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Columna
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Hasta el culo

Vicente Molina Foix

Gracias al Parlamento Europeo hemos conocido la palabra culattoni, con la que los italianos del norte designan despectivamente a los homosexuales, tan dados a tomar o, como se dice sin ambages, practicar sexo anal (aunque eso creo que está corriéndose como la pólvora entre los heterosexuales: ¿no habría que hablar también de mujeres felizmente culatonas?). En cualquier caso, la UE tiene como uno de sus cometidos más prominentes el de estrechar lazos entre sus 25 miembros, y a todos nos ha gustado siempre saber cómo es follar, pis, culo y demás términos genitales en las lenguas de los otros. La Unión Europea enseña cosas.

Vete tú a saber cómo se dice puta en estonio, lengua perteneciente a la pequeña familia lingüística fino-úgrica y tan delicada -a la par que rotunda- que al oírla hablar en Tallin yo me puse una tarde lúbrico. Hace pocas semanas salió de la boca del vicepresidente de la Diputación de Toledo una frase que hizo carrera en los medios: "Si fuera mujer, sería muy puta". El hombre, Eladio Luján, tuvo después que matizar, como matizan constantemente en italiano los elegidos de Berlusconi: el ministro Mirko Tremaglia por lo de culatones, y el comisario europeo in péctore y antes ministro, Rocco Buttiglione, por sus ideas sobre la mujer, las madres solteras y los gays, si se piensan no tan distintas de las que en Madrid sostiene esa concejal a quien, por seguir en el ecumenismo idiomático, podríamos llamar Anna Bottegliona. El señor Eladio vino a decir en la matización que su frase "es muy habitual, sobre todo dentro del personal masculino" (del personal masculino toledano, es de suponer, pues en la provincia de Alicante, de donde procedo, no figura entre los usos frecuentes). Pobre Europa, escribió Tremaglia en un comunicado con membrete oficial de su ministerio, donde los culattoni son mayoría, y las mujeres, declaraba el vicepresidente toledano al semanario Ecos, en cuanto pueden son putísimas.

Bochornosas, injuriosas y -con la ley en la mano- delictivas manifestaciones verbales de quienes, pagados de nuestro bolsillo, nos representan en las diversas instancias del poder a todos: a las putas (cobren o no por su natural tendencia femenina), a las madres solteras, a los culatones. A esos representantes políticos hay que pedirles cuentas por sus insultos sexistas, y en lo que a mí respecta, me he jurado votar No a la Constitución europea y hacer, con mis pocos medios, campaña contra ella, si Rocco Buttiglione permanece, en la cartera que sea, como comisario de la Comisión Europea presidida por Durão Barroso. Ahora bien, el lenguaje del sexismo más hiriente no es privativo de los vaticanistas, de los fascistas italianos de la Alianza Nacional, de los altos (in)dignatarios del PSOE toledano; la palabra maricón, por ejemplo, se sigue utilizando en nuestro país como santo y seña, como comparación odiosa, como taco infame, y no sólo entre malhablados.

Y así un hombre culto y cinéfilo, el cocinero Abraham García, no se ha cansado de proclamar en la promoción de su reciente libro El placer de comer (publicado por la muy solvente Editorial Síntesis) su desprecio a la "cocina maricona". ¿Cómo se come eso, me dije yo al leerlo por vez primera en una entrevista que Marisa Perales le hacía al restaurador en Tiempo? He comido un par de veces en el restaurante que García tiene frente al Retiro con el grandioso (y tal vez indebido) nombre de Viridiana, y aparte del carísimo precio pagado he de confesar que sus fantasías gastronómicas no cautivaron mi estómago, ni el alto ni el bajo. Abraham García odia las "espumas, gelatinas, aires... todo lo que es afín a la sifonería andante" (que él sabrá lo que quiere decir). Para despejar dudas, el cocinero lo aclara a la pata la llana más tarde: "Esa cocina amariconada que detesto". Supongo que se refiere a lo que uno de sus practicantes, Ferran Adrià, llama -no sin autoironía- cocina deconstruida. La verdad es que tampoco la deconstrucción de un sólido chorizo de toda la vida es mi ideal culinario, pero tiene miga que tales acusaciones las haga el chef que en Viridiana propone en su menú pato azulón con trigo sarraceno al fondillón alicantino, gazpacho de yogur a la búlgara o morcilla de Leizarán en brick rellena de membrillo en salsa de pacharán. Para él serán platos muy machos, pero a mí esas baladronadas me dan por... vomitar.

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