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Tribuna:LA CARRERA HACIA LA CASA BLANCA | La psicología del presidente
Tribuna
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Cuatro años más

Cuatro años más para George Bush. Eso es lo que piden a gritos los republicanos norteamericanos. Si lo consiguen, Bush hará historia. Muchos sectores de la opinión pública española consideran a Bush bastante ignorante y poco inteligente. Desde Estados Unidos se ve de otra forma. Sabe lo que quiere, tiene excelentes consejeros que saben cómo manipular a la opinión pública, defiende intereses muy claros y ha encontrado un discurso contundente para tener a raya a los demócratas y mantenerse en el poder.

Varias cosas han cambiado desde que George Bush subió al poder en enero de 2001. Ha renacido, y con qué fuerza, un patriotismo extremo, el cimiento ideológico sobre el que George Bush construyó su proyecto político tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. El patriotismo ha allanado el camino a la locura guerrera de Bush.

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Los atentados terroristas de septiembre de 2001 llenaron Estados Unidos de banderas, símbolos y declaraciones patrióticas. Se veían en las calles, en las universidades, en las oficinas, en los medios de comunicación. El patriotismo se convirtió en el primer valor de muchos norteamericanos para hacer frente al terrorismo. Varios meses después, alimentaba y reforzaba el llamamiento de Bush a la movilización bélica contra Sadam Husein, a quien le atribuía, sin prueba alguna, un papel destacadísimo en los ataques del 11 de septiembre.

Bush, que había llegado a la presidencia bajo acusaciones de fraude electoral, trató de demostrar por todos los medios que sobre él podía reposar un nuevo orden internacional. Pocos méritos había acumulado para ello y su primer año en la Casa Blanca así lo confirmaba. Pero, después de esa fatídica fecha de septiembre de 2001, se dio cuenta de lo importante que era para mantenerse en el poder aprovechar la unidad nacional y la conciencia patrióticas espoleadas por el terrorismo. Cogió al Partido Demócrata derrotado, sin líder ni argumentos. Y ahí está ahora. Ha quebrantado la legalidad internacional y ha impuesto un militarismo atroz para solucionar los conflictos políticos. El cowboy de Tejas, tan partidario de la pena de muerte en su etapa de gobernador en ese Estado sureño, se ha transformado en un dirigente guerrero. Una guerra que, al contrario de lo que pasaba en Vietnam, cuando muchos sectores de las clases medias temían ser reclutados, está protagonizada por soldados mercenarios procedentes de los estratos más bajos de la sociedad norteamericana. Ésa es la razón por la que, pese a que Estados Unidos está en guerra, mucha gente no la siente como suya ni les quita el sueño que la cosa vaya de mal en peor.

El patriotismo y la guerra, la puesta en escena de los marines y del séptimo de caballería, de toda la parafernalia militar cultivada por los poderosos medios de comunicación belicista, ha encogido a la sociedad civil, la ha llenado de miedo. Es el miedo a que el delirio belicista le señale a uno como enemigo de la patria. Quien levanta la voz o protesta es acusado de liberal, rojo o anarquista. Así es como detuvieron a dos mil personas en Nueva York durante los días que duró la convención republicana a comienzos de septiembre de este año. Detenidos por protestar contra Bush. Para muchos, artistas, intelectuales, demócratas, feministas y activistas a favor de los derechos humanos, esta situación se traduce en auténtica impotencia, desesperación, huida hacia delante en espera de que todo acabe y la sociedad civil pueda recuperar de nuevo el pulso democrático.

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Bush tiene la suerte de los ganadores y de los que se saben poderosos. Representa a la industria del petróleo, al fanatismo de su religión adventista, en espera de un segundo Cristo, al pensamiento único y de desprecio a los derechos humanos, pero actúa en nombre de un pueblo que ya desde el siglo XIX sirvió de modelo para los demócratas de muchos países del mundo. El vocabulario y las formas de acción de Bush no dejan lugar para la duda. Sin ganar las elecciones, subió al poder y en cuatro años ha atenazado a la sociedad norteamericana y de paso, pretende imponer sus valores al resto de la humanidad. Si las urnas le dan cuatro años más, en este caso sin victoria amañada, no habrá quien pare su programa reaccionario. Se sentirá todavía más fuerte para barrer las políticas sociales y meter en la jaula a los liberales más radicales y demócratas. Cuenta con mucho dinero, con los medios de comunicación y con un amplio sector de la sociedad que aplaude sus hazañas guerreras. El resto de los votantes, mucha gente también, le odian y sólo desean echarlo del poder, aunque saben que John Kerry no tiene el atractivo suficiente para unir a los demócratas por el cambio. Es la "América dividida", partidarios y detractores de Bush, dividida en torno a la guerra, la política económica y los derechos civiles. Cuatro años más de Bush serían desastrosos para quienes tienen valores más dignos que el patriotismo, la guerra y el petróleo.

Julián Casanova es profesor visitante en la New School University de Nueva York.

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