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¿Sólo votar?

Joan Subirats

El pasado fin de semana se celebraron en el Ateneo Popular de Nou Barris, en Barcelona, unas jornadas sobre la experiencia de los planes comunitarios en ese distrito de la ciudad. Desde hace años se vienen desarrollando experiencias en muchos lugares de Cataluña y fuera de ella, en las que se pretende incorporar a los habitantes de barrios, pueblos y ciudades en procesos de transformación social y urbana. La novedad está en que son los propios vecinos, junto con técnicos de su confianza, los que debaten con las administraciones y sus técnicos cuáles son los problemas principales de ese ámbito territorial y también qué alternativas de solución o mejora existen. Hemos ido pasando de unos tiempos en que los que mandaban sabían cuáles eran los problemas que tenían que resolverse, conocían las soluciones y simplemente ordenaban que se ejecutaran, a unas autoridades representativas que sabían también lo que nos convenía, pero con la diferencia de que se esforzaban en explicarlo. La cuestión es que ahora cada vez tenemos más bloqueos y cuellos de botella en muchos lugares y ante muchos problemas, y ya no nos sirve ni la sabiduría técnica de unos ni la representatividad electoral de los otros. Y es ahí cuando nos acordamos de la participación.

Conviene recordar que ante muchos de los problemas más acuciantes de nuestras comunidades, como son la gestión de los residuos, el gasto energético, la ubicación de infraestructuras no deseadas o el tráfico y la movilidad en las ciudades, no hay ni respuestas técnicas que nos den soluciones llaves en mano, ni autoridades por muy representativas que sean que logren cortar los nudos gordianos que traban esos dilemas. La participación, la implicación de los ciudadanos, surge como necesidad imperiosa cuando ni sabemos exactamente cuál es el problema (o nos bloqueamos ante su complejidad) ni mucho menos cuál es la solución. Y ahí la cuestión no es saber quién manda, sino cómo logramos salir del atolladero. Muchos de esos problemas van siendo aparcados o postergados a la espera que alguien dé con una solución técnica milagrosa, y así vamos tirando con pruebas experimentales de recogida de residuos orgánicos en un barrio, con la mala solución de los contenedores bimodulares en otros, con anuncios de aparentes buenas intenciones de las eléctricas para que ahorremos energía y con parches peatonales aquí y allá. Se hacen escaramuzas los dos primeros años de mandato; pero luego, cuando se acercan las elecciones, la cosa se enfría a la espera de un nuevo periodo.

Los procesos comunitarios van por otro lado. La filosofía está clara. Se trata de implicar al máximo número de vecinos posible, desde sus distintas lógicas personales y colectivas (mujeres, personas mayores, inmigrantes, jóvenes, músicos, deportistas y parados, para poner algunos ejemplos) en el debate de cuál es el diagnóstico de los problemas del entorno, qué alternativas son viables y cómo deberían implementarse. Y todo ello sin ahorrar debates técnicos ni transparencia sobre los problemas que acarrearía una u otra solución. Es un proceso exigente para los vecinos (porque no se trata sólo de pedir y despreocuparse del cómo), para los técnicos (porque exige hablar fuera de los cómodos marcos cognitivos y sin la jerga profesional habitual) y para los políticos (que saben que cuando se empieza a discutir de una cosa, salen otras y otras, y luego vete a saber adónde vas a parar). Pero si se logra llegar a acuerdos y asumir las responsabilidades de cada quien y empieza a notarse que pasan cosas, la dinámica de cambio se hace visible y la gente y el lugar pueden ir mejorando. Y no olvidemos que cuando en las cosas que ocurren hay protagonismos que se sienten como tales, la identidad con el lugar y los vínculos con los que te rodean aumentan y ello redunda en capacidad de mantenimiento de lo conseguido y en una mayor implicación en procesos posteriores.

Nada de ello resulta fácil. Las experiencias de Nou Barris, Trinitat, Torre Baró, Vallbona, Roquetes y Bon Pastor, con desarrollos desiguales, lo demuestran. Pero también en otros lugares, como la experiencia iniciada en el barrio de Sant Antoni (y cortada bruscamente por la Administración municipal), Manresa, Reus y Badia (para citar sólo algunos), ha habido o hay iniciativas que van en la misma línea. No es fácil movilizar a los vecinos. No es fácil que los técnicos acepten que tan importante es ser experto como no serlo para que las transformaciones avancen y sean sentidas como propias. Y tampoco resulta sencillo para algunos políticos entender que el papel de la gente no es sólo votar y aplaudir. Pero más significativo que todo ello es que las dinámicas mayoritarias del mercado van por el lado del individualismo, provocando esa sensación de ir contra corriente a aquellos que se resisten a dejarse llevar. Pero a lo mejor deberíamos empezar a pensar que las dinámicas aquí mencionadas son auspiciables, no sólo porque cuatro iluminados piensan que "nos gustaría que el mundo fuera mejor", sino simplemente por lo que podríamos denominar "egoísmo civil". Por pura necesidad de supervivencia en espacios urbanos en los que sólo si somos capaces de entender que los problemas colectivos son también problemas de cada uno, seremos capaces de empezar a encontrarles solución. De ahí la insuficiencia de la delegación representativa, de ahí la insuficiencia del voto como estricta delegación de responsabilidad.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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