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¿Cambiará la política militar de EE UU si gana Kerry?

Uno de los espectáculos más divertidos de estos tiempos tan poco divertidos es la aparición de un club de fans de Kerry entre los activistas antiguerra en Europa. La campaña de envío de cartas del periódico británico The Guardian es especialmente tonta, pero no es más que un ejemplo entre muchos. Por supuesto, mucha gente apoya a Kerry por diversas razones; por ejemplo, inspira confianza cuando promete recortar el déficit federal. Ahora bien, apoyarle con la esperanza de que la política militar estadounidense vaya a inclinarse hacia la izquierda, ni siquiera un poco, así que mucho menos hacia el pacifismo, es sencillamente absurdo. Las pruebas indican que Kerry haría todo lo contrario. Ha declarado que tiene intención de añadir dos divisiones enteras al Ejército estadounidense, más que la suma total de todas las tropas de intervención de la Europa continental. Y también ésa es una promesa creíble, en parte porque Irak ha dejado al descubierto una enorme escasez de fuerzas de Tierra, frente al exceso de personal en la Marina y las Fuerzas Aéreas.

Pero además, aparte de toda posición política concreta, hay que fijarse en cómo es él. En los debates, cuando Bush hablaba de "derrotar al terrorismo", Kerry hablaba siempre de "matar a los terroristas". No era sólo una postura electoralista; son palabras que reflejan de forma veraz el carácter del personaje. Kerry es un luchador, un auténtico peleón. En todas sus campañas electorales, triunfantes o no, siempre ha sido el candidato más agresivo, dispuesto a lanzar acusaciones absurdas, que sabía falsas, con la esperanza de que algún votante creyera lo increíble. Ahora les dice a los electores de más edad que Bush posee un plan secreto para recortar sus pensiones en un 45%, y a los más jóvenes, que tiene un plan secreto para volver a implantar el servicio militar obligatorio. Y Kerry, desde luego, luchó con espíritu combativo en Vietnam. Como muchos estadounidenses ricos de su época, se opuso a la guerra porque la consideraba perjudicial para los intereses estratégicos y económicos de Estados Unidos (no porque fuera pacifista), pero, después de cumplir su año obligatorio de servicio a salvo, a bordo de un buque, se presentó voluntario para quedarse más tiempo. Como todo el mundo sabe a estas alturas, obtuvo su estrella de plata al encallar la lancha que dirigía para saltar en pos de un guerrillero del Vietcong, al que mató de un disparo. No tenía por qué estar en Vietnam; se podía haber quedado en casa. No tenía por qué encallar la lancha; la táctica habitual era apartarse de la orilla al tiempo que se disparaba sin cesar, no embarrancar la proa en el fango. Y, como comandante de la lancha, no tenía por qué perseguir al guerrillero en persona. Lo hizo porque es un luchador, un luchador feroz. Yo estoy seguro de que, si Kerry hubiera sido presidente el 11 de septiembre, habría tenido una reacción más violenta que la de Bush: habría enviado bombarderos, además de exploradores de las Fuerzas Especiales, y habría exigido -con amenazas- la inmediata cooperación de Arabia Saudí, no sólo la de Pakistán. Verdaderamente, los antimilitaristas europeos se han equivocado de héroe.

Si Kerry sale elegido, desde luego, su oposición a la guerra -ahora tan clara- no se convertirá en una retirada de las fuerzas estadounidenses de Irak. En realidad, ya el Gobierno de Bush está realizando traspasos y prefiere aumentar cuanto antes la presencia de miembros de la policía y la Guardia Nacional iraquíes que enviar más tropas. En la actualidad, los soldados estadounidenses, que no llegan a los 60.000 fusiles, no bastan, ni siquiera, para controlar la zona de Bagdad, ni mucho menos el triángulo suní. Sus pueblos y ciudades -no sólo está Faluya- no cuentan con ninguna patrulla habitual, como tampoco Mosul, una gran ciudad de más de dos millones de habitantes, en la que es difícil ver a soldados estadounidenses fuera del núcleo central. A pesar de sus promesas de que no habrá refugio para los rebeldes en Faluya ni ningún otro lugar -pura bravuconada, dada la escasez de tropas-, no parece probable que Kerry vaya a cambiar de estrategia. Él también proseguirá con la política de traspasos para dejar Irak en manos de su Gobierno electo a partir de enero, con todo lo que de ejército, guardia nacional y policía sea posible construir de aquí a entonces.

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La única diferencia -y ésta es la gran ironía- es que Kerry seguramente se retiraría más despacio que Bush, por simple cuestión de postura política: es más vulnerable a las acusaciones de abandonar Irak en manos de fanáticos islámicos, caudillos-sacerdotes y seguidores de Sadam.

Kerry ha criticado duramente a Bush por no ser lo bastante duro con Irán; otra ironía, porque implica que prefiere la acción unilateral que la diplomacia multilateral. Después de la ficción de las pasadas elecciones, el país está gobernado por sacerdotes fanáticos y los matones de la Guardia Revolucionaria, tras la fachada -cada vez más débil- del Gobierno del presidente Jatamí, elegido pero sin ningún poder. Los extremistas juegan la baza diplomática con el E-3 -Gran Bretaña, Francia y Alemania- y el Organismo Internacional de la Energía Atómica, al tiempo que utilizan los ingresos por petróleo para importar todos los componentes de misiles y el equipamiento nuclear que pueden. El Gobierno de Bush ha examinado las posiblidades de emprender acciones directas, desde incursiones aéreas hasta actos de sabotaje, pero, cada vez más centrado en Irak, no ha hecho nada hasta ahora. Lo que sí ha hecho ha sido recurrir a la diplomacia para restringir las importaciones iraníes de materiales prohibidos procedentes de Rusia y China, así como las actividades de espionaje necesarias para acabar con las redes de contrabando. Este aspecto es crucial, porque, a pesar de que presume de ser autosuficiente, Irán no puede llegar muy lejos por su cuenta. Es importante ganar tiempo: la impopularidad de los extremistas va en aumento, representan a una minoría cada vez más reducida de la población rural más atrasada, y no durarán eternamente. ¿Qué otra cosa haría Kerry? No mucho, seguramente; hay que ser conscientes de que, inevitablemente, volverían a examinarse las opciones de los ataques aéreos y el sabotaje. Me pregunto qué diría el editorial de The Guardian si empezasen a caer bombas sobre Natanz y Arak, los lugares en los que se construyen las principales instalaciones nucleares.

En cuanto a los aspectos más prosaicos de la política militar cotidiana, no parece probable que Kerry vaya a alterar el plan de Bush de sacar a las fuerzas estadounidenses de las bases de la guerra fría en Europa occidental y Corea para enviarles a otras bases, pero, sobre todo, para hacer rotaciones en suelo estadounidense, donde los costes son menores, la formación es mejor y las familias están más contentas. Los asesores de Kerry también están de acuerdo con los programas de "transformación" de Bush: el cambio a aviones no pilotados, a proyectiles lanzados desde el aire en vez de artillería, a redes de mando en lugar de jerarquías y a fuerzas más ligeras y de más calidad. A no ser que Kerry se atreva verdaderamente a pedir al Congreso el dinero para añadir dos divisiones al Ejército (un incremento enorme, del 20%), hará falta un microscopio para notar las diferencias en la política militar en caso de que gane las elecciones.

Edward Luttwak es miembro directivo del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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