_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El abismo

Miquel Alberola

Una de las citas que encabezan la última novela de Ferran Torrent, La vida en el abismo, es una penetrante estrofa del tango Garúa, escrita por Enrique Cadicamo en los años cuarenta pero de recursiva utilidad: "Pensando siempre en lo mismo, me abismo". Y esta misma frase, que para Torrent supone otra alfombra roja hacia el éxito, en cambio podría constituir un certero diagnóstico (capaz de convertirse en epitafio tras el oportuno proceso degenerativo) para explicar el escaso rendimiento que ha reportado buena parte de la producción literaria contemporánea en valenciano. Tras cuarenta años de aparente frenético dinamismo, y de suntuosas glorificaciones de autores imprescindibles, hoy sobran dedos en una mano para señalar a sus representantes más solventes, entre los que sin duda destaca Torrent, aunque el asunto se pone feo para el resto si la talla tiene que venir definida por el impacto de sus obras en el mercado. En gran parte, la literatura en valenciano no ha superado aún el abismo de la marginalidad en la que la fue situando su propia concepción defensiva y redentora, y lo peor es que ya ha empezado a dar síntomas terminales con la etapa efemerística, en la que la nostalgia acaba solemnizando lo que apenas fue mecanografía con pretensiones. En cualquier caso, Torrent ha sido uno de los pocos en sacar la cabeza de ese abismo autoabsorbente construyéndose un perfil propio y exento de los complejos que han lastrado al gremio. Cometió el sacrilegio de considerar que la literatura era el fin y la lengua sólo el instrumento, y no al contrario, y se apartó tanto de la ortodoxia que fue vituperado con insistencia por los canonistas y la autoridad literaria competente. Pero Torrent ha sido el último escritor profesional en valenciano posible, y ha sido tan consciente de ello que ayer dio el salto al castellano con esta novela con la que se ha situado como finalista del Premio Planeta. Ya suministró la primera noticia no traumática de la literatura en valenciano cuando gracias a sus novelas se compró un BMW, y anoche la metió en la Liga de Campeones. Ahora con los 150.000 euros debería comprarse un Mercedes deportivo descapotable y una gorra. La literatura valenciana también necesita glamour.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_