maestra literaria tiene siempre un poder limitador, intimidante, para quien se inspira plásticamente en ella, y así puede caer en la banalidad o la extravagancia, algo más acuciante todavía en un arte tan imprevisible y libre como el contemporáneo. Por otra parte, la "mala calidad" creativa que puede apreciarse en la trasposición artística de una novela, siempre tocada por un cierto pie forzado, no deja de aportarnos interés desde perspectivas no estrictamente formales. En todo caso, el acerbo artístico generado por el Quijote es inmenso y, sea cual sea su valor hasta el momento presente, sigue constituyendo un desafío abierto el plasmar en imágenes o en objetos de todo tipo un formidable universo de sugerencias como las que nos describió Miguel de Cervantes en su más famosa y universal novela.
EXPOSICIONES
Programación del Instituto Cervantes pendiente de fijar lugares y fechas:
El Quijote hispanoamericano. 126 dibujos de artistas españoles y latinoamericanos (Museo Municipal de Arte Contemporáneo de Madrid).
Los territorios de el Quijote. Fotografías de José Manuel Navia.
Viaje al país del Quijote. Tres siglos de ilustraciones, seleccionadas por Daniel Urrabieta Vierge (1851-1904).
La política internacional en la época de Cervantes. Cervantes y su obra en el contexto de la época.
Cuatrocientos años de don Quijote en el mundo. Imágenes seleccionadas por Gonzalo Armero.
El yantar por tierras del Quijote. Veinte dípticos fotográficos que recorren la despensa cervantina hasta la nueva cocina.
El Quijote en el cine y la publicidad. Carteles publicitarios, según el Centro de Estudios Cervantinos.
El Quijote y Barcelona. La relación de Cervantes y su personaje con Barcelona (Museo de Historia de la Ciudad, marzo-noviembre de 2005).
Visiones del Quijote. Iconografía sobre el Quijote según artistas como Picasso, Dalí, Doré y Saura (La Pedrera, marzo-junio de 2005).
El Quijote y el mar. Muestra centrada en el momento en que don Quijote descubre el mar de Barcelona (Museo Marítimo, a partir de abril).
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