Hágase la luz, pero ¡ya!
Desde el viernes pasado, algunos de mis amigos de religión musulmana celebran el Ramadán. Esto significa que durante el día no fornican, no beben y no comen. (Si yo fuese musulmana, lo de no fornicar durante el día ni me lo notaría, a causa de una combinación de falta de oportunidades y horario laboral no flexible). En los libros sagrados se explica que en el Ramadán los fieles podrán dedicarse a los placeres del cuerpo sólo por la noche, con unas palabras que a mí me parecen muy poéticas: "Hasta que se pueda distinguir un hilo blanco de un hilo negro a la luz del día".
Cuando esta revelación fue hecha, el mundo no era el de ahora. Durante esos Ramadanes primigenios en la tierra natal de Mahoma, no existían los exámenes escolares, por ejemplo. Tampoco existían los controladores aéreos, los limpiadores de cristales del último piso de la torre Agbar o los cirujanos plásticos, profesionales a los que una infiel como yo prefiere imaginar bien alimentados y supervitaminados mientras trabajan. (Tampoco existían los nutricionistas infantiles, claro). Desde luego, no existía la emigración del mismo modo que existe ahora. Ahora, los musulmanes celebran el Ramadán allí donde vivan. También en el Cabo Norte. Y en el Cabo Norte la noche dura seis meses. Desde el 18 de noviembre hasta el 24 de enero, los musulmanes que hayan decidido fijar su residencia en la zona están sumidos en la noche polar. Si siguiesen al pie de la letra de las palabras del profeta, deberían comer, beber y fornicar durante medio año seguido. El resultado sería la muerte por exceso de celo. Y por favor, no crean que planteo este problema con ánimo de cuestionar la infalibilidad de Alá. De hecho, mis amigos musulmanes se burlan siempre de nuestra Cuaresma, que consideran un Ramadán para metrosexuales cobardes. Me suelen decir que no entienden cómo el Dios de los cristianos, tan agudo para crear el mundo en general, tuvo tantos fallos con esto. Y tienen razón. El Dios cristiano quería que nos sacrificásemos dejando de comer carne y no previó lo mucho que nos gusta y lo mucho que nos cuesta el bacalao hoy en día.
Por suerte, todas las religiones ofrecen soluciones modernas a los problemas modernos. El portavoz del Consejo Islámico Cultural de Cataluña me explicó lo que han decidido hacer en caso de Ramadán en el Cabo Norte: seguir el huso horario del país más cercano. Pero ¿cuál es el país más cercano? ¿Qué criterios hay que tener en cuenta? Podría darse el caso de un musulmán de Vic establecido en el Cabo Norte, votante de Esquerra Republicana, que opinase que Cataluña es una nación, y que, por consiguiente, también considerase que el país más próximo al Cabo Norte son las Islas Feroe. Las islas Feroe pertenecen a Dinamarca, pero son una autonomía. Tienen Parlamento desde 1948. No son independientes, pero participan como país en los acontecimientos deportivos internacionales. Y para mí, participar como país en un encuentro de fútbol es más decisivo que tener moneda propia, monarca propio o telebasura propia. Del mismo modo, puede haber algún musulmán que opine que el país más próximo al Cabo Norte es Laponia. Los lapones también carecen de Estado, de acuerdo, pero seguramente tienen sentimientos nacionalistas en cuanto raza. Dividen su territorio entre la propia Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia. Claro que considerar que Laponia es un país no soluciona la cuestión, porque en estas fechas tampoco cuenta con un derroche de luz. ¿Qué hacer? Si el musulmán de ERC no puede seguir el horario del Cabo Norte y tampoco el de Laponia, ¿tiene que seguir el horario de un tercer país? ¿Y ese país debe ser el más cercano a la segunda opción que teníamos, Laponia?
En fin, si no encontramos una solución coherente, podemos tener en cuenta que durante este medio año a oscuras hay auroras boreales, un lapso de luz que los fieles podrían aprovechar para descansar un poco de tanta comida, tanta bebida y, sobre todo, tanto fornicio.
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