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Columna
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Los setenta minutos

Vicente Molina Foix

Daba gusto la semana pasada ver al público tan entusiasmado con la Royal Shakespeare Company a lo largo de 180 minutos hablados en inglés. En una magnífica iniciativa, el Festival de Otoño trajo a la compañía británica con cuatro títulos de nuestro repertorio clásico (dos de ellos rara vez representados por aquí en la lengua madre), y la gente babeaba, y lo digo literalmente, pues tuve que cambiarme de asiento en el entreacto de House of Desires para no seguir sufriendo la lluvia de saliva que una joven sentada a mis espaldas despedía con sus carcajadas. Carcajadas muy merecidas, como mérito tiene el aguante de las casi tres horas de El cantar de los cantares, el espectáculo del 'wonderboy' lituano Nekrosius, o las dos y media del estupendo Molière de la Comédie Française, por no hablar de la maravillosa tarde (seis horas, más descansos) que el mismo Festival nos ofreció el año pasado con el montaje de Robert Lepage, que este año vuelve más comedido de minutaje, aunque no menos desafiante, pues nos pasmará con una Celestina traducida del francés sin la colaboración de Fernando de Rojas.

Coincidiendo con estas extensas jornadas teatrales que vive Madrid y su provincia, me llega desde Alicante el programa de otro ya tradicional evento escénico a celebrar allí entre el 13 y el 21 de noviembre, la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos. Lo hojeo con curiosidad, veo títulos que me despiertan interés, hasta que un pequeño detalle reiterado me llama la atención: la longitud de las obras. Qué cortas todas, en un festival de tan largo título. ¿Será que los autores españoles contemporáneos no tienen fuelle para más o es otra cosa? Del total de 29 espectáculos, sólo cuatro sobrepasan la hora y media de duración, sin llegar ninguno más allá de 110 minutos. Dos de las funciones duran 55 minutos, una 45, y la mayoría 60, creando en total una media de duración en la Muestra no superior a los 70 minutos. Naturalmente, los responsables programan lo que hay, y lo que hay tira a corto. ¿Un signo de los nuevos tiempos?

Los nuevos tiempos, que empezaron hace bastante, están marcados por "la conversión del espectáculo en la nueva ideología moderna", según las palabras del más lúcido y nihilista observador de la contemporaneidad, Guy Debord, cuya obra no para de crecer, muerto él hace ahora 10 años, con la publicación de obras inéditas y un nuevo volumen de su correspondencia. Debord fue el padre y el alma del Situacionismo, en mi opinión el más durable 'ismo' del siglo XX, pero ni siquiera un visionario tan adelantado como él pudo prever el escandaloso juego de pesos y medidas que hoy se está imponiendo en el teatro de nuestro país. Se habla de la falta de públicos, de la ausencia de grandes talentos en la escritura escénica, de la pobreza de medios, del olvido de los centros dramáticos institucionales a la hora de programar obras de hoy: la Crisis, con esa mayúscula que el teatro arrastra en España por lo menos desde que Valle-Inclán era niño. Se debería hablar más, con el cronómetro en la mano, de una miseria que nos caracteriza de forma incomparable con ningún otro país y en la que todos somos culpables. La cortedad.

Lo malo, si breve, no menos malo, dice el cínico que los espectadores llevamos dentro. Pero, ¿qué sucede cuando lo bueno es desmesurado, o simplemente largo? Nadie se mueve del asiento, excepto si está aquejado de una cistitis insuperable. Por un acuerdo tácito, vergonzante y en la práctica exigido por los empresarios, los programadores, muchos críticos y algunos actores perezosos, el autor español se propone como meta de su obra no tanto la belleza o la profundidad como la exactitud horaria: que la cosa no dure más de 90 minutos, y si son 80, mejor que mejor. Hay, eso sí, funciones de tres horas en nuestra cartelera, pero son musicales de importación. Sólo la ideología de la espectacularidad permite hoy el empleo del tiempo, mientras que al comprimirse imparablemente, nuestro teatro propio se convierte en una minucia que justificará más la pereza en salir de casa (yo tardo en llegar en metro al centro de Madrid bastante más de lo que duran muchas funciones que me desplazo a ver). Así que me despido hasta el año que viene, cuando de nuevo el 'teatro de festival', mayoritariamente extranjero y hablado en lenguas exóticas, nos devuelva el placer de una buena sentada en la butaca.

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