Tierra de poetas, tierra de escritores
Es un estrecho brazo de tierra, que amarra firmemente dos Américas, la del Norte y la del Sur; es tierra de poetas, desde Rubén Darío, y de escritores, ahí está (en el recuerdo) Monterroso; es tierra de escritores exiliados cansados de mantener unidas las dos Américas, mano con mano, codo con codo. Guatemala es un país tan cercano (y literariamente casi devorado) a México, que Monterroso tuvo que exiliarse y como mexicano se murió. Luego vino Rodrigo Rey Rosa, que se dio a conocer como narrador desde Tánger y "apadrinado" por Paul Bowles. Y, al margen de dos o tres poetas de cierto nombre, entre especialistas, poco sabe más de la literatura guatemalteca reciente, cuando, de pronto, en estos últimos meses, se nos presentan para nuestra curiosidad tres nombres, sólo un primer acercamiento, y sin embargo los tres merecen atención, y no por venir desde el oscuro e injusto desconocimiento. Son Dante Liano (El hijo de casa, Roca Editorial), Eduardo Halfon (El ángel literario, Anagrama, quizá el más interesante de los tres, a mi juicio, por escribir una ficción más paraliteraria, tan en boga hoy día) y Luis Eduardo Rivera, de quien nos da ahora noticia cumplida otro escritor, extremeño, de tierra de conquistadores y emigrantes, Julián Rodríguez, y lo publica una editorial asturiana, tierra de emigrantes y de indianos, en una especie de hermoso círculo, pues Rivera en Francia, Liano en Italia y Halfon en Estados Unidos, todos viven fuera de su tierra. Rodríguez tiene la generosidad, en el prólogo, de presentarnos a un escritor -desconocido para la mayoría de los lectores-, que es poeta, ensayista, traductor, diarista y narrador. Aunque el título de esta pequeña (pero abierta a todos los vientos) antología, El lector ideal, pertenezca a un breve y agudo texto de Rivera, extraído de su dietario, el antólogo se apropia del mismo para, de alguna forma, indicarnos en lo que él mismo se ha convertido, en ese lector ideal, que es quien comparte con otros lectores -nosotros- la obra, un fragmento suficientemente amplio (por ahora) de la misma. Es, si se quiere, una especie de diario de lectura lo que ha hecho, mezclar con voluntad si no totalizadora sí significativa poemas, ensayos (bien lúcidos y brillantes, recuerdo ahora páginas sobre Ezra Pound, Eliot o Pavese, y otros) y fragmentos, acaso los más literarios, de sus diarios. Cuando se conoce linealmente a un escritor en un libro tan breve y tan rico en sugerencias como éste y se combinan sus opiniones sobre la genialidad de los poetas analizados o cuando se reflexiona, en su diario, sobre la pulsión de la literatura, sobre el sueño de la inmortalidad literaria hay que ser muy valiente para dejarse antologizar como poeta que es lo que Rivera básicamente se considera. Pero la prueba de algodón la supera sin problemas y El lector ideal es una conseguida antología de un escritor guatemalteco del que este lector, al menos, lo desconocía todo. Pero ya no.
EL LECTOR IDEAL
Luis Eduardo Rivera
Llibros del Pexe. Gijón, 2004
134 páginas. 10 euros
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