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FUERA DE CASA
Columna
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Rompan filas

Cuando fuimos más jóvenes, el día de la Fiesta Nacional nos quedábamos en la cama igual. La música militar nunca nos hizo levantar. Era nuestra forma de no estar entre aquella tropa de vencedores de una guerra injusta, ilegal e ilícita. Participábamos en otras marchas, pero con otras músicas, otros himnos y otros pasos que, algunas veces, nos llevaban a los sótanos de la que hoy es la flamante sede de la Comunidad de Madrid. El edificio desde donde gobierna la presidenta Esperanza Aguirre, el mismo que reformó Alberto Ruiz-Gallardón. Hoy, aquellos sótanos, aquellas celdas se han reconvertido en espacios civiles que nada tienen que ver con la sórdida y oscura memoria del pasado. Hay cosas que no conviene olvidar. Creo que fue George Santayana, abulense trasplantado a Boston, el que dijo aquello de "los pueblos que no recuerdan su historia están condenados a repetirla". Santayana no era el último puritano, desde luego no el último de Ávila. Ahí está Acebes de abanderado, luchando porque ningún puritano abulense le arrebate su orgullo de primero de la clase.

Hemos vuelto a tiempos de guerras perdidas, que no olvidadas y no sólo por la batalla de Madrid, que no es la batalla que recrea Jorge Martínez Reverte en su excelente libro, sino por la renovada guerra por la conquista del centro en la derecha española. Guerra abierta que ha tenido su mejor visualización en estos días de desfiles patrióticos. Gran audiencia por televisión, nos hizo levantarnos de la cama, más que por los aguerridos guerreros, por el morbo añadido de tantos frentes abiertos. El frente sur, comandado por el patriótico socialista centrado y ministro del ramo, José Bono. Un gran estratega que sabe que la concordia se consigue por caminos discordantes. En plena contienda de los populares madrileños situó el foco en otro lado, en otras guerras, en otros tiempos.

El desfile de la polémica tenía muchos focos de atención. En la guerra de la semana no había una clara línea Maginot, no se enfrentaban dos ejércitos a la manera clásica, en la ciudad tomada crecen las guerrillas, las bombas enemigas, los quintacolumnistas, los dobles espías y los estraperlistas que obtienen beneficio de todas las contiendas. En la otra batalla de Madrid era fundamental el silencio, la prudencia, el enemigo podría estar escuchando disfrazado de camarada. Gallardón no siguió la consigna. No permaneció en silencio, no soportó seguir de Don Tancredo y empezó a largar. ¡Con lo guapo que estaba callado! Sabe que su mejor arma es la palabra. Los gestos los domina mejor Esperanza. Y no sólo los gestos, también las armas. Y así perdió Gallardón. Llegó el comandante (?) y mandó callar. A veces, una retirada a tiempo es una victoria. De momento, el alcalde regresa a los tiempos de silencio. Ha perdido una batalla, ¿perderá también la guerra? Con el fragor de la batalla, con el ejército de Gallardón cautivo y desarmado se nos olvida el argumento de la obra, el desfile de la concordia. Con el president Maragall de inteligente testigo mudo.

Y el desfile, sin barras ni estrellas, también tuvo sus protagonistas. Dos excombatientes, dos vidas, dos mundos, dos banderas y dos maneras de perder. Ya sé que no es lo mismo. Pero la derrota, el tiempo y la historia hacen insólitos compañeros de cama. Juntos, pero no revueltos, desfilaron dos perdedores muy diferentes. Ángel Salamanca, un manchego que se fue al frente ruso con la División Azul, que vistió el uniforme nazi, que creyó que los buenos eran los suyos, que había que dar la vida contra el comunismo y el ateísmo. Conoció la muerte de cerca, el hambre y la prisión de más de once años. Volvió en un barco, el Semíramis, y todavía recuerda, entre risas y llantos, el caótico recibimiento en el puerto de Barcelona. Perdió aquella guerra, perdió la posguerra, los suyos le olvidaron, se olvidaron de su valor y de su presidio. Hace años, sin rencor, pero sin altivez, con más melancolía que orgullo, me recordó ante una cámara aquellos momentos de sueños de gloria juveniles y también una indisimulada decepción, una melancolía por haber sido derrotado por unos, olvidado por otros. Ahora, Bono le ha devuelto un protagonismo que nunca tuvo y que nunca buscó. Entonces me pareció muy distinto a otros orgullosos guerreros. Ahora me parece que sigue sin ser bien visto con demasiada simpatía por los que un día fueron sus más exaltados camaradas.

El otro perdedor, el republicano Luis Royo, un comunista que tomó París, que ayudó a la liberación al lado de los antifascistas, demócratas y no demócratas, que perdió la guerra en España y que, más allá de la gloriosas jornadas parisienses, tampoco consiguió que sus ideales, sus banderas y sus camaradas fueran vencedores. Su victoria europea, su entrega, su valor, al menos sirvieron para que hoy podamos pensar en un mundo que, sin olvidar su pasado, se pueda construir sin tantos deseos de hacer callar al contrario. Mejor que hablen los unos y los contrarios. La razón y las sinrazones.

Yo me sigo escapando con Berlanga, que también estuvo en aquella División Azul, que nunca estará en ningún desfile que le admita. Y recuerdo a Luis Ciges, uno de nuestros grandes actores, tan berlanguiano, también divisionario a su pesar. Se consideró el peor soldado del mundo, incapaz de desfilar con aquellos falsos camaradas, supo esconderse en cocina cuando tuvieron que jurar una bandera que ni era la suya ni le esperaba. Después se pasó toda una vida sin desfiles, sin banderas y sin himnos. Fue un tipo admirable. Y español, que también hay muchos como él. No todos son tan centrados. Ante tanto desfile, no está mal saber romper filas.

Gallardón y Aguirre, en la Asamblea de Madrid hace un año.
Gallardón y Aguirre, en la Asamblea de Madrid hace un año.BERNARDO PÉREZ

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