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Crítica:UN FILÓSOFO ABIERTO AL MUNDO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Interpretaciones y escaramuzas

Cuando alguien se despide en público de los años de su juventud evocándolos como "místicas trojes henchidas de angustias y esperanzas españolas" es que algo le pasa o que algo tiene. Y lo que tiene no es sólo la innata capacidad de poner en circulación vital -como él mismo diría- una metáfora fusionando la mística y la troj, sino la urgencia y la suficiente dosis de narcisismo para mirar al "fondo de los ojos de su mocedad, empujarla hacia el pretérito y decirle: adiós, puedes irte tranquila". Deber cumplido: Ortega ha realizado su vocación: quemar sus diez años jóvenes, "como la retama mosaica, al borde del camino que España lleva por la historia".

Corría, cuando Ortega despedía con tan iluminada retórica su primera juventud, el año 1916. Había transcurrido una década desde que irrumpiera en la vida cultural madrileña con aquella deslumbrante frescura que le valió adhesiones entusiastas entre quienes habían despertado, como él, a la curiosidad razonadora cuando caían las últimas hojas de la leyenda patria. Pisaban los talones a una generación de literatos que había derramado lágrimas de dolor por la decadencia y muerte de España y había suspirado impotente por su resurrección, o sea, los que luego pasarán a la historia como generación del 98.

OBRAS COMPLETAS, TOMO I (1902-1915) Y TOMO II (1916)

José Ortega y Gasset

Taurus y Fundación

Ortega y Gasset. Madrid, 2004

1.040 y 964 páginas

50 euros cada tomo

Más información
"Hay que llevar a Ortega y Gasset a la calle"

El asombro suscitado por la irrupción de este joven tuvo que ver con la audacia y el aplomo con que plantó cara a los mayores: ya estaba bien de esperar la llegada de un redentor mientras se contemplaba la puesta del sol tumbados en algún promontorio; y luego, con la fuerza de la llamada dirigida a los que, de su misma generación, se sintieran "incapaces de oír un sermón, apasionarse en un mitin y juzgar de personas y cosas en una tertulia de café". A los primeros les reprochó que se hicieran sus necesidades en público, que se comportaran como energúmenos y gritaran más de la cuenta para ser tomados en serio. A los segundos les conminó a que dejaran de esperar un Napoleón y pusieran manos a la obra de la europeización de España. El año 1914 fue el momento crítico, la coyuntura decisiva. ¿Porque Europa se aprestaba a entrar en guerra? No; porque Ortega había alcanzado la mitad del camino de la vida y se sintió tan sólidamente plantado que propuso a su generación abandonar la vieja política para embarcarse en la nueva.

De cómo llegó ese momento,

en qué consistió la llamada, del entusiasmo levantado y del primer choque con la realidad que le llevó a transmutarse en espectador es de lo que van estos dos primeros tomos de la nueva edición de sus Obras completas. Los editores han decidido, como era obligado, atenerse a la cronología -con la salvedad, no siempre indiscutible, de respetar la unidad de lo reunido por Ortega en volúmenes confeccionados con escritos de muy distinta época, por ejemplo, El espectador- y suprimir la división, que ya Paulino Garagorri consideraba peregrina, entre escritos filosóficos, científicos y literarios y todos los demás, esto es, políticos. La cronología manda, sobre todo en el caso de Ortega, que hasta sus libros escribió en periódicos, atento a la circunstancia del momento, fuese porque se sintiera empujado por un "instinto de interpretación" o porque pretendiera "reñir escaramuzas en la plaza pública".

Aquí está entero este primer Ortega, el de la interpretación y el de la escaramuza, el que empieza a publicar con 19 años, manda al cuerno a Unamuno con 25 y convoca a toda su generación con 30. Ya es dueño de un estilo o, mejor, de varios según la hora y el tema; ya se siente con autoridad para escribir de todo; ya se cree en posesión de claves suficientes para desentrañar el pasado y anunciar el futuro; ya está trazado el camino que le espera. Ante todo, su arranque, deudor de Renan, Taine, Barrès y Bergson tanto o más que de sus maestros alemanes: Bergson, especialmente, modélica realización del filósofo demi-mondain que tanto le atrajo. Además, su curiosidad universal: nada queda fuera de su mirada, aunque a veces le importe más el "a propósito de" que el tema en sí. En fin, su alegría interior, la que le proporciona ir hollando a cada paso "aromáticas violas".

Es, por tanto, ocasión de felicitarse. Por fin, Ortega entero: magnífico trabajo, cuidadoso cotejo con otras ediciones, índices, apéndices y anexos, publicación separada de textos que el autor no dio a la imprenta. Todo, en fin, como debe hacerse. Sólo un momento para la melancolía: este cuidado, estos medios que se han volcado en estas Obras completas ¿no debían invertirse también en las de otros españoles ilustres que tanto podrían decir todavía a los españoles de hoy? Menos conmemoraciones efímeras y carísimas y más editar nuestro legado histórico sería, puestos a soñar lo imposible, un programa de política cultural suficiente para justificar la existencia de un ministerio tantas veces embarcado en fastos que se lleva el viento.

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