Una vuelta por las rotondas
Nos han inflado a rotondas en todas las carreteras de la Comunidad Valenciana. Se trata, al parecer, de una nueva fe religiosa. Quizá de una secta. La secta de las Nuevas Rotondas. Ya no viajamos de una ciudad a otra, o de un pueblo a otro pueblo, sino de unas rotondas a otras. Nuestro periplo será eterno y circular.
A primera vista las rotondas son un lío porque las han complicado mucho con la ornamentación. Apenas existen rotondas minimalistas. Muchas son una especie de fallas incombustibles y barrocas plantadas a destiempo. ¿Para qué prohibieron los anuncios en las carreteras, incluido el toro de Osborne, si ahora cada rotonda es un Arca de Noé de la que puede salir cualquier cosa? Quedan tan urbanizadas con motivos minerales, vegetales y animales que algún avispado edil abrirá su despacho en la misma rotonda.
Existe un vértigo inherente a la rotonda que ha desatado el afán de transformarla. Todo hace pensar que muy pronto disfrutaremos de rotondas de pago con diseño de Calatrava
La rotonda pretende ser una solución razonable para el problema del tráfico, aunque hay devotos de las rotondas que las convierten en un parque temático y en consecuencia esta rotonda tiene poco que ver con el motivo que la origina.
Esto podemos comprobarlo en los accesos a Xàbia o a Dénia, porque hay tantas rotondas interpuestas que al ir ya crees estar de vuelta. Es como un juego de espejos, o más bien como una broma diabólica. Una vez te ingresan a la fuerza en la orden o secta de la Nueva Rotonda pierdes por completo tu libre albedrío. Y entonces lo mejor que puedes hacer es mirar al cielo con la remota esperanza de que un helicóptero de Tráfico te saque de allí por los aires.
Existe un vértigo inherente a la rotonda que ha desatado el afán de transformarla en otra cosa sin renunciar por ello al negocio amparado en la obra pública.
La rotonda ibérica se asemeja así a un tablao flamenco. Tiene tres cuartas partes de museo al aire libre pero también ligeros toques de coso taurino. Y hay algo de posmoderno en su concepción y de ampuloso en sus presupuestos. Todo hace pensar que muy pronto disfrutaremos de rotondas de pago con diseño de Calatrava.
La historia de la rotonda arranca, con modestia y funcionalidad, en el Reino Unido. Aquél es un país práctico y por eso mismo inventaron el llamado round about, o lo que equivale a decir la vuelta en redondo o giro completo. Una rotonda es una rotonda. Y su finalidad es evitar semáforos y aligerar el tráfico apoyándose en la cortesía de los conductores. La rotonda es una puerta giratoria en la carretera. No se pueden meter dos personas a la vez sin tropezar y darse un encontronazo. Por eso tiene preferencia el primero que entra. Y no precisa señales adicionales porque la rotonda es en sí misma una señal de tráfico que debe ofrecernos una visibilidad completa. De lo contrario es mejor no ponerla pues se convierte en un caos, un circo o un infierno lleno de padecimientos, insultos y peligro.
Aquí estamos hartos de ver conductores que entran en la rotonda como en un bar al que ya se le estuvieran agotando las vituallas. Esos conductores miran cuando ya están dentro. O ni siquiera miran. Y como el asunto está mal, en lugar de corregirlo con educación cívica, lo que estamos permitiendo es que las rotondas sean engalanadas. O dicho de otro modo: se disfraza a la rotonda como el payaso en la feria. Lo que era un simple medio acaba siendo un fin confuso.
Hay rotondas lamentables que recuerdan ovnis diseñados bajo el efecto de sustancias alucinógenas.
Vengo de inspeccionar algunas en la Marina Alta y en la Marina Baixa, donde el ramalazo de la rotonda está en su apogeo, y puedo afirmar que la experiencia de esta inaudita Ruta Turística de las Rotondas de la Comunidad Valenciana es, como poco, excitante.
Le he dado vueltas a la primera rotonda de Benissa (Marina Alta), cuyos elementos florales unidos a los escultóricos nos brinda un conjunto que no sabría definir. Es lo que es. Veo a un lado un mojón de piedra con una frase, al parecer de bienvenida, esculpida. Pero no consigo leer esa inscripción en marcha y tomando la curva. Si aminoro la velocidad se me echan encima otros coches que, o bien ya han leído la frase de bienvenida y quieren alejarse, o desean leerla y necesitan aproximarse. El efecto es tragicómico ya que te obliga a darle sucesivas vueltas a la misma rotonda para lograr leer el rótulo, y después ya no dejas de dar vueltas para admirar la escultura, y a continuación sigues dando más vueltas para apreciar el efecto de ese combinado. Si esto se prodiga las rotondas necesitarán semáforos en su interior a fin de organizar el caos del museo giratorio. A menos que parte de la diversión consista en pegarle un cacharrazo bien sea a la rotonda o bien a cualquier vehículo que circule por ella.
La escultura de esta rotonda es obra del artista local Quico Torres (tres millones de pesetas pagados por el Ayuntamiento) y se titula Nou Mileni. Al parecer representa a unas figuras bailando la jota. Pero la ventaja del arte abstracto es que igual que bailan la jota pueden bailar la milonga del PP, pongo por caso, ya que fijándote un poco ves a Rajoy con Camps soplándole las castañuelas a Zaplana.
Las cosas ya se complican algo más cuando coincides en la citada rotonda con un camión de volquete u hormigonera incorporada. Por aquí abundan. Entonces ya no sabes lo que ves. Ni siquiera sabes dónde estás. Ni quién eres. Te preguntas: ¿A qué presto atención en las rotondas, al arte o al pedal? Y así alcanzo la calle principal de Benissa luego de sobrepasar una segunda rotonda con una escultura férrea de Soria, en forma de uno, aunque ese número lo veo doble por hallarme no sólo en la calle sino también, y al mismo tiempo, en la carretera nacional de Valencia a Alicante. Y pienso: es más difícil darle al pueblo una variante sin rotonda que una rotonda sin variante. Raro es el año que no fallece precisamente aquí algún vecino de Benissa bajo las ruedas de un vehículo.
Fueron 64 personas las que perdieron la vida en las carreteras españolas el pasado puente del Pilar. El dato nos mueve no tanto a embellecer rotondas como a repartir pañuelos para llorar de pena y de vergüenza.
Quico Torres, de 41 años, era albañil antes de hacerse escultor y le gusta que su hormigón de 4,50 metros se exhiba en la primera rotonda de Benissa. Pero cuando hablamos de la carretera como una variedad de exterminio humano, Quico recuerda que su mejor amigo, Cristian Franco, murió hace un año en un choque frontal a pocos kilómetros de aquí. Era pintor.
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