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LA CRÓNICA
Columna
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No hay paz ni tregua en las filas del PP

En el calendario de las conmemoraciones franquistas el 20 de noviembre aparecía como el Día del Dolor. Tal día del año 1936 fusilaron al fundador de la Falange y tal día de 1975, ¡oh! dolor, murió el dictador. El PPCV no tuvo en cuenta estas efemérides ni las consideró un mal fario cuando emplazó para el próximo 20 de noviembre su XI congreso regional. Ahora, a un mes vista del evento, se atisba que tal fecha puede ser también la del desmembramiento de los populares valencianos, lo que no tendría afortunadamente el carácter luctuoso e irreparable de los sucesos evocados. Pero eso sí, puede ser sonado y acabar como el rosario de la aurora.

Tal como afloran y se perciben en estos momentos los conflictos internos del partido, cualquier observador diagnosticaría que no hay solución posible debido al encono de las partes contendientes, campistas y zaplanistas, hechos una piña hasta que se produjo el desencuentro entre los respectivos líderes -Francisco Camps y Eduardo Zaplana- y, por extensión, entre sus correspondientes parciales. Hoy, a un mes escaso del concilio que ha de reunirlos, las diferencias acrecen con visos de ser irreversibles, pues ya no dimanan, al decir de algunos, de hechos puntuales -distribución de prebendas o expectativas de ascensos-, sino de confrontados planteamientos estratégicos. Por describirlo gráficamente, los unos querrían recuperar el centro político y pisarles las flores a los socialistas, en tanto que los otros, amparados por el actual presidente, se decantarían por posiciones propias de la "derechona de siempre".

Una simplificación, evidentemente. En uno y otro bando hay individuos que contradicen esos perfiles. Fernando Giner o Julio de España, zaplanistas de pro, ¿puede ser inscritos entre los centristas y centrados? No, obviamente. ¿Y a Rafael Blasco o Víctor Campos los encajaríamos en la facción reaccionaria? Los ejemplos son tan numerosos como sinuosa la frontera que separaría ambos frentes. Sin embargo, con todos los matices y excepciones que se quiera, sí hay un cisma entre los seguidores de Camps y los de Zaplana, y ese cisma no viene determinado por la estrategia, sino por el grado de adhesión personal. A poco que se tome el pulso al magma popular nos sorprende la intensidad de la lealtad, incluso devoción por el todavía presidente regional del partido. De ahí, la acritud con que juzgan al hoy molt honorable.

Añádase a ello la sensación de acoso o liquidación que cunde entre el zaplanismo. Se saben en el punto de mira del campismo y en expectativa de ser desahuciados. Por eso van a resistir, aunque se sepan minoría. Van a resistir -y recojo las palabras de uno de sus insignes miembros- a pesar de que se llegue al congreso con un acuerdo aparentemente pacificador y con una única candidatura. Habrá coexistencia, que no paz, y seguirá la bronca porque se ha perdido la oportunidad de integrar al partido. Se trata de un pronóstico pesimista, pero no infundado. Sólo hay que ver la virulencia que ha alcanzado la bronca interna en el Ayuntamiento y Diputación de Alicante, con amagos de escisión, incluso. Ante estos vientos de fronda, que son un verdadero desafío al presidente Camps, resulta casi conmovedor que se envíe a la consejera de Turismo, Milagrosa Martínez, para enervar los ánimos. Sólo ha conseguido que se tome su nombre en vano, o a cachondeo.

Quizá el PP no ha llegado todavía al punto de no retorno, pero los síntomas son alarmantes. La salida de pata de banco del alcalde de Xàtiva, Alfonso Rus, postulándose para la presidencia provincial de Valencia, la profunda crisis entre los afiliados del sur y, lo que es peor, la resignación o desvalimiento con que Francisco Camps parece afrontar el problema en vísperas del congreso, pronostican, como apuntábamos, un concilio doloroso y convulso por la larga sombra del zaplanismo. Habría de producirse un prodigio para que el maltrecho liderazgo del presidente saliese reforzado. Estas crisis, tan personales y prolongadas, sólo se curan cuando el partido que las padece agota el vaso de la cicuta. Que les sea leve y rápido. Por cierto, la coda de este conflicto la pone el dirigente socialista, Joan Ignasi Pla, exhortando a los populares para que pongan orden en sus filas. ¿Es cínico o desbarra?

LA MURALLA

Ahora resulta que la urbanización proyectada en La Bega de Cullera, conocida como el Manhattan del Júcar, es acorde con el PGOU aprobado con mayoría absoluta por el PSPV. Una novedad chocante que se suma a otra. De pronto, desde el gremio de la promoción urbanística se habla de la conveniencia de construir en vertical. Muchas torres, muy altas y aisladas para que corra el viento entre ellas. Hay pues que abrir la muralla de adobe y cemento que nos aisla de la brisa del mar. Es lo racional, dicen, y será la nueva tónica arquitectónica. Torres y más torres en la playa para que respiremos. Será por eso.

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