El idioma rumano
Los huéspedes observan siempre mucho mejor que los anfitriones los rincones de donde no se ha quitado el polvo; por muy desagradable que sea y a pesar de que la reputación de los anfitriones puede quedar en entredicho, la limpieza gana. El periodista Vicente Verdú, del diario EL PAÍS, cree que el polvo está destinado a quedar siempre allí, en la casa de unos simples escritores domésticos, que escriben solamente para su propio corral. También tiene el periodista la sensación de que el idioma rumano, al igual que el vasco, está en agonía: "Los amigos rumanos transmitían no ya el doloroso placer de la diferencia, que tiene su morbo, sino el mal de la limitación".
Desde Bucarest es difícil entender las comparaciones con el euskera, o con el catalán pero, cuando escribía, Cervantes probablemente no se sentía el portavoz de un idioma imperial, sino el mero depositario de unos cuentos que tenían que ser contados. Este mismo sentimiento de necesidad de narrar anima también a los rumanos "fumadores minerales, cultos y afables". Si el mundo está interesado en sus cuentos, se les ofrecerá la corona de las traducciones a "lenguas imperiales", o bien los intelectuales cultos y afables de otros países tendrán asegurado el acceso a los cuentos de los rumanos, después de haberse quitado el polvo de las ideas preconcebidas.
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