Bush, Kerry y Zapatero
Ahora que la evolución de los sondeos y, sobre todo, los indicios de un aumento sensible de la participación, hacen que la victoria de Kerry ya no sea impensable, algunos ideólogos de la izquierda irredenta, para que el antiamericanismo no decaiga, se han apresurado ya a decir que, a fin de cuentas, Bush y Kerry son más o menos lo mismo y que un cambio de presidente en EE UU sería bastante irrelevante. Es más, algunos, demostrando que es falso que el infantilismo político se cure con la edad, se apuntan a la doctrina del cuanto peor, mejor, apostando de esta forma por una victoria de Bush como garantía para agrandar las contradicciones, como acostumbra a decir el lenguaje al uso.
No es verdad que Bush y Kerry sean lo mismo. Para empezar, Bush es un doctrinario que quiere redimir el mundo e imponerle su verdad al precio que sea, mientras Kerry es un político que sólo aspira a gobernar razonablemente EE UU (con todo lo que ello representa para la gobernabilidad del mundo). Bush ha construido toda su estrategia de poder sobre un enemigo: el terrorismo; una ideología: la seguridad; y una pretensión: la autosuficiencia. Kerry, sin negar, obviamente, la gravedad del desafío terrorista, no acepta el engaño de utilizarlo para esconder todos los demás problemas. Y sabe que Estados Unidos no puede pretender dirigir el mundo desde la soledad, como se ha encargado de repetir en todos los debates.
Sin duda, una victoria de Bush, que, como las encuestas demuestran, en muchos países será vivida como una frustración, contribuirá a acrecentar el odio a Estados Unidos que es una de las pasiones más extendidas por el mundo. Con lo cual quedarían satisfechas las aspiraciones del neoizquierdismo catastrofista. Y puede incluso que fuera cómoda para aquellos Gobiernos europeos que han encontrado en Bush el personaje frente al que afirmar su identidad y ganar algunos puntos extras de legitimidad. En cambio, una victoria de Kerry será muy exigente para Gobiernos como el español, el francés y el alemán. Como dice Jean Daniel, Kerry les dirá: "Yo ya me he cargado a Bush, ahora os toca a vosotros venirme a ayudar, por ejemplo, en Irak".
Nada de lo que ocurra en las elecciones americanas es irrelevante para España. Zapatero llegó al poder desde la oposición a la guerra de Irak. La Administración de Bush encajó mal que Zapatero cumpliera su palabra al tiempo que asumía el Gobierno. En la pirámide del poder, cuanto más arriba se está menos se entienden las discrepancias. Una y otra parte han abusado, después, de sobreactuaciones innecesarias, ya fuera Zapatero en Túnez, el embajador americano el día de la Fiesta de la Hispanidad o el general Félix Sanz en declaraciones recientes. Una victoria de Bush permitiría a Zapatero seguir la estrategia de la distancia, pero la respuesta de una Administración americana sin agobios electorales a la vista podría endurecerse.
La victoria de Kerry tendría la virtud de obligar a Zapatero a precisar sus opciones en política internacional. Ya no bastaría el juego de la foto -Azores- y la contra foto -Chirac, Schröder-. Si se está a la vez por el atlantismo y por el multilateralismo -y así lo dice la doctrina oficial del Gobierno español- no se podrá ser insensible a un presidente que parece dispuesto a tratar de abrir las puertas que cerró Bush. Zapatero ya no podrá seguir viviendo de los réditos del antiamericanismo ambiente.
Zapatero ha tenido suerte con Bush porque éste, desde la salida de las tropas españolas de Irak, le ha dado un protagonismo desproporcionado si atendemos a la potencia real de España. La política tiene sorpresas porque las bajas pasiones a menudo ensombrecen los cálculos tácticos, y más todavía en un presidente como el americano que se distingue por su simplicidad. Al contestar el discurso de Zapatero en las Naciones Unidas, Bush le regaló innecesariamente un estatus de adversario de referencia. Pero una vez resuelto el enigma americano, la política internacional española ya no podrá ser sólo un ejercicio de cambio de parejas. Y los buenos deseos expresados en las Naciones Unidas tendrán que pasar del estadio de las relaciones públicas a las políticas concretas.
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