El limbo
Leyendo en una columna de su diario que recientemente Juan Pablo II ha encargado a una Comisión Teológica Internacional que revise, si no he entendido mal, si el limbo debe seguir o no siendo un espacio físico donde se amontonan los niños que mueren sin bautizar, he recordado que la imagen de todos aquellos bebés condenados a permanecer de forma indefinida en esa especie de nido obstétrico era tan inverosímil y arbitraria, incluso para alguien de corta edad, que me influyó poderosamente en la aparición irreversible de incredulidad hacia ésta y, por extensión, cualquier otra doctrina religiosa. Y es que con la fe pasa como con los amigos, que si pierdes la confianza ya no la puedes recuperar.
Resulta tranquilizador, no obstante, que, usando sus palabras, "la suerte ultraterrena" de estas criaturas se convierta en "una cuestión de máximo interés" para Juan Pablo II y su congregación, una prioridad que habían pasado por alto concentrados en su lucha por los derechos del embrión, o contra las reformas sobre derechos civiles que el Gobierno está llevando a cabo.
Menos confortador me resulta que estas acciones se financien con dinero del Estado recaudado a todos los ciudadanos (entre los cuales me incluyo) y no mediante la aportación directa de sus fieles (entre los cuales no me incluyo). Creo que no sería desacertado que el Gobierno copie a Juan Pablo II y cree otra comisión que revise, en este tema, cómo dejar de estar en el limbo.
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