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Reportaje:NUESTRA ÉPOCA

Una dimisión

Timothy Garton Ash

John Scarlett, jefe del Servicio Secreto de Inteligencia británico, debe dimitir. Debe dimitir porque, cuando ocupaba su cargo anterior, el de presidente del Comité Mixto de Inteligencia (JIC, en inglés), fue directamente responsable del prospecto por el que se guió Gran Bretaña para ir a la guerra en Irak. El dosier de septiembre de 2002, sobre el que Scarlett reclamó derechos de "propiedad" burocrática, hacía una serie de afirmaciones, basadas en el trabajo de los servicios de espionaje, acerca de la amenaza que suponían las armas de destrucción masiva de Sadam Husein, afirmaciones que el Irak Survey Group (Grupo de Búsqueda en Irak) ha establecido de forma concluyente que eran erróneas. Así lo han reconocido el primer ministro, el ministro de Exteriores y otros miembros del Gabinete.

George Tenet, jefe de la CIA, dimitió por los fallos en los servicios de información respecto al ataque del 11-S y las armas de destrucción masiva de Irak
La inteligencia británica creyó de una sola fuente poco fiable que Sadam estaba en condiciones de utilizar armas de destrucción masiva en 45 minutos
Vamos a necesitar a los servicios y tenemos que saber exactamente hasta qué punto podemos fiarnos de ellos en los peligrosos años que nos aguardan

El hecho de que un análisis de datos se equivocara hasta tal punto, cuando estaban en juego las vidas de soldados británicos, ya es suficientemente grave. Los errores involuntarios pueden matar tanto como los voluntarios. Pero lo que es peor, en este caso, es que esas afirmaciones se presentaron en el dosier con una seguridad propagandística que Scarlett y sus colegas profesionales tenían que haber sabido no justificada por las pruebas de las que disponían. No es que las afirmaciones fueran erróneas, según lo que sabemos ahora; es que eran engañosas de acuerdo con lo que Scarlett (pero no nosotros, el público) sabía ya en aquel momento. Ésa es la diferencia fundamental que hace necesaria su dimisión.

¿De verdad es posible que ningún alto funcionario británico se haga personalmente responsable? ¿Van a seguir todos como si tal cosa, adornados de nuevas medallas en la sección especial dedicada a Irak dentro de la lista de condecoraciones de Año Nuevo? El presidente y el director general de la BBC dimitieron después de defender un reportaje del programa Today que, al final -aunque el periodista Andrew Gilligan lo presentara con unas inexactitudes intolerables-, contenía más verdades de peso que el dosier adornado que criticaba. Dos ministros del Gobierno dimitieron como señal de protesta por la guerra. Al otro lado del Atlántico, también dimitió el director de la CIA, George Tenet, que así, al menos de forma implícita, asumía la responsabilidad de los fallos en los servicios de información respecto al 11-S e Irak. Tenet aseguró a George W. Bush que las pruebas sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak eran "cosa hecha". Sin embargo, ni siquiera él, tan dispuesto, se tragó la aseveración de que Sadam podía desplegar esas armas en el plazo de 45 minutos. En un informe sobre fallos de los servicios de información en relación con Irak, elaborado por el antiguo ministro británico lord Butler, está enterrada una mención de la sucinta frase con la que Tenet descartó "esa mierda de que pueden atacar en 45 minutos". Lord Butler añade, con ironía: "Le pedimos al señor Tenet que lo comentara, pero no habíamos recibido aún respuesta cuando dimitió de su cargo". Exactamente: dimitió. Sin embargo, en nuestra pequeña Casa Blanca británica, da la impresión de que nadie tiene la culpa de nada.

Mientras tanto, Butler revela que el legendario Servicio Secreto de Inteligencia británico (SIS) tenía nada menos que seis fuentes humanas de información sobre Irak: tres han quedado desacreditadas, y dos, que eran más fiables, no eran "tan inquietantes" a propósito de la capacidad iraquí de tener armas químicas y biológicas. La afirmación sobre los 45 minutos procedía de una "fuente secundaria" poco fiable, a través de una "fuente principal" del SIS. Según algunas noticias de prensa, esa fuente secundaria era un alto oficial del ejército iraquí. Al parecer, su comentario se lo pasó a los servicios británicos, de segunda o tercera mano, alguien del Acuerdo Nacional iraquí, un movimiento de oposición encabezado por Ayad Alaui, entonces un frustrado exiliado político en Wimbledon y hoy primer ministro de Irak .

