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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Cultura de la tragedia

La imagen que dan algunos grandes artistas en sus visitas a Valencia es la de quien ha encontrado un filón institucional de muchos posibles a cambio de un talento que vacía las arcas de Cultura

Ganancias

Irene Papas, la gran trágica, reconvertida en amiga de los jerifaltes más desenvueltos de los populeros valencianos, cobra entre 300.000 y 400.000 euros anuales por dirigir o asesorar desde su país el destino inexistente de la Fundación de las Artes Escénicas. Estuvo por aquí el otro día, para ver qué había de lo suyo, y tuvo la desenvoltura suficiente para asegurar que el arte es caro, aunque la gente se equivoque al pensar que quizás debería de costar algo menos. No es caro el arte, sino el sueldo blindado que los contribuyentes (incluso los que jamás pisan un teatro) le pagamos cada año a la mayor gloria de sus estupendas relaciones con la antaño todopoderosa Consuelo Ciscar. La farsa concluye y es hora de bajar el telón. Y llama la atención que Irene Papas, con un carrerón como el suyo a sus espaldas, haga de menesterosa solvente a costa de nuestros impuestos.

Y pérdidas

El montaje del canadiense Robert Lepage sobre La Celestina es espléndido en muchos de sus pasajes, desmesurado sin motivo en otros, y sostenido en los momentos cruciales (como suele ocurrir tantas veces en el teatro) no por lo desaforado de su omnipresente escenografía sino por el trabajo de dos actrices, una mayor y otra más joven, que son Núria Espert y Carmen del Valle. Hasta ahí todos de acuerdo. El misterio es que haya sido llevado a la Nau de Sagunt, cuando se trata de un espectáculo intimista, pese a su despliegue de medios, que habría casado estupendamente con las dimensiones de una caja a la italiana como la del Principal de Valencia, por ejemplo. Lo digo porque no tiene sentido (al contrario de lo que ocurría con Las comedias bárbaras a cargo de Bigas Luna) limitar el uso de un espacio como ése a un trabajo perfectamente representable en un teatro convencional. Y también porque, dada la programación que se ofrece en nuestro primer coliseo, sus responsables tenían en la mano un éxito seguro por lo menos hasta Navidad, a lleno diario.

La soldada clerical

Decía Herbert Marcuse, al que algunos consideran más antiguo que la tos, pobre hombre, que si los jóvenes son violentos es porque están desesperados. Es el tono, aunque no siempre la actitud, de algunos representantes cerúleos de la iglesia católica, que claman al cielo, a cualquiera de ellos, pero sobre todo al más cercano a los presupuestos del Estado, a cuenta del estatuto eclesiástico del matrimonio, los derechos de las personas con una orientación sexual distinta a la observancia estricta de la heterosexualidad, y, en definitiva, de dónde van a llegar los ingresos para perpetuar una desdicha religiosa del espíritu que cada vez cuenta con menos fieles. Algunos teólogos de buena fe han plantado cara a un asunto peliagudo. Los presuntos fieles se matriculan, quiero decir que todavía es llamativo el número de niños bautizados en una fe temprana, y después si te he visto, no me acuerdo. Un desfase más vital que emotivo.

Misterios del deporte

Insistiré una vez más: el empuje de una comunidad no se mide por los resultados de los deportistas profesionales que ejercen en ella su actividad. El deporte tiene razones que el corazón desconoce, de manera que si esta temporada el Valencia no obtiene en el fútbol los éxitos de la anterior, lo más fácil sería sugerir que eso se debe al cambio de Eduardo Zaplana por Francisco Camps al frente del Gobierno de la Generalitat o al acuerdo entre el Gobierno central y la alcaldesa para reorientar de una vez el asunto de la Copa del América. Esas correspondencias no existen más que en la imaginación de quienes creen en ellas, por lo mismo que Alberto Ruiz-Gallardón o Esperanza Aguirre son en todo ajenos a los indicios de la crisis que aqueja al Real Madrid, y que el tripartito catalán no parece responsable de que el Barça parezca, al fin, haber resucitado.

Canciones sin nostalgia

Hace muy bien Enric Sòria, desde las páginas del Quadern de este periódico, en sugerir (a propósito de un espacio de Àngel Casas en TV3) que nuestra televisión no perdería nada si se decidiera a producir una serie de programas dedicados a los cantautores valencianos de los años setenta, que dignificaron su oficio y, de paso, el uso normal del valenciano como vehículo de expresión. Y añadiría yo que ese posible proyecto bien podría ir acompañado de un trabajo de investigación, resumido en imágenes, sobre las difíciles condiciones en las que desarrollaron su trabajo. Tan difíciles que Raimon y Ovidi Montllor tuvieron que abrirse camino en Barcelona, porque parte de esta sociedad desdeñaba, y todavía lo sigue haciendo, una expresión canora que desborde los límites de Nino Bravo o de Rafael Conde El Titi.

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