El Depor sobrevive a un bombardeo
El cuadro de Irureta, más conservador que nunca, empata en Anfield ante un Liverpool sin puntería
Se ha quedado sin fútbol, sin líderes, sin consistencia, sin alegría. El Deportivo se ha quedado casi en nada, y con la miseria que le rodea por todas partes ha elegido el camino de los supervivientes, aferrado al manual de los equipos pequeños. Como, de momento, no encuentra otra cosa, el Depor ha decidido entregarse en brazos del catenaccio. Así logró hace poco una victoria improbable en el Bernabéu y así salió vivo anoche de Anfield, donde el Liverpool le sometió a un bombardeo intensivo que el conjunto de Irureta resistió escondiéndose bajo las piedras.
La vieja alma del juego, con sus peculiaridades locales, resiste de modo milagroso entre los extraños fenómenos del fútbol globalizado. En esta nueva modalidad de espectáculo a escala planetaria se producen hechos tan anómalos como un Liverpool en el que juegan más españoles que ingleses, con otro español en el banquillo y una nómina multinacional que incluye finlandeses, suizos, australianos o senegaleses. Y a pesar de todo, el Liverpool sigue pareciendo exactamente lo que es, un equipo británico de los de siempre. Serán los aires místicos de Anfield o los acordes de The Beatles que suenan por todas las riberas del Mersey. O será, si nos ponemos más prosaicos, por la clase de jugadores que recluta el club. Lo cierto es que el Deportivo se encontró en Liverpool con un paisaje muy antiguo, un colosal bombardeo sobre el área que le condenó a vivir toda la noche sentado sobre un barril de dinamita.
LIVERPOOL 0 - DEPORTIVO 0
Liverpool: Kirkland; Josemi, Carragher, Hyypia, Traoré; Luis García (Sinama-Pongolle, m. 84), Alonso, Hamann, Riise (Kewell, m. 65); Baros y Cissé (Finnan, m. 76).
Deportivo: Molina; Manuel Pablo, César, Andrade, Capdevila; Duscher, Mauro Silva (Scaloni, m. 58); Víctor, Valerón (Fran, m. 86) Luque; y Pandiani (Romero, m. 81).
Árbitro: Anders Frisk (Suecia). Amonestó a Luque, Hamann, Andrade, Duscher, Víctor y Baros.
Lleno en el Anfield Road, unos 40.000 espectadores. Mauro Silva, que reaparecía, se retiró lesionado con una contractura.
Allí no estaban los viejos Souness, Dalglish o Rush. En Anfield el color rojo lo portaban anoche gente como Xabi Alonso, Luis García o Baros, sin que, salvando las distancias, diese la impresión de que el estilo cambiase con los años y con las nacionalidades. En el centro del escenario se instaló un chico de Tolosa, el Alonso que las gradas aclamaban antes de comenzar el choque y que sacó su mejor repertorio de pases largos y abiertos para perfilar el juego de su equipo. Y el Liverpool fue pura Inglaterra: un fútbol no excesivamente elaborado, pero lleno de intensidad y directo como una carga de caballería. El Depor, con ese aspecto enfermizo que no acaba de abandonarle desde el comienzo de la temporada, se vio atropellado por todas partes. El recuperado Mauro Silva descubrió de nuevo sus debilidades físicas, Valerón se abrasó en un choque sin las pausas que reclama su juego, Víctor y Luque fueron entes fantasmales por las bandas, Pandiani no existió más que para perseguir las sombras de los defensas contrarios ... Únicamente Duscher, Molina y la pareja de centrales, Andrade y César, contribuyeron un poco a mantener en pie un edificio siempre a punto de tambalearse.
Resultó un verdadero milagro que el Depor llegase vivo al descanso. No es que hubiese mucha brillantez en el Liverpool, pero la precisión de Xabi Alonso y la acometividad de todos bastaron para torturar al conjunto de Irureta. Una combinación de fortuna, aciertos defensivos y falta de puntería del rival le permitieron salvar el cuello. Hasta en cuatro ocasiones se quedó el Liverpool solo frente a la portería de Molina. Manuel Pablo rebañó en el último segundo remates de Cissè y Baros, ya perfilados para el gol; una estirada de Molina salvó otro disparo peligrosísimo del delantero francés, y Luis García envió una pelota al cielo casi desde el área pequeña. El Depor sólo apareció una vez en el área contraria, a la salida de un córner, como no podía ser de otra manera ante su desesperante ausencia de fútbol. Y estuvo a punto de marcar, lo que hubiese resultado una inmensa ironía, porque el gol habría parecido más inglés que el propio Liverpool. Pero el poderoso cabezazo de César, con una magnífica torsión de cuello, lo salvó Riise sobre la raya.
El Liverpool se pasó un buen rato esperando al Depor en el césped tras el descanso, como si los chicos de Irureta se hubiesen entregado a la meditación o hubiesen confundido la caseta con un refugio antiaéreo del que más valía no salir. Durante unos minutos, dio la impresión de que nada había cambiado, aparte de que Mauro volvió a lesionarse, lo que condenó a Scaloni a vestirse otra vez de medio centro. Hasta que poco a poco fue apagándose la intensidad del Liverpool, que difícilmente podía mantener su despliegue físico. El Depor apareció entonces tímidamente. Por primera vez en toda la noche, fue capaz de encadenar más de tres pases. Luque ofreció algunas noticias por la banda izquierda, y hasta hubo una nueva ocasión visitante, muy clara, que Valerón malbarató por un exceso de lentitud. Fue sólo un ratito, previo al arreón final de los reds. La respuesta de Irureta resultó inequívoca. Retiró a Pandiani para que ingresase Romero, todo un símbolo de este nuevo Depor empequeñecido.
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