Así sucedieron las cosas. Un exiliado movido por razones políticas transmitió al SIS -y, sin duda, exageró- esa afirmación procedente de una sola fuente poco fiable. Como destacó el año pasado el comité de inteligencia y seguridad del Parlamento británico, las advertencias que hizo el SIS no quedaron debidamente reflejadas en el análisis resumido del Comité Mixto de Inteligencia. El análisis se simplificó y exageró en el expediente de Downing Street, y Scarlett hizo concesiones y renunció a las minuciosas reglas de presentación habituales en su oficio para contentar al portavoz, Alistair Campbell. En la introducción de Tony Blair se reforzó y simplificó todavía más, y se convirtió en la afirmación de que "la planificación militar de Sadam permite que algunas de las armas de destrucción masiva estén listas para su uso a los 45 minutos de dar la orden".

Fuentes insostenibles

Fuimos a la guerra agarrados de una cuerda formada por hilos así de endebles y retorcidos. Y el hombre que podía y debía haber cortado esos hilos, y otros, era John Scarlett. Como profesional de los servicios de espionaje, tenía la experiencia necesaria para saber que las fuentes eran insostenibles. ¿Por qué se dejó llevar? Lord Hutton, como es sabido, llegó a la conclusión de que el deseo del primer ministro de presentar los argumentos más fuertes posibles "pudo influir subconscientemente" en Scarlett. Tanto si la influencia fue consciente como si fue subconsciente, seguro que estar en ese mágico pero conflictivo círculo de poder del 10 de Downing Street -en el que el peso de las simpatías del primer ministro depende de que uno proporcione los datos esperados, y el futuro nombramiento como jefe del SIS, el legendario "C", depende de las simpatías del primer ministro- puede atontar a cualquiera.

Desde luego, todo esto son especulaciones mías. Nunca he hablado con el señor Scarlett. No sé ningún secreto de su servicio. No tengo la menor duda de que es un funcionario público muy capaz, decente y honrado. Y no pido la dimisión de nadie así como así. Existen dos argumentos contra ella. Lord Butler llegó a la conclusión de que, aunque fue "un error de juicio" que el Comité Mixto de Inteligencia estuviera tan relacionado con el expediente, "fue un error colectivo, por el que el presidente del JIC no debe asumir ninguna responsabilidad personal". Dicho por un antiguo ministro del Gobierno, es una maravillosa muestra de argucia oficial. Todo el mundo tiene la culpa, así que no la tiene nadie.

Otra objeción más grave es que sólo seguía órdenes del primer ministro. ¿Por qué encerrar al mono, y no al organista? Pero el papel de John Scarlett en todo este asunto no fue el del mono, ni mucho menos. El hecho de que sea un funcionario designado, que no puede defenderse públicamente, tiene sus ventajas y sus inconvenientes; también significa que no puede perder unas elecciones, mientras que el primer ministro, sí. Cuando Scarlett dimita, Tony Blair tendrá que pedir perdón por el falso prospecto. No por la guerra, no por expulsar a Sadam -ése es un terreno más amplio en el que es evidente que, o aguanta, o se cae-, sino por el falso prospecto. Entonces, probablemente en mayo o junio próximos, los votantes británicos tendrán la oportunidad de decidir en las urnas si sus considerables méritos, y la falta de mejores alternativas en la política nacional, pesan más que este error monumental. Yo creo que sí, aunque el mejor resultado posible sería una coalición entre los laboristas y los demócratas liberales, con Menzies Campbell, de este último partido, como nuevo ministro de Exteriores. Pero ésa es otra historia.

Por ahora, Scarlett tiene que irse, tal vez con una patada hacia arriba que le coloque en la Cámara de los Lores, a la antigua, dispuesto a impartirnos su sabiduría con 45 minutos de preaviso. Una razón decisiva por la que debe irse es la necesidad de recuperar una mínima credibilidad -aunque no la mística irreparablemente dañada- para los servicios de información británicos. Porque, no nos engañemos, vamos a necesitar a esos servicios y tenemos que saber exactamente hasta qué punto podemos fiarnos de ellos, en los peligrosos años que nos aguardan, sea a propósito de lo que sea: Irán, Libia, Rusia o China. Si Scarlett dimite, sus sucesores sabrán que su futuro depende de que sean capaces de atenerse escrupulosamente a lo que digan las pruebas, independientemente de los incentivos políticos que lleguen desde arriba. Ésa sería una pequeña herencia positiva de todo este triste asunto.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

John Scarlett, en agosto de 2003, cuando era presidente del Comité Mixto de Inteligencia.
John Scarlett, en agosto de 2003, cuando era presidente del Comité Mixto de Inteligencia.REUTERS

